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música
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un paseo mundano en cobla

Roger Mas exprimió en un Palau de la Música lleno las posibilidades expresivas de la agrupación folclórica

Concierto de Roger Mas en el Palau de la Música.
Concierto de Roger Mas en el Palau de la Música.Mario Wurzburger

Como alguien que es a la vez una cosa y su contraria, una fábrica de antónimos y de sinónimos, un cosmopolita rural que, fijado a su tradición, que entiende y vive en un sentido amplio, canta en idiomas del arco mediterráneo sabiéndose más catalán que un calçot. Atendiendo a esta mirada tan local como mundana, Roger Mas llenó el Palau de la Música en un concierto del festival Tradicionàrius para presentar su segunda entrega de ese repertorio que ha pasado por el tamiz de la cobla, agrupación musical que mamó en familia y que le suena a infancia y fiesta en plaza pública, para dar nuevo aire a unas canciones mayormente conocidas y, de paso, evidenciar que la cobla contemporánea tiene ilimitadas posibilidades expresivas más allá de la sardana. Antes del concierto, su representante reconocía que si al primer experimento, hace ahora 12 años, le costó tomar vuelo, este segundo disco con la Cobla Sant Jordi-Ciutat de Barcelona tomó vuelo muy rápidamente. Merecido premio a una revisión nada apergaminada de una tradición que no le hace ascos a nada porque la música popular, el rescoldo en el que Mas enciendo sus antorchas, atesora un mucho de verdad en su interior.

Elegante pero un poco de pueblo, como cuando los campesinos se mudan para ir de visita al médico en la ciudad. El mismo traje azulado que luce en las fotos promocionales del proyecto, uniforme de faena para dignificar su propia presencia frente al respetable y que no es aventurado suponer es el que usa en casi todas sus puestas de largo. Por supuesto, calzando espardenyes, un signo de identidad que esta vez mostró con orgullo, indicando al público que las llevaba. Junto a él, una cobla con once miembros más un trío de apoyo con contrabajo, batería y su inseparable Xavier Guitó al piano como director musical y arreglista. Y, entre todos, complicidad y automatismos para abordar un repertorio en el que no faltó Fabrizio de André, uno de sus tótems, con el que abrió el concierto con La canzone dell’amore perduto. Desde este arranque, el concierto se antojó un río que iba añadiendo a su caudal canciones de todo ámbito y lugar, desde la Llorona al chansonier quebequés Raymond Levesque, del que cantó junto a Marina Rosell Quan tothom viurà d’amor, pasando por canciones populares como Aqueres Montanhes, que en condición de himno del Valle de Arán fue interpretado en pie por toda la formación, o La Santa Espina.

Con su anterior disco con cobla representado por siete temas, burbujeante la toma de L’home i l’elefant e infalible su Oda a Francesc Pujols, vino a la cabeza que este es un guía del pensamiento de Roger Mas, a caballo entre el aparente disparate y el más férreo sentido común. Todo ello suavemente espolvoreado por un humor que no se sabe si viene o va, un humor en ocasiones ocurrente en sus juegos de palabras: vamos a hacer una copla con cobla, dijo antes de abordar La bien pagá, con música de Javier Mostazo, a la sazón nombre muy de Ibáñez y sus mortadelos. Es ese juego de espejos, esas alocuciones que buscan sutil sonrisa y no estruendosa carcajada, ese tomarse muy en serio lo que se explica y presentarlo sin soflama son algunos de los activos de Roger. Otro es la capacidad de armonizar canciones distintas en un lenguaje de cobla, con esa mezcla entre madera y metal, dulzura y empuje agudo, ceremonia y fiesta popular en una muestra de ductilidad que hace de la cobla una formación todo terreno.

No sería necesario a estas alturas acabar ponderando la voz de Roger Mas, una voz varonil y cálida al mismo tiempo, voz enguantada por la elegancia y bendecida por una dicción precisa que desarma todas y cada una de las veces que hace suya Sota una fina capa de cendra, cuyo arranque a piano y letra recitada desemboca conducida por vientos de cobla en una suerte de estándar local para un crooner de Solsona. Una señora adaptación sobre un tema propio que sonó en la parte final del concierto, un concierto sin fronteras como corresponde a un mundo que en el fondo no es tan grande y donde las similitudes, a menudo escamoteadas, nos conciernen como ciudadanos de un mismo pueblo.


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