Memoria personal de Yves y Simone Proctor
Difícilmente podría, podré ya imaginármela de otro modo: la Marie de Casque d'or, el filme de Jacques Becker.La Marie luminosa, con su cabello de trigo maduro y sus ojazos verdes, bailando, dando vueltas y más vueltas, con Manda, con Serge Reggiani, en la escena final del filme, mientras al fondo se escucha, precisamente, la música de Le temps des ceríses.
Precisamente, Le temps des cerises: "Quand vous en serez au temps des cerises. / Si vous avez peur des chagrins d'amour. / Evitez les balles": "Cuando estéis en el tiempo de las cerezas, si tenéis miedo a las penas de amor, evitad a las guapas".
Precisamente, Le temps des cerises, que es una de las grandes creaciones de Yves Montand.
De la última Simone Signoret, que terminó casi ciega, enferma, hinchada; de la Simone Signoret que Yves Montand, hace ahora un par de años, me hablaba al mismo tiempo con miedo y con ternura, de esa, nada sé: mi Simone Signoret pertenece exclusivamente a la magia del cine y de mi infancia. Y del teatro. Magia esta última que todavía es más efímera, más quebradiza.
Aquel mes de diciembre
Simone Signoret, repito, pertenece sobre todo al cine, pero es hermoso y también es justo recordar hoy aquel mes de diciembre del año 1954, en París, en el que Simone Signoret y su marido, Yves Montand, estrenaban en el Théâtre Sarali Bernhard, hoy, republicana y descaradamente, rebautizado como Théatre de la Vílle, Les sorcières de Salem (Las brujas de Salem), es decir, The Crucible, la obra del dramaturgo norteamericano Arthur Miller, en una adaptación escrita por Marcel Aymé, y bajo la dirección de Raymond Rouleau, al que yo conocí en el París de mis nueve años y que luego sería mi maestro, muerto el 11 de diciembre de 1981.
Mil novecientos cincuenta y cuatro. Estábamos por entonces en plena guerra fría. Yves Montand, un debutante en el oficio teatral, era John Proctor, y Simone Signoret era su mujer, Elisabeth Proctor.
El beso de los Rosenberg
Arthur Miller, el zorro, que sabía lo suyo sobre la caza de brujas -él mismo era conocido como "el brujo de Washington", perseguido por el senador Joseph MacCarthy-, había situado la acción en Salem, en 1962, pero el público no ignoraba que John y Elisabeth Proctor eran, en realidad, el matrimonio Julios y Ethel Rosenberg.
Todo el mundo lo sabía. Y Raymond Rouleau -así lo cuenta Simone Signoret-, al llegar al cuarto acto, tuvo buen cuidado de hacer que Yves Montand-John Proctor, con las manos atadas, aprisionase a su vez el cuerpo de Simone Signoret-Elizabeth Proctor al besarla. "Era", dice Simone Signoret, "la copia exacta de la foto del beso de despedida de Julius a Ethel Rosenberg, aparecida en toda la Prensa".
Eran, si se quiere, otros tiempos. Era, si se desea, otra manera de entender el oficio, de entender el teatro. Pero como era y es seguirá siendo algo justo y hermoso, yo he querido recordarlo aquí, precisamente hoy. En homenaje a Simone, a Raymond y a Yves.
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