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Ante la 'cumbre'

Una cumbre soviético- americana no es un duelo. Si Reagan y Gorbachov esperan herirse recíprocamente en Ginebra por la fuerza de los argumentos o de sus personalidades, estarán perdiendo el tiempo.Ambos dominan la alta política y pueden sobrevivir fácilmente a una batalla de propaganda sobre derechos humanos o las revoluciones del Tercer Mundo. Y ambos están custodiados por sus burocracias, que los protegerán contra concesiones excesivas.

Ronald Reagan y Mijail Gorbachov se reúnen no como gladiadores, sino como capitanes de formidables equipos militares. La cumbre será un éxito si ellos pueden encarar nuevas reglas para restringir su rivalidad. Si no pueden, ambos perderán.

Las cumbres de los pasados 30 años demuestran que es difícil, pero no imposible, imponer reglas restrictivas. Los reglamentos escritos para equilibrar la confrontación militar en Europa han tenido un amplio éxito incluso para normalizar la división terrible de Alemania.

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Las reglas para limitar el almacenamiento de armas nucleares han llevado a limitar la carrera de armamentos, pero ahora han sido sobrepasadas por la tecnología y la mutua sospecha.

La búsqueda de reglas para desmilitarizar la competencia en el Tercer Mundo ha fracasado. Las tentativas para promover la colaboración soviético-americana en el comercio, la ciencia y la cultura han sido vacilantes y estériles.

La reunión en la cumbre Reagan-Gorbachov significa la confesión de que se ha detenido el proceso de creación de reglas. Ambas partes parecen desconcertadas, y las razones para ello son instructivas.

Como señaló el presidente norteamericano, Ronald Reagan en viaje hacia Ginebra, los americanos esperan mejores relaciones con Moscú, hasta llegar a un expansivo intercambio de ideas y pueblos, progresos en los derechos humanos y tolerancia para la diversidad internacional. Pero, para los gobernantes soviéticos, estos objetivos suenan a subversivos.

Prefieren una distensión controlada que sea provechosa para su economía y ratifique su condíción de poder mundial a igual nivel que Estados Unidos. Para los norteamericanos, todo esto suena como una insistencia en que los soviéticos aprueban el totalitarismo y traicionan la libertad.

Con cada impulso hacia un acuerdo llegan nuevos temores y hostilidades. Y los desconciertos de la última década han demostrado qué sólo el progreso en el control de armamentos puede, hasta cierto límite, disminuir la tensión. (...) Si algún progreso se realiza en Ginebra, debe empezarse por un progreso hacia la reducción de la producción de armas.

Con la carrera de armamentos en el espacio, ¿se podrá reducir la producción de armas? Seguramente, sí. ¿Se podrá llegar a anunciarlo en Ginebra esta semana? Probablemente, no.

La posibilidad se encuentra en la simetría de los agravios. Reagan acusa a los soviéticos de destruir la distensión de los años de Richard Nixon al construir mis¡les cada vez más amenazadores, y de proseguir una ventaja militar para dividir y debilitar a las democracias occidentales.

Gorbachov acusa a Reagan de abandonar el control de armamentos y de acelerar el aumento de los gastos militares para llevar a la Unión Soviética a la bancarrota.

El gran miedo del presidente Reagan ha sido que los misiles terrestres americanos sean vulnerables a un primer golpe de los más fuertes misiles de tierra soviéticos.

Incapaz de equilibrar esta fuerza soviética, aun con un gasto de 3.000 millones de dólares en rearme, el presidente, finalmente, cuenta, a partir de 1983, con la amenaza de una guerra de las galaxias. (...) Seguramente, esa amenaza explica las nuevas ofertas de Gorbachov.

Reducirá sus armas ofensivas si Estados Unidos garantiza que no desplegará misiles defensivos. Si no puede lograr ese acuerdo, el dirigente soviético se dedicará esta semana a igualar con el presidente Reagan arma por arma. (...)

18 de noviembre

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