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42º Festival de Venecia

El ritmo infernal del certamen

Cuando la Mostra se acerca ya al final, el ritmo de proyecciones de filmes a concurso aumenta. Así, hasta ahora las candidatas al León de Oro se sucedían a un tranquilo ritmo de dos cintas por día, de las cuales, de vez en cuando, una participaba sin ambición competitiva alguna; desde ayer los cronistas estamos obligados a un régimen de tres películas diarias, a las que hay que sumar las correspondientes a la Semana de la Crítica o a otras manifestaciones paralelas.Dust, El tango de la vida y La casa sin mesa en el comedor son producciones belga, soviética y japonesa, respectivamente; fueron ayer las protagonistas de este ritmo infernal. Dust, de Marion Hansel y protagonizada por una disciplinada y voluntariosa Jane Birkin, ha sido rodada en España, aunque la acción figura como que transcurre en Suráfrica. Basada en una novela de J. M. Coetzee -In the heart of the country-, cuenta las difíciles relaciones entre una hija enamorada de un padre que no la presta atención -Trevor Howard- y sus criados negros. Ella, Jane Birkin, es una solterona reprimida, en cuya mente se entremezclan los sueños, el deseo y la realidad. La película no pretende compartimentar cada uno de esos planos, sino que prefiere que el espectador participe de las dudas de la protagonista, que no logra imponerse como persona, asfixiada por las convenciones sociales y raciales que la impiden ser un individuo y la transforman en el genérico mujer de raza blanca.

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La soviética El tango de la vida, de Alberto Mkrtcian, es lo más parecido que existe a una película española con Martínez Soria, pero rodada a mediados de los años cincuenta. Su inclusión en la Mostra sólo puede justificarse desde un paternalismo antropológico que seleccione las películas no por sus méritos artísticos sino por los datos que puede suministrar para un cursillo de sociólogos.

La japonesa Shokutaku no na ¡e, es decir, La casa sin mesa en el comedor, es un estilizadísimo melodrarna político-familiar, dirigido por Masak¡ Kobayashi. Su historia se basa en un hecho real -las acciones terroristas a principios de los setenta de un grupo llamado la Liga Roja- y centra su atención en la repercusión de los actos del hijo terrorista sobre la familia. La moral japonesa quiere que cualquier iniquidad cometida por los hijos recaiga sobre el honor de los padres. Éste, en un caso como el elegido por Kobayashi, que fue conocido por todos pues la detención del grupo fue transaútida en directo por televisión, adquiere una dimensión especial. El padre se niega a responsabilizarse de lo que pueda haber hecho un hijo mayor de edad y su gesto sólo es comprendido por el hijo encarcelado. Se trata de acabar con la moral patriarcal, y eso, paradójicamente, sólo se puede lograr através de la iniciativa del progenitor, que al comprender el sentido de la rebelión infantil procura alejarse del muchacho encarcelado para que sus gestos no se presten a malas interpretaciones. La frialdad expositiva de Kobayashi se adapta bien a lo que tiene entre manos.

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