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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Chile, un trágico y permanente desencuentro

La vida política chilena sigue una errática trayectoria de desencuentros. En el período del Gobierno de Salvador Allende, la falta de entendimiento entre la Democracia Cristiana (DC) y Unidad Popular en 1970-1973 fue determinante para crear las condiciones del golpe militar.El Gobierno de las fuerzas armadas no se encontró luego con quienes hubieran podido mantener o restaurar la institucionalidad civil -los conservadores y la DC-, y fracasaron también los vagos proyectos de montar un Estado totalitario-corporativo.

La oposición política dista mucho de ofrecer una alternativa creíble, a causa de su división: no nos referimos a la inexistencia de un único organismo unitario (utópico y probablemente no imprescindible) ' sino a la discordancia de objetivos y formas de acción que se manifiesta entre el izquierdista Movimiento Democrático Popular (MDP) y la coalición moderada Alianza Democrática.

El MDP, movimiento que integra al partido comunista, al sector socialista de Almeyda y al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), aspira a lograr la ruptura a través de la confrontación directa y el Gobierno provisional. La Alianza Democrática, que integra a la DC, al partido socialista histórico y a otros grupos de centro y de izquierda, pretende la presión pacífica y la restauración de la democracia -si es posible, con Gobierno provisional, predominantemente civil- a través de un proceso negociado entre las fuerzas armadas y todas las fuerzas de oposición. Son dos proyectos distintos que no facilitan -aunque no sean necesariamente contradictorios- la acción común ni generan confianza en el cambio.

Tampoco el Gobierno cuenta con las fuerzas políticas y sociales necesarias para armar la transición: entre el Gobierno Pinochet y la derecha nacionalista, gremialista y conservadora que lo apoya, el diálogo es más bien escaso.

En el último período (1983-1984) se produce otro desencuentro, no por previsible menos espectacular: el que se da entre apertura y oposición. Al revés del chalaneo gitano (mentirse sin engañarse), aquí todos se engañan precisamente porque no se mienten. El Gobierno hace la apertura para la derecha, tolerando al centro y excluyendo a la izquierda marxista, y deja bien claro que no se trata de modificar las previsiones constitucionales (lo que significa mantenerse en el poder por lo menos hasta 1989).

Es obvio que la apertura de 1983 y 1984, más anunciada por Jarpa que permitida por Pinochet, fue un intento de llevar a una parte de las fuerzas políticas que' encabezan la protesta al campo de juego del Gobierno y aislar a los otros.

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La oposición, desde la DC hasta el PC, ve en la apertura un signo de debilidad del Gobierno, la posibilidad quizá de forzar, por lo menos de hecho, la legalización progresiva de ciertas formas de acción política (Alianza. Democrática) o el aprovechamiento para desarrollar la protesta de masas (MDP). Todos fracasan. El Gobierno no genera interlocutores legítimos de derecha y de centro que le arropen en su camino hacia 1989, y tampoco consigue poner cuñas decisivas entre la oposición de centro-izquierda (Alianza Democrática) y de izquierda radical (MDP). Al contrario, ambas coinciden más que antes en las protestas.

La oposición, sin embargo, con un exceso de confianza en sus propias fuerzas, multiplica a la vez protestas de masas y posiciones estables en la vida pública (organismos políticos, sedes y revistas, ocupación de cargos electivos de tipo corporativo), confiando en precipitar así el fin de la dictadura. La respuesta represiva hace decrecer gradualmente la protesta popular, y cuando, en noviembre del año pasado, se proclama el estado de sitio, las posiciones adquiridas se tambalean. No obstante, tampoco se vuelve a la situación de antes de 1983: los espacios de libertad conquistados no se pierden del todo.

En fin, el primer encuentro entre la nada generosa apertura de la dictadura y la poco elaborada alternativa de la oposición democrática no se ha producido. Planteado así, el desencuentro era inevitable. Mientras tanto, todo un país sufre cruel e innecesariamente.

Los desencuentros políticos, los compartimientos ideológicos, los aislamientos sociales, han pesado siempre demasiado en la vida chilena. Faltan lugares de encuentro, mecanismos de diálogo, culturas o valores de síntesis, asunción positiva de los acuerdos, aceptación consecuente del pluralismo...

Terrible el error que implicaba aquel principio de muchos sectores de Unidad Popular en 1973: "No transar". Mucho más terrible la incapacidad del actual régimen chileno de abrir cauces para que los diversos actores, militares incluidos, se encuentren y se concierten para desarrollar un proceso de democratización que, de una forma u otra, todos consideran ineluctable.

Uno de los grandes éxitos de la acción de la Iglesia chilena es el haber creado unos espacios de diálogo que posiblemente nunca habían existido con esta amplitud en la historia de Chile. Pero la Iglesia no puede sustituir el campo de juego del Estado, porque éste es el lugar de encuentro real y formal de las fuerzas sociales.

El proyecto militar

¿Qué Pretende el actual Gobierno chileno? Durar hasta 1989, por lo menos, y luego, si le es posible, imponer un presidente (¿el mismo Pinochet?) y dejar fuera de la Cámara elegida a la izquierda o a una parte importante de ella. La declaración de inconstitucionalidad del MDP y de las fuerzas que lo integran (PC, una parte del PS y MIR) forma parte de este proyecto.

El plan tiene su coherencia. Se empuja a la izquierda hacia la clandestinidad y la radicalización, haciendo del PC el enemigo público número uno. Se pretende forzar así a los socialistas a ser compañeros de viaje del PC, si les siguen en la resistencia violenta, o a aparecer como oposición amaestrada, si aceptan las excluyentes reglas del juego. Al centro, a la DC, se le ofrece el papel de oposición principal si acepta participar en el simulacro de democracia. Es decir, se trata de un proyecto político inamovible hasta 1989 y destinado a mantener en el poder a los mismos sectores políticos y sociales que apoyaron al Gobierno militar desde 1973.

Sinceramente, creemos que este proyecto no puede realizarse. No es imposible que el Gobierno Pinochet llegue hasta 1989, aunque no es probable ni deseable. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que pretender inmovilizar el proceso político chileno hasta entonces puede provocar enfrentamientos gravísimos, y es impredecible lo que pueda ocurrir luego. Resultaría muy aventurado confiar pasivamente en una democratización gradual y pacífica a partir de 1989.

El empobrecimiento y la intolerancia gubernamental han radicalizado considerablemente a las clases medias hacia la oposición. La situación de los sectores populares, el 50% de la población, muchas veces se sitúa al límite de la supervivencia: sin lo mínimo para comer, recluidos en poblaciones marginales y sometidos periódicamente a brutales allanamientos y detenciones masivas, la desesperación provoca reacciones explosivas. Un día pueden ir a morir en masa a las protestas.

La oposición política -en especial la izquierda- externa al Estado, a la que se le cierran las puertas para participar en un diálogo que haga avanzar hacia la democracia y sin que existan instituciones intermedias que permitan la democratización por abajo, no puede hacer una política ni gradual en el Estado ni atomizada en la sociedad, sino que plantea periódicamente acciones generales para presionar al Gobierno. Estas acciones no siempre tienen éxito; incluso el estado de sitio pudo frenarlas momentáneamente. Pero sí no se dan otras salidas, las demandas sociales y políticas estallarán por esta vía, y sí la única respuesta es la represión, la tragedia es ineluctable.

La necesaria democratización

Éste es nuestro temor. El análisis, que procuramos que sea frío y objetivo en la medida de lo posible, nos conduce hacia una previsión angustiosa: la de la escalada infernal de la violencia. Es posible evitarlo si en los próximos meses se da una liberalización política y una negociación que permita convocar elecciones libres no mucho más tarde de 1986. Creer que puede esperarse a 1989 sin que pase nada es sentarse al lado de un polvorín mientras encienden un fuego.

Chile necesita la democracia no únicamente para salir de su atolladero político actual, porque la reclama su sociedad y porque el país puede funcionar perfectamente con ella (mucho más que en el pasado), sino también porque debe emprender un grande y largo esfuerzo de reconstrucción nacional, sobre todo económico-social. La movilización productiva y la concertación sólo puede lograrse con un Gobierno de amplía base popular y con un sistema de libertades que garantice la participación de todos.

Pero la democracia es encuentro: aceptación de reglas comunes, instituciones representativas, concertación económica y social, tolerancia cultural. El encuentro hace posible la libertad para todos.

La solidaridad con el pueblo chileno y el apoyo a la democratización significa hoy también propiciar los encuentros.

Jordi Borja es sociólogo y teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona.

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