Una tarde en el Museo del Prado con Rafael Alberti
Rafael Alberti iba para pintor y se quedó en poeta. En un poeta jovencito que ganó, con Marinero en tierra, el Premio Nacional de Literatura. En un viejo poeta que, tras 39 años de destierro, mereció el Premio Cervantes. Tenía 15 años cuando dejó El Puerto de Santa María y visitó el Prado por primera vez. Dice que se convirtió como en su segunda casa, de la que después evacuó Las meninas y el Carlos V para salvarlos de los bombardeos de la guerra. Alberti, que conoce cada rincón de este museo que ahora ha recuperado su autonomía administrativa, se ha prestado a hacer de guía por una tarde.
La primera vez que entró en el Prado fue en 1917, recién llegado de Cádiz. En su libro A la pintura recogió Alberti esa vez primera: "¡El Museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía / pinares en los ojos y alta mar todavía / con un dolor de playas de amor en un costado, / cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado".Rafael Alberti venía con una idea preconcebida de la pintura clásica; idea negra, oscura, de santoral, y se encontró con Rubens. El joven Rafael casi se escandalizó. "Aquella coloración tan fantástica, aquellas carnes tan frescas... Fue una gran alegría comprobar qué la pintura clásica era una ventana abierta a la naturaleza".
Fueron primeros momentos imposibles de olvidar. "Mil novecientos diecisiete. / Mi adolescencia: la locura / por una caja de pintura, / un lienzo en blanco, un caballete". Rafael se sentaba entonces ante estatuas y lienzos pata dibujarlos.
Ya no está Rubens en la misma galería. Ahora están Francisco Ribera, Alonso Cano y otros pintores españoles que a Rafael le gustan, pero menos. Porque "la escuela española siempre ha sido triste y apagada por causa de la Inquisición y el exacerbado catolicismo". Alberti, de apellido italiano y origen luminoso de bahía, prefiere los colores alegres de la escuela veneciana a los claroscuros de Zurbarán o Ribera.
Así, de El Greco, resalta que "es maravilloso porque aprendió a pintar en Venecia, con Tintoretto", y hace llamar la atención sobre los lienzos más luminosos del griego y, por tanto, sobre La anunciación, cuya restauración le ha devuelto la brillantez de su colores originales.
La noche de Carlos V
Ante el retrato que Tiziano hizo al emperador Carlos V, Rafael Alberti rememora la noche en que Las meninas y Carlos V abandonaron el Prado: "Yo intervine en el salvamento del Museo del Prado durante la guerra. El Gobierno de la República decidió evacuar la pinacoteca porque y había sido bombardeada. El Gobierno estaba en Valencia y yo tenía un permiso para entrar e el Prado y hacer de delegado del Ministerio de Bellas Artes. Se pensó que los primeros cuadros que había que salvar debían ser el Carlos V, de Tiziano, y Las meninas, de Velázquez".
La operación se hizo de noche. Se embalaron los dos cuadros juntos, porque son del mismo, tamaño, y los cargaron en un camión. "Hicieron un embalaje soberbio, sin peligro para los lienzos, cubrieron el camión con una lona y nos lo llevaron a la Alianza Intelectual, de la que yo era secretario, desde donde se tenía que hacer la expedición para Valencia. No pudimos meter las dos obras en la Alianza porque no cabían por la puerta y entonces empezaron de nuevo los bombardeos y allí estaban los cuadros, en la calle. Partieron de madrugada, cuando cesaron las bombas. Eran los primeros cuadros que salían del Prado. Después se sacaron unos 300 cuadros más, que posteriormente salieron de España, junto al Ejército derrotado".
De las salas de Tiziano sale Alberti en busca de las obras de Tintoretto, uno de sus pintores favoritos, y, sobre todo, en busca del "retrato de la dama gris". Para este Retrato de joven veneciana sólo tiene Alberti un elogio -"divino"-, de tan obvia que le parece su desmesurada belleza. De Tintoretto ha escrito el poeta: "No te miro, me anego / en ti mar agitado, / pincel arrebatado / en un carro de fuego".
Alberti ha dicho más de una vez que la pintura española está agonizando. Después de 39 años sin ver el museo, el poeta, que tenía grabados en su retina los lienzos de sus galerías, sufrió una cierta decepción al comprobar los efectos de la contaminación sobre los cuadros de maestros como Velázquez. "Cuando volví a España, me encontré la pintura española negra, llena de barnices, de porquería".
Por eso aplaudió la labor de John Brealy, el restaurador que dejó Las meninas incluso más limpias que como él las recordaba. Igualmente queda ahora encantado el poeta cuando ve por vez primera Las hilanderas restauradas y elogia la labor realizada sobre el lienzo. "Éste es un cuadro muy difícil de tocar. Velázquez pintaba con muy poca pintura y a poco que se toque, sale el lienzo debajo".
Sería estupendo, según Alberti, que hicieran la misma labor de restauración con Las lanzas o con el retrato de El príncipe Baltasar Carlos. "Yo he visto los azules de Velázquez. Eran extraordinarios". Esos azules y esos perlas y blancos que han recuperado ahora también Las meninas. La pequeña sala donde se ha instalado este óleo de Velázquez, según Alberti, es excesivamente estrecha para un cuadro de tal perspectiva aérea.
Después de recorrer las salas de Murillo y de Zurbarán, Rafael Alberti tiene prisa por encontrarse con Goya, con las majas, con La gallina ciega, que él reprodujo en su juventud en formato reducido. Alberti vuelve a vibrar, "porque con Goya se acaban las cuaresmas y llega la felicidad a la pintura española: aquí la gente juega, es el frenesí, la maravilla".
Babelia
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