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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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La iniciativa de Defensa Estratégica y la 'cumbre' Reagan-Gorbachov

Dentro de unos días, los equipos negociadores de Estados Unidos y la Unión Soviética sobre control de armamento volverán a reunirse en Ginebra en la última sesión antes de la cumbre Reagan-Gorbachov en noviembre. Es predecible que la ansiedad entre las democracias que esperan un progreso crecerá a medida que la fecha se aproxima. Y Gorbachov, en recientes declaraciones, ya explota este sentimiento al hacer coincidir el éxito en Ginebra con el abandono de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), el plan de la Administración Reagan para proporcionar una defensa contra los misiles balísticos.La forma en que la Administración trate su propia iniciativa de cara a la cumbre es una de las decisiones más importantes de la década.

El primer paso crucial en relación con esa decisión es la elaboración de una política sobre defensa y control de armamento que refleje los cambios revolucionarios en tecnología armamentística, reduzca la confianza en las armas nucleares y responda a los universales anhelos de eliminar el peligro del apocalipsis nuclear.

La política en que se ha basado la defensa occidental desde el fin de la II Guerra Mundial -la igualdad entre la seguridad y la amenaza de una total devastación nuclear- está claramente perdiendo importancia. El espectro de las víctimas del apocalipsis quita credibilidad a la amenaza de una acción directa. En tales circunstancias, el público demócrata recurrirá, antes o después, al pacifismo y al desarme unilateral.

La Unión Soviética, no obstante, con su estrategia de estigmatización de los esfuerzos por alcanzar alternativas menos nihilistas, ya ha conseguido avances suficientes y ha de ser enfrentada, con firmeza. Eso puede conseguirse de dos formas: primera, haciendo que Occidente comprenda que si la riada de protestas soviética contra la SDI tiene éxito, pronto arruinará los intentos serios de una política de defensa y del control de armamento. Y segundo, con unas negociaciones que no abdiquen de las metas norteamericanas en favor de lo que los soviéticos consideran aceptable.

La defensa estratégica es la única idea nueva que apunta en otra dirección distinta que un exceso de confianza en el armamento nuclear, que amenaza con paralizar la estrategia y con trivializar el control de armamento. Con los arsenales existentes, ningún acuerdo que limite las armas ofensivas y prohíba las defensivas puede ser mucho más que un paliativo, por las razones siguientes:

- Todos los esfuerzos por con seguir que los soviéticos reduzcan o limiten los misiles nucleares de cabezas múltiples mientras se relegaban las defensas han resultado inútiles. El resultado fue que el número de misiles atómicos acumulado en los arsenales de las superpotencias es tan enorme, la fiabilidad y precisión tan grandes y la cantidad necesaria para una destrucción masiva tan pequeña que ninguna reducción previsible (incluso del 50%) puede, en ausencia de las defensas adecuadas, afectar a la capacidad de predominio nuclear ni a la ecuación psicológica resultante.

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Ciertos grados de reducción ponen las cosas peor

Las cabezas nucleares múltiples crean una enorme desproporción entre el número de rampas de lanzamiento y la amenaza ofensiva total. Como cada lanzador de misiles puede portar 15 o más cabezas nucleares, un primer ataque siempre ofrece la tentación de una ventaja. Reducir el número de rampas mientras existan las cabezas múltiples no reduce el riesgo: paradójicamente, con ciertos grados de reducción la cosa se pone peor, porque la relación entre cabezas nucleares y rampas de lanzamiento permanecerá constante.

- A finales de siglo, varios países del Tercer Mundo dispondrán de armamento nuclear. Con ello, algunos tendrán una enorme capacidad de extorsión, porque pueden hacer que la amenaza del suicidio sea más creíble que en el caso de las superpotencias.

- Está claro que los soviéticos están interesados en perpetuar el statu quo nuclear porque, aunque las armas nucleares resulten no serles más útiles que a las democracias, tienen unas enormes fuerzas convencionales y una población que en su mayoría ignora las consecuencias de la guerra nuclear. Pero los historiadores del futuro se preguntarán sorprendidos cómo en una era de destrucción cataclísmica y proliferación nuclear hubo tanta gente en Occidente que, pensó que la clave de su seguridad estaba en la perpetuación de una total vulnerabilidad.

La Administración Reagan ha respondido a la situación marcando una diferencia entre investigación, por un lado, y las pruebas y el despliegue, por otro. Incluso sus proyectos aparentemente más duros se limitan a proseguir con la investigación. Las decisiones de despliegue, se asegura, se tomarán después de haber completado la investigación, probablemente por otro presidente. En cualquier caso, la Administración Reagan asegura que el despliegue no tendrá lugar sin consultar a los aliados ni sin negociaciones con los soviéticos. En Ginebra la delegación norteamericana. se ha negado a tratar las limitaciones de despliegue de armamento defensivo, con el argumento de que tal limitación es prematura.

El resultado es que la Administración parece ser conducida por las declaraciones de Gorbachov, las dudas de los aliados y por sus propias ambivalencias hacia un compromiso que consiste en una reducción de las rampas de lanzamiento en un 25%, prosiguiendo con la investigación de misiles defensivos, sin pruebas ni despliegues, y reafirmando el tratado de misiles antibalísticos (ABM).

Trascendencia marginal de la reducción de armamento

Tal compromiso provocaría un casi audible suspiro de alivio en Occidente. El acuerdo soviético para continuar la investigación sobre defensa sugerido por Gorbachov sería saludado como una tremenda concesión soviética. Sin embargo no hay salvación en la autosugestión que identifica el progreso en el control de armamento con la perpetuación de dilemas insostenibles. En la actualidad no se necesita el permiso soviético para investigar. El tratado ABM lo permite específicamente, y los soviéticos lo han aprovechado al máximo. En todo caso, la prohibición de investigar seria incomprobable. Tampoco prohíbe el tratado ABM las pruebas de tecnología en el suelo: lo que prohíbe -al menos implícitamente- son las pruebas en el espacio, donde Estados Unidos lleva ventaja. En lo que respecta a las reducciones de armamento, su trascendencia, si la tienen, es muy marginal. No reducirían -de hecho tenderían a aumentarla- la capacidad soviética de devastación de la población civil e incluso de un tremendo golpe final.

El proyectado compromiso podría venderse, sin duda alguna, con el argumento de que permitiendo la investigación se conservan todas las opciones para el futuro. De hecho, lejos de conformar a los críticos, les dará otro motivo más para destruir la SDI. A consecuencia de un acuerdo de limitación de las armas ofensivas -por poca importancia estratégica que tenga-, la oposición del Congreso se movilizará en nombre de un control de armamento para desbaratar un amplio programa de investigación -especialmente en el campo de las armas espacialesIncluso si falla este intento, hacer depender. la defensa estratégica de unas negociaciones futuras arruinará la SDI. Una vez congelada una relación ventajosa, los soviéticos no accederán en unos pocos años a lo que rechazan ahora. Para desplegar las defensas, un futuro presidente tendría que comprometerse a un acuerdo que en ese momento aparente sacrosanto a los ojos de los aliados, venciendo las objeciones de muchos intelectuales, y ante una inhoble campaña soviética.

Para ser honesto, la Administración Reagan está considerando estas cuestiones como una táctica para rescatar a la SDI de sus implacables enemigos. Pero en los aspectos de principio, el proceso democrático requiere una exposición y una decisión claras de sus aspectos más profundos.

Parece irónico, pero los resultados previstos no sólo perpetuarán una estrategia nuclear nihilista, sino que dejarán a las democracias muy vulnerables ante un avance soviético en defensa estratégica. Los soviéticos atacan únicamente a la defensa con base espacial, aspecto en el que su tecnología está más atrasada, mientras siguen adelante con grandes programas de investigación y prueba de defensas tradicionales basadas en tierra, y han ignorado las prohibiciones específicas del tratado ABM siempre y cuando sirvió a sus propósitos estratégicos: el nuevo radar de Krasnoyarsk es una clara violación. Así las cosas, el convenio básico propuesto combina todas las desventajas; reducirá el ritmo de la investigación americana y la canalizará hacia una tecnología menos prometedora; alimentará una euforia sin acabar con la perspectiva de que de pronto se produzca el despliegue de un avance soviético, quizá incluso en el espacio; no va a reducir de forma significativa la amenaza de una ofensiva.

La Administración Reagan tiene una oportunidad de conseguir un cambio histórico en las relaciones estratégicas y reducir en gran medida la amenaza de un apocalipsis nuclear. Para salvaguardar su oportunidad, la Administración Reagan tiene que hacer algo más que rechazar simplemente las propuestas de Gorbachov: necesita una alternativa. Debe declarar explícitamente que no aceptará una prohibición de las defensas de misiles, pero que negociará el alcance y naturaleza de la defensa estratégica al mismo tiempo y en relación con los niveles acordados sobre las fuerzas ofensivas. Tal proposición podría vincular una gran reducción de las capacidades ofensivas con un crecimiento limitado de las fuerzas defensivas. Concretamente:

a) Ambas partes han de acordar la eliminación de los misiles con cabezas múltiples en un período acordado; por ejemplo, 10 años (o por lo menos limitarlos a un pequeño número de, digamos, 100 o menos).

b) El número de rampas de lanzamiento de ambos lados se reduciría a menos de 1.000, incluyendo a los bombarderos de largo alcance. Esas dos medidas producirían una reducción de cabezas nucleares próxima al 90%.

c) Ambos lados tendrían que acordar que la defensa estratégica se pondría en marcha sobre ese mismo período de 10 años, pero confinada a los siguientes objetivos: primero, protección de las fuerzas de represalia, es decir, bases de ICBM (misiles balísticos intercontinentales) y bombarderos; y segundo, una defensa de la población contra ataques limitados y lanzamientos accidentales de una superpotencia, además de contra los ataques de terceros países nucleares. Cada lado sería libre de elegir la forma de despliegue -sea en el espacio, en tierra o en ambos lugares- siempre que se permaneciera dentro de los límites.

d) El tratado ABM se modificaría de acuerdo con los procedimientos de revisión establecidos.

Reducir las posibilidades de un chantaje nuclear

Un acuerdo así invertiría radicalmente la acumulación de cabezas nucleares. El nivel de la defensa estaría dedicado -y, por tanto, limitado- a un acusado descenso de la capacidad ofensiva. Reduciría las posibilidades de un chantaje nuclear. Si solamente puede penetrar un ataque total las defensas y si las defensas estratégicas impiden conocer la certeza de lo que podrán conseguir las armas, se reducirán los incentivos racionales de una guerra nuclear.

Es evidente que si los soviéticos persisten en su negativa, Estados Unidos no tendrá otra opción que construir una defensa estratégica unilateralmente basada en los dos principios antes descritos.

Una decisión de ese tipo requerirá un cambio total de la actual política de defensa. En el período de 10 años mencionado, las fuerzas convencionales tendrán que recibir una atención primordial -una decisión que de todas formas impondrá la tecnología- La calidad de estadista consiste en gran medida en prever y controlar lo inevitable. El fallo en ese aspecto solamente garantiza una parálisis estratégica y diplomática.

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