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33º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

La sección oficial arranca con un hábil y sobrevalorado Huston

Una película sobrevalorada del viejo John Huston, El honor de los Prizzi -proyectada fuera de concurso-, el mediocre filme checoslovaco La sombra del helecho y la irregular película francesa Vida de familia son las tres primeras obras de las que se habla y habla en los pasillos del festival de San Sebastián. Acogidos a los beneficios publicitarios que les da el ser proyectados en la competición oficial, estos tres filmes han eclipsado otras actividades más dignas de atención. Como es frecuente en este tipo de mercados, el oro dormita en la trastienda, mientras las baratijas relucen en el escaparate.

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Claro es que cuando una de esas baratijas se llama Jacqueline Bisset, que ayer ofreció su prometida charla con los informadores, la temperatura de las fachadas sube vertiginosamente. El oro escondido procede de las dos decepciones a que nos referíamos ayer: la su presión de la sección de Vídeo y de Nuevos Realizadores, esta última al parecer por exigencias de la Federación Internacional de Productores. Ambas se han compensado sagazmente con otras dos nuevas, Cenizas y Diamantes y Zona Abierta, que, cada una a su manera, son prometedoras. La primera está destinada a ofrecer un panorama sobre la década de los sesenta, que fue un hervidero nacido por un lado del hundimiento de Hollywood y por otro del súbito despertar de las cinematografías nacionales en Europa y algunos países del Tercer Mundo. La segunda sección, Zona Abierta, es todavía más prometedora, pues cubre con una fórmula muy hábil de cajón de sastre la desaparecida sección de Nuevos Realizadores, manteniendo un sustancioso premio para la mejor película de uno de los novicios que participen.

Así se preserva la conexión -más necesaria que nunca, ahora que el certamen vuelve lógicamente, a padecer un asalto de oficialismo- del festival de San Sebastián con los viveros de la inventiva cinematográfica actual, así como con los laboratorios de la experimentación formal.

Pero volvamos a las tres baratijas del escaparate. La primera, El honor de los Prizzi, de Huston, cuenta una enrevesada historia de clanes mafiosos, a caballo entre Nueva York, Las Vegas y Los Ángeles, cuya anécdota central es poderosa y tiene gracia: un matrimonio de pistoleros a sueldo recibe el lúgubre encargo, cada uno por separado, de liquidar al otro cónyuge. El mortal dueto está interpretado por Kathleen Turner y Jack Nicholson. Ella hace un trabajo convincente. Él, pasado de rosca, ejecuta una de esas pésimas sobreactuaciones en que este irregular actor incurre cuando no está bien dirigido, y aquí con toda evidencia no lo está.

La rocambolesca historia es de las llamadas resultonas, y con ella Huston ha querido sacarse la espina de su último y pobre filme, Bajo el volcán, que es un auténtico desertizador de salas cinematográficas. En cierta manera, el veterano Huston va a conseguir su propósito, pues su nueva película tiene garantizados los favores del público, ya que es de las que da, y bien dado, gato por liebre.

El consumado oficio y el ratonero olfato de Huston le permite narrar con maneras moderadas lo que no es más que una descarada exageración y hacer creer a pie juntillas al respetable cosas literalmente increíbles. Película de realización muy sólida y guión muy hábil, saca chispas de gracia de esa paradoja que consiste en tratar en tono verosímil lo que no es sino una inverosímil caricatura. Divierte, pero no pasa de ser un juego cuya condición falsaria se debe a que es menos de lo que parece.

La película checa La sombra de helecho, de Frantisek Vlácil, lleva dentro una durísima historia de crímenes en un marco rural, pero tal dureza está ablandada por un enfoque muy confuso.

Más interés tiene la francesa Vida de familia, de Jacques Doillon, que tiene un arranque bueno y un desarrollo inicial magnífico -la curiosa aventura humana de un padre y su hija en su día de encuentro semanal- pero que se quiebra lamentablemente en la media hora final, en la fase resolutiva.

En cine, los fuegos de artificio intelectuales apagan cualquier hoguera.

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