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El desafío tecnológico de la "guerra de las galaxias"

Los norteamericanos todavía ignoran cuánto tiempo y cuánto dinero necesitará la Iniciativa de Defensa Estratégica

"Comprobamos que la tecnología evoluciona, y eso es algo que no puede pararse. Evoluciona independientemente de lo que nosotros hagamos, y esa tecnología (la de la guerra de las galaxias) va a producirse. Habrá un siglo XXI. Todo lo que intentamos hacer es acelerar ese proceso, acortarlo en cinco o diez años", afirma Gerald Yeonis, subdirector de la iniciativa de defensa estratégica.A falta de una arquitectura de este sistema de defensa, en cuyo diseño siguen trabajando cinco empresas estadounidenses durante el segundo ejercicio de este proyecto, nadie parece estar en disposición de decir cuántos años ni cuánto dinero serán necesarios para que las tecnologías actuales se desarrollen hasta cumplir los objetivos propuestos.

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No obstante, un sistema de defensa estratégica tendría que cumplir casi a la perfección una serie de funciones referidas a las tres o cuatro fases que pueden distinguirse en la trayectoria de un misil: fase de lanzamiento (desde el disparo hasta que el vehículo portador suelta las cabezas nucleares que contiene), fase de poslanzamiento (suele denominarse al tiempo durante el cual el misil libera sus 10 o más cabezas, además de 100 o más señuelos destinados a camuflarlas frente a los radares enemigos, aerosoles que emiten rayos infrarrojos y otros elementos igualmente orientados a facilitar la penetración), trayectoria media (corresponde al recorrido espacial de las cabezas y señuelos), y, por último, fase terminal (se inicia con el regreso de las cabezas nucleares a la atmósfera y concluye cuando éstas alcanzan sus objetivos respectivos).

La comisión presidida por James Fletcher -que, a petición del Gobierno de Estados Unidos, realizó en 1983 el primer estudio técnico sobre la viabilidad de la SDI- definió las siguientes funciones para un sistema de defensa en cuatro capas, relacionadas con las correspondientes fases de la trayectoria de un misil: detección rápida y eficaz del lanzamiento, seguimiento en toda la trayectoria del misil, interceptación eficaz en la fase de lanzamiento, discriminación entre las cabezas y los señuelos acompañantes, interceptación con bajo coste durante la trayectoria media, interceptación en la fase terminal y gestión global del sistema de combate.

El sistema tendría que cumplir estas funciones con un coste menor del que supondría para el enemigo multiplicar sus fuerzas hasta poder superar las defensas y con garantías de que sus elementos (satélites y armas basadas en el espacio) sobrevivirían a un ataque simultáneo o preventivo. Estas dos condiciones, formuladas por el asesor presidencial Paul Nitzel resultan imprescindibles para que la SDI no genere el resultado, indeseable para Washington, de que Moscú reaccione al planteamiento defensivo norteamericano con un desarrollo desenfrenado de sus arsenales.

Philip Coyle, primer director adjunto de sistemas de defensa del laboratorio Lawrence Livermor -el centro de la universidad de California que, junto con el de Los Álamos, constituye la punta de lanza de la investigación nuclear en EE UU-, estima que la interceptación en el lanzamiento, la discriminación en la trayectoria media y la supervivencia del sistema son los tres problemas más difíciles que la SDI tiene hoy planteados.

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Una buena interceptación en la fase de lanzamiento es tan vital para el SDI que sin ella el sistema de defensa no sería viable, y ello por dos razones: simplifica el problema porque el misil es neutralizado cuando todavía no ha soltado sus cabezas; por otra parte, el lanzador emite gran profusión de rayos infrarrojos, observables a simple vista desde muy lejos, lo que facilita su seguimiento.

Los problemas de esta interceptación inicial derivan de la brevedad del tiempo disponible. Un misil SS-18 soviético suelta sus cabezas nucleares en sólo 300 segundos y a una altura de 400 kilómetros. El nuevo misil MX estadounidense ha conseguido reducir la fase de lanzamiento a 180 segundos y 200 kilómetros del suelo, y parece que sin grandes programas se podrían conseguir nuevas reducciones. En menos de tres minutos un sistema de defensa espacial tendría que descubrir e interceptar, por tanto, ante un ataque masivo no ya uno, sino una parte importante de los 1.398 misiles intercontinentales que según el espionaje estadounidense tienen hoy los soviéticos.

Por lo que se refiere a la detección, ese objetivo queda muy lejos de las capacidades actuales del Mando de la Defensa Aérea de América del Norte (Norad), un complejo de 15 edificios de varias plantas excavado en la montaña granítica de Cheyene, en Colorado, que es el primer centro de alerta nuclear de Occidente y centraliza la tecnología de radares y sensores electroópticos más avanzada que existe. El Norad descubre y valora en dos minutos las características y trayectorias de los lanzamientos de misiles soviéticos. Esos 120 segundos se estiman suficientes para que el mando reaccione frente a un misil que tardaría en llegar a EE UU de 10 a 15 minutos, si ha sido lanzado desde un submarino, y de 30 a 35 minutos, si fuera intercontinental. Dado que el sistema de defensa espacial dispondría para su reacción frente a la amenaza, en el mejor de los casos, de sólo tres minutos, el margen de tiempo de detección que queda para una interceptación en primera fase parece escapar al tiempo humano.

La interceptación en el lanza

El desafío tecnológico de "la guerra de las galaxias"

miento requiere además nuevas armas, capaces de actuar a velocidades muy superiores a la de las armas actuales. Para ello se trabaja tanto en la aceleración de proyectiles cinéticos como en la tecnología del láser. Los resultados más espectaculares han sido demostrados hasta ahora en el campo de los láser químicos. El pasado 21 de junio, EE UU consiguió reflejar un rayo de este tipo sobre el transbordador Discovery. El pasado 9 de septiembre se realizó con éxito en White Sands (Nuevo México) la primera prueba de destrucción de un misil en tierra, en condiciones que simulaban su salida de la atmósfera, por el láser Mid Infrarred Advanced Chemical Laser (Miracl), desarrollado por la empresa TWR.Philip Coyle, del laboratorio Lawrence Livermor, no comparte, sin embargo, el entusiasmo que el general James Abrahamson, director de la SDI, ha demostrado por estos experimentos, y sostiene que los láser químicos, por sus enormes dimensiones, peso y consumo energético, difícilmente podrán ser utilizados, ni siquiera basándolos en tierra, en un sistema de defensa antimisiles. El centro de la universidad de California investiga, en cambio, para esas aplicaciones el láser electrónico libre, una tecnología todavía incipiente, y el láser de rayos X, que es el que tiene más probabilidades de ser eficaz, según este laboratorio. Destinado a ser lanzado desde submarinos apostados en las proximidades de la URSS para que suelte su carga destructora desde el espacio, el láser de rayos X presenta el gran inconveniente de que la energía que lo desencadena es una explosión nuclear, y resulta contradictorio tratar de librarse de las armas atómicas provocando explosiones nucleares fuera de la atmósfera.

Las pantallas de seguimiento de satélites del Norad, en Colorado, tienen localizada, entre más de 5.000 objetos, un pequeño taladro que los tripulantes del Challenger se olvidaron en el espacio el pasado mes de julio. Pero el general Bartholomew, del Centro de Operaciones de Mando, reconoce que esta capacidad de discriminación no tiene nada que ver con la que se necesitaría para distinguir miles de cabezas nucleares entre cientos de miles de señuelos con la rapidez necesaria para realizar una interceptación en la fase media.

Simples ejemplos

Estos grandes problemas de la SDI son, con todo, meros ejemplos de las dificultades planteadas. Materiales más resistentes, instrumentos ópticos más precisos, reducciones de tamaño de los elementos susceptibles de ser basados en el espacio, ampliación y abaratamiento de las capacidades de transporte son necesidades adicionales que plantean otros tantos interrogantes sobre la viabilidad técnica de un sistema antimisiles. El último, y para algunos el más importante, sería contar con el ordenador capaz de procesar millones de operaciones en tiempos infinitesimales, dejando además el margen necesario para que la decisión última siga siendo del hombre. Cuando se le asegura que ningún sistema cibernético podrá atender jamás a las exigencias de ese proceso, el encargado de Grey II, el más potente y más pequeño ordenador del mundo, que se encuentra en el laboratorio Lawrence Livermor, se encoge de hombros y responde: "Se dijo que los ordenadores resolverían todos los problemas del universo en 10 años, y eso tampoco ha sido cierto".

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