La España pobre
EL INFORME sobre la pobreza en España que ha realizado Caritas Española (EL PAÍS, 15 de diciembre) nos declara en el lugar más alto dentro de los países de la Comunidad Económica Europea y, lo que es peor, los datos estadísticos expresan un aumento creciente con respecto a informes anteriores. Las razones básicas están en el crecimiento vegetativo (demográfico) multiplicado por el aumento del paro. Pero no son suficientes. Hay unas explicaciones políticas, de esa política que permanece por encima de los cambios electorales y actúa ciegamente más allá de los programas y las intenciones y que se refieren al reparto injusto de la renta nacional y unas formas de doctrina estatal que no corresponden a la realidad.El paro forma parte relativa de la pobreza. La mayoría de quienes están en la zona de la pobreza son trabajadores mal pagados o que reciben pensiones que deberían compensar una vida de trabajo y no hacen sino adornar la miseria. El abanico de salarios, o de reparto de las rentas, está enormemente abierto y hay unas desigualdades que podrían ser consideradas también como muy diferentes a las de la Comunidad.
Los Estados occidentales, y el nuestro entre ellos, decidieron hace tiempo sustituir las formas de caridad o socorros privados, que aparecían como engañosos e injustos, por sistemas de previsión obligatoria. Hoy, sin embargo, ante un déficit creciente en el presupuesto estatal y amparándose en las ideas neoliberales, las dotaciones se disminuyen. El último caso anunciado es el de la eventual reforma del sistema de welfare en el Reino Unido, lo que repercutirá, para empeorar su situación, según algunos cálculos extraoficiales, sobre más de cuatro millones de personas. El Estado que había aplicado en todas partes esta política socialdemócrata se retira crecientemente de la obligación redistributiva que había asumido. Estados Unidos es un paradigma que se extiende ya por Europa. Por otra parte, las acciones caritativas de ciertas instituciones han remitido, aparte algunos ramalazos folclóricos en Navidad. La pobreza se queda sola. La gradual inhibición del Estado no sólo se revela en la cuestión de subsidios o pensiones, sino en la carencia de una completa educación pública gratuita, en la escasez de nuevas viviendas sociales, en el abandono de la restauración rural, la enseñanza de oficios y la pasividad ante la necesidad de creación de guarderías o asilos.
Los datos parciales pueden ser interesantes a la hora de buscar soluciones también parciales. Hay clases de edad especialmente desfavorecidas -la juventud, de un lado, y los adultos de más de 50 años, de otro-, zonas geográficas especialmente deprimidas, situaciones más graves en el campo que en las ciudades. Hay personas activas que tienen que soportar las cargas de otras emparentadas, porque la sociedad no las puede amparar. El resultado es, finalmente, la precipitación en la pobreza.
No se ven salidas. Las fórmulas de urgencia de la economía sumergida o el trabajo negro, o temporal, pueden estar poniendo parches inmediatos o políticos, pero, a la larga, están contribuyendo a alimentar la pobreza, a sostener personas y hogares en un nivel de subsistencia mínimo, a veces con lo que se llama hambre oculta. Sociólogos, médicos y organizaciones de caridad no ocultan ya que en España hay hambre.
La noción de que hay una periferia de la sociedad que va creciendo continuamente y que llegará un día a su centro, de no adoptarse cambios sociales muy profundos, no está suficientemente implantada entre nosotros. Hay otras quiebras morales que nos están llevando a una situación de sálvese quien pueda. Lo que recuerda, más o menos, al grito de los náufragos.
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