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Tribuna
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El pecho

Sacó el pecho por fin el general Videla. Volvía el general de su meditabundo asistir al juicio sobre su propia infamia y vio que en su camino aparecía el obstáculo del señor fiscal y se lo llevó por delante por el procedimiento de sacar el pecho. Imagino el alborozado comentario de todos los matarifes del Ejército y la Armada: el pecho de Videla había arrollado a ese miserable civil que se erige en implacable acusador de la bestialidad.Pero ese pecho es algo más que un pecho. Y el pechazo algo más que una pueril compensación contra el acusador. Ese gesto, ese pechazo, respalda el sentido intelectual de las violaciones, las torturas, los asesinatos, la teoría y práctica de la maldad a cargo de un colectivo de asesinos de Estado. Ese pechazo es una declaración ideológica, de principios. Es una sanción a la propia conducta. Cuando el cerebro colectivo del país emplea sus más escondidos mecanismos de asimilación y compensación del horror, el horror mismo saca el pecho. Ahí está su cerebro. Hay que imaginar la íntima satisfacción del general Videla, luego, entre los suyos, allí estaba, su pecho. El arrollado fiscal era como la rotura del espejo que refleja una infamia absoluta y por lo tanto su devaluación a cargo de los infames. ¡Qué poca consistencia tienen la verdad, la justicia o la libertad que ni siquiera soportan la arremetida del pecho de un flaco general!

El fiscal restó importancia al asunto, porque no era ocasión de añadir tan pueril agresión al catálogo de mujeres violadas por delante y por detrás con botellas de refrescos multinacionales, a la sombra, siempre a la sombra del pecho de Videla o de cualquier otro valiente militar de despacho y sótano. Cuando Videla envejezca, supongo que en libertad e impunidad, podrá contar esta historia a sus nietos. De cómo, sin otra ayuda que el pecho, desmontó la imagen de la democracia. Y los niños le pedirán que les cuente el de la picana. El del potro. Otro. Otro. Cuéntanos el de la bañera, abuelito. Y como cada noche, el general Videla les terminará contando el cuento de aquellos niños que desaparecieron porque sus padres eran malos y Dios se lo s llevó a la isla del Nunca Jamás.

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