Córdoba, una ciudad al borde del 'pastíche'
¿No estábamos de acuerdo en que Córdoba era una de las ciudades más bellas de España, con un casco antiguo admirable, en el que sabían convivir los grandes monumentos con la recoleta estructura residencial, el. espacio público con la discreta privatización del patio, el inmaculado testimonio de lo popular con la trabajada superposición de usos y de estilos históricos menudo contradictorios, pero impuestos siempre con la misma decisión y el mismo optimismo con que se implanta la catedral en medio del laberinto de la mezquita? ¿No teníamos que defender el centro histórico de Córdoba como un tesoro irrepetible, con respeto y comprensión de sus permanentes cualidades?Pues entonces, ¿por qué la sublime ignorancia de los académicos, de las comisiones del patrimonio, de las autoridades culturales y demás monsergas más o menos oficiales se empeñaron en destruir este centro urbano, aplicando unos criterios de protección con tan escasa sensibilidad y con métodos tan inoportunos que sólo logran una sucesiva degradación estética y una anulación de aquellos valores arquitectónicos y urbanísticos?
Córdoba no es más que un ejemplo del problema general que ahora afecta a muchas ciudades españolas. Después de tantos años de incuria nos hemos puesto demasiado nerviosos con la conservación del patrimonio. Nadie duda que no podemos dilapidar un tesoro que se concreta en obras singulares de arquitectura y en conjuntos urbanos de una especial significación.
Ordenanzas
Pero de aquí a establecer unas ordenanzas que definen un pretendido estilo cordobés para las nuevas edificaciones va un paso cargado de criterios antihistóricos y reaccionarios. Da grima ver las nuevas casas levantadas en el centro histórico de Córdoba con elementos ornamentales y estructurales dictados por una nueva ordenanza que prohíbe un mínimo de nuevas aportaciones arquitectónicas y que presuponen que con el aditamento de un frontón de piedra artificial, una reja andaluza y un alero más o menos pintoresco está todo resuelto, sin darse cuenta de que lo permanente de un conjunto urbano radica en problemas de escala y proporción, de contenidos simbólicos, de asimilación histórica en términos de superposición y hasta de contradicción, en esquemas compositivos mucho más esenciales y, en última instancia, en la calidad objetiva de cada edificio.
Ahora mismo, frente a la fachada lateral de la mezquita se está levantando un nuevo hotel que intenta imitar burdamente un par de casas cordobesas con la aprobación y quizá el entusiasmo de todas las autoridades académicas. Las barandillas de los balcones, los frontones vergonzantes, la policromía, el tamaño y la ornamentación de las ventanas son simples caricaturas, tanto si se miran desde la pura interpretación histórica como desde una propuesta de integración de la arquitectura de nuestra época. Por lo menos con estas casas se demuestra que ya no existen arquitectos capaces de imitar correctamente lo antiguo como lo hacían los últimos representantes del eclecticismo historicista. Lo que con ellas no se demuestra, en cambio, es la incapacidad de la nueva arquitectura a integrarse válidamente a una estructura urbana preexistente, porque las autoridades ni siquiera permiten la experiencia.
Alarma
Sabemos que algunos arquitectos cordobeses están alarmados ante esta situación y que, incluso, algunos funcionarios luchan para superar esta anomalía cultural, hasta ahora sin resultados positivos, frente a las barreras académicas y reaccionarias. A esas barreras habría que sacarlas de su ofuscación, explicándoles historias ya famosas en la aventura de la arquitectura moderna, como la elegante interpretación de Gunar Asplund en el edificio municipal de Gotemburgo o el inteligente respeto a las preexistencias ambientales de La Rinascente, de Roma, de Franco Albini. O mostrarles los esfuerzos de Robert Krier, Aldo Rossi, Hans Hollein y tantos otros en el intento de reconstrucción de Berlín y, más modestamente, las pequeñas intervenciones de Roser Amadó y Lluís Domènech en el barrio antiguo de Barcelona.
Pero no hace falta alejarse tanto. En alguna ciudad vecina parece que el problema ha entrado en vías de solución. En Sevilla, por ejemplo. Después de la equivocada sevillanización de Sevilla, aparecen muestras de una buena arquitectura que sabe dialogar con los barrios y los monumentos. Rafael Moneo está levantando un magnifico edificio frente a la Torre del Oro cuya propia contundencia va a añadir un nuevo signo de identidad a la configuración urbana y va a acompañar con sus signos de modernidad el signo preferencial de la orilla del Guadalquivir.
Creo que para ello hace falta un arquitecto de valía como Rafael Moneo. Pero hacen falta también políticos inteligentes que entiendan el problema. Sevilla ha tenido la suerte de disponer sucesivamente de dos responsables de urbanismo de innegable calidad: los arquitectos Víctor Pérez Escolano y Francisco Barrionuevo. Que Córdoba, y con Córdoba otras ciudades españolas, aprendan apresuradamente la lección antes de que se conviertan en un ridículo pastiche.
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