_
_
_
_
Reportaje:UN PAÍS BAJO DOBLE PODER

La guerra invisible que no cesa en El Salvador

San Salvador no da, a primeros de diciembre, la sensación de ser la capital de un país en guerra. En los comercios están ya instalados los árboles de Navidad, en los barrios circulan carrozas con aspirantes a reinas de belleza, se celebran carnavales y verbenas y los niños se entretienen en los caballitos. Los taxistas se esfuerzan por conseguir un viaje con periodistas a la zona de guerra y prometen toda clase de sensaciones: guerrilleros que incendian autobuses, gentes que huyen de los bombardeos... lo que luego no se cumple.La guerra se ha hecho relativamente invisible en El Salvador, pero esto no quiere decir que no continúe. Todavía hace dos semanas la guerra se pudo oír desde la capital, cuando la aviación bombardeó el volcán de Guazapa, donde los aviones lanzaron 35 toneladas de bombas, que hacían vibrar los cristales de las casas de San Salvador, situada a 30 kilómetros de la zona atacada. Parece que la operación no mató a ningún guerrillero, pero el Ejército la justificó con el argumento de que se esperaba allí un encuentro de los dirigentes del FMLN.

En el pueblo de Guazapa, a unos kilómetros del bombardeado volcán, el párroco Miguel Ángel Rodríguez, de 86 años, expone la situación de un pueblo que "quiere la paz, la tranquilidad, el orden y la justicia". "Ahora estamos", dice, "en buenas relaciones con las autoridades civiles y militares. El Ejército se ha acercado bastante a la Iglesia después de la época de asesinatos salvajes. En 1980 daba miedo, pero las cosas han ido cambiando poco a poco. La fuerza armada ha ganado confianza".

La protección de EE UU

El anciano sacerdote cree que la guerrilla está perdiendo la guerra, "porque EE UU protege con armas, dinero y alimentos". "De lo contrario, el comunismo habría invadido todo". Explica el sacerdote que los guerrilleros llegan a escondidas al pueblo para comprar abastecimientos. La campana llama a la misa de mañana y la plaza del pueblo se llena poco a poco de mujeres que amasan las tortillas de maíz. El cura explica orgulloso que se mantiene en activo por la falta de clero. Además está reparando la iglesia: "Con unos centavitos que traía organicé todo".

Veinte kilómetros al norte de Guazapa está el cuartel de El Paraíso, la sede de la cuarta brigada de Infantería, mandada por el coronel Sigfredo Ochoa, que se ha convertido en uno de los militares más famosos por su actitud bélica de no dar reposo a la guerrilla y por sus declaraciones sin pelos en la lengua. A la puerta del cuartel se encontraba toda una familia. Una mujer de edad lloraba desgarradamente y daba gritos. Explicaba la mujer que el día anterior por la tarde soldados de caballería se llevaron a su hijo.

La mujer ha llegado con otros hijos y dos niñas de 10 y 8 años del detenido que estaban con su padre en el momento en que llegaron los soldados. La mayor de las niñas explica: "Se llevaron a mi papi. Eran cinco soldados; yo lloraba mucho, pero se lo llevaron". En el puesto de guardia no les dan razón del detenido y los familiares se van con la mujer, que continúa llorando a gritos. Un cartel advierte a la puerta: "En la desconfianza está la seguridad. No te confíes. Cuida tu vida".

El teniente coronel Benjamín Canjura es el segundo de Ochoa, que el fin de semana ha tomado vacaciones.

Canjura no oculta su disconformidad por el reciente canje de los guerrilleros presos por la hija del presidente Napoleón Duarte, y comenta: "El problema es que la tropa nos reclama y pregunta por qué soltaron a los subversivos", y añade: "¿Por qué si a un soldadito le destrozan el pie no lo llevan también a Alemania a curarse?". El oficial se lamenta de que "a esos malditos hubo que darles seguridad de que salieran del país". No entiende Canjura que se pueda llegar a un diálogo con la guerrilla: "Las únicas fuerzas armadas que existen somos nosotros. Ellos son una banda de terroristas y ladrones. No podemos ponemos a su altura". El militar tiene las ideas claras: "El comunista lo puede abrazar y besar, lo ama y después le mete a uno el cuchillo por la espalda".

El teniente coronel recibió una instrucción buenísima" para la guerra psicológica en un curso de tres meses en la República de Taiwan. Sobre su mesa se encuentran un par de folletos, El expansionismó comunista y Occidente y Por qué estoy contra el comunismo. En los pasillos del cuartel un cartel advierte de "tres debilidades de la subversión a explotar: el arma psicológica, eliminar las bases ideológicas y la conquista de las masas".

Chalatenango parece una ciudad tomada por el Ejército. El pasado sábado a mediodía dos compañías acaban de llegar de varios días de batida por las montañas, y sin apenas reposar tienen que salir de nuevo para ocupar los retenes en las carreteras. La plaza de la catedral, enfrente del cuartel, rebosa de militares a punto de partir. Un anciano comerciante se queja de que la guerra ha arruinado prácticamente toda posibilidad de hacer negocio. Una joven muchacha espeta: "La culpa es de ustedes, los mayores, que metieron al país en esto. Los jóvenes no tenemos nada que ver con esto".

Afición por la poesía

Entre los pocos jóvenes de paisano que deambulan por la plaza se ve a uno con un cuaderno gastado en la mano, lleva una camisa de manga corta y se le aprecia una cicatriz de bala en el brazo. Es un subteniente que tiene permiso. "La herida me la hizo un quemón de bala de los muchachos" (los guerrilleros), explica el subteniente. En el cuaderno, manoseado y grasiento, el joven, a quien le gusta la vida del Ejército, escribe: "Cuando llegue, mi amor, te diré tantas cosas. O quizá simplemente te regale una rosa".

La guerra ha dejado algunos pueblos en El Salvador convertidos en tierra de nadie; son comunidades sin ley donde no hay autoridades ni alcalde. Sesori es uno de estos pueblos. Está situado en el oriente del país y se llega allí por 20 kilómetros de un camino infernal cuesta arriba y adecuado sólo para vehículos todo terreno. El pasado domingo a mediodía se celebraba la misa, y el cura aprovechó para bendecir un matrimonio. En una especie de tienda que más parece un establo, don Erasmo, un viejo de religión evangélica, explica que lo ocurrido tenía que suceder: "Porque lo leo yo en la Biblia que tenía que haber guerra para que aprendiésemos a tratarnos los unos a los otros".

Don Erasmo saca una biblia muy usada y lee párrafos del Apocalipsis en apoyo de sus tesis. El anciano formula espontáneamente la teoría de la dualidad de poderes en El Salvador.

Con gran sentido pragmático, el pueblo de Sesori ha aprendido a convivir unas veces con el Ejército y otras con la guerrilla. Dice don Erasmo: "A los dos respetamos, porque los dos son autoridades".

El sacerdote es un salvadoreño de 45 años que ha tenido dificultades con los dos poderes. Rafael Antonio Santo dice que él echó de varios pueblos a los comandantes de la defensa civil, unidades de paisano encargadas de misiones antiguerrilleras, "porque eran unas bestias y mataban gente. "Los saqué de varios pueblos. Uno, que era un animal, me decía que yo era guerrillero porque no les dejaba matar gente. Hoy no hay defensa civil ni la queremos. El coronel Méndez me mandó llamar y se enojó, pero no dejé que pusieran defensa civil. Me amenazaron por predicar la verdad".

El cura lo pasó también mal con la guerrilla, que le acusó de ser "agente de la CIA" y le prohibió la entrada en el pueblo durante tres meses y medio. El cura preparó su regreso: "Llegué sin permiso y dialogamos aquí los comandantes guerrilleros y yo. El pueblo me apoyó. Salieron a recibirme unas 10.000 personas a la entrada del pueblo. Eso me ayudo a mí". En las paredes del pueblo aparecen pintadas de apoyo a la guerrilla: "Hacemos la guerra porque queremos la paz" y "La clase trabajadora, al poder con su vanguardia, el FMLN".

La cosecha de café

La guerrilla ha iniciado una guerra de sabotaje contra la cosecha de café. Por sus emisoras clandestinas, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) exige que se pague a los jornaleros un mínimo de seis colones (150 pesetas) por arroba cortada, o un jornal diario de 20 colones (500 pesetas). Al borde de la carretera hacia el oriente, en la zona cafetalera de El Salvador, los jornaleros esperan ser contratados.

La cosecha este año es mala por unas lluvias inoportunas, y sólo tendrán trabajo durante tres semanas. Uno de los jornaleros explica que los cafetaleros sólo les han ofrecido el mismo jornal del año pasado: 3,60 colones por arroba cortada (90 pesetas). Al día se pueden cortar de cuatro a cinco arrobas; es decir, un jornal de unas 400 pesetas diarias. San Agustín, un pueblo de la región de Usulután, situada al este del país, está a nueve kilómetros carretera arriba, en una zona de actividad guerrillera.

A las cuatro de la tarde del pasado domingo, en la plaza del pueblo, los hombres juegan a las cartas sobre la acera. En medio de la plaza un joven con uniforme de soldado conversa con unos chicos de su edad. Otros patrullan por la plaza con las metralletas en la mano. La guerrilla está de compras en el pueblo. Cargan sacos con alimentos. Dos guerrilleras llevan sobre la cabeza, en un milagro de equilibrio, varias docenas de huevos sobre cartones. También compraron aceite para engrasar las armas. Todo tiene un aire de normalidad.

El guerrillero vestido con uniforme de soldado sólo tiene 17 años. "Estoy en la guerra desde los 10; hasta hoy estoy vivo por la voluntad de Dios". El chico dice que nunca fue a la escuela y que aprendió a leer en la guerrilla. "Todos somos hermanos, incluidos los soldados", dice el chico.

Nueve kilómetros más abajo, en la carretera, patrullan soldados. Tienen la misma edad que el chico que patrullaba en San Agustín. La misma edad y las mismas caras. La guerra sigue; a veces es invisible, pero sigue.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_