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La elevada deuda externa de América Latina se ha convertido en el factor de identidad de la región

Joaquín Estefanía

La gigantesca deuda externa de América Latina, 360.000 millones de dólares (60 billones de pesetas), es uno de los factores aglutinantes en la actualidad de la identidad de la región. Esta idea toma cuerpo en cada uno de los foros en los que técnicos y políticos latinoamericanos estudian las soluciones para salir de la trampa financiera que impide el desarrollo integral de la zona. El líder cubano, Fidel Castro, se ha dado cuenta de ello y ha levantado nuevamente la bandera de un nuevo orden económico internacional, haciendo tabla rasa del endeudamiento acumulado.

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Esta semana, pocas jornadas antes de que en Buenos Aires se reúna la asamblea general de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), un ente que depende de la Organización de Naciones Unidas, Castro reúne a políticos y economistas para buscar salidas al choque de la deuda.Todavía no se conocen con exactitud los nombres y el número de quiénes se reunirán a partir de mañana en el Palacio de Convenciones de La Habana. Sin embargo, caben pocas dudas de que lo que se diga en la capital cubana tendrá repercusión inmediata en los países latinoamericanos. Castro ha anunciado que de esta reunión no saldrá un "club de deudores" que actúe como cartel frente a los acreedores internacionales. Pero la opinión del líder cubano es sobradamente conocida: la deuda latinoamericana es impagable y debe cancelarse. "Se ha dicho que si la deuda no puede pagarse se desestabilizará el sistema financiero internacional. No es en absoluto imprescindible que esto ocurra. Nosotros planteamos que los países industrializados acreedores pueden y deben hacerse cargo de la deuda ante sus propios bancos".

Estas palabras de Fidel, reproducidas de una entrevista concedida al diario mexicano Excelsior en marzo pasado, han sido repetidas por el líder, cubano, con breves modificaciones verbales, en el IV Congreso de la Federación Latinaomericana de Periodistas y en la Conferencia Sindical de los Trabajadores de América Latina y el Caribe sobre deuda externa, celebradas el pasado mes en La Habana.

La conferencia de La Habana se produce inmediatamente después de la toma de posesión de Alan García como presidente peruano. García, de ideología socialdemócrata, no ha tenido más remedio que pedir a sus conciudadanos sangre, sudor y lágrimas para sacar a Perú del galopante subdesarrollo en que se halla sumergido. La deuda externa peruana es el freno determinante a cualquier acción de gobierno. En unas recientes declaraciones, Alan García era muy explícito: "En las actuales condiciones, Perú no puede pagar. Los políticos debemos decir la verdad, que tiene una fuerza revolucionaria. Y la verdad es ésta: debemos 14.000 millones de dólares, y nuestro producto bruto es de 16.000 millones. En 1985 nuestras exportaciones alcanzarán los 3.100 millones de dólares, y deberíamos pagar 3.700 millones de dólares". ¿Quién entiende tan alucinante situación?

El límite de la austeridad

Entre los mandatarios latinoamericanos que acompañaron a García en su acceso a la presidencia peruana, en una Lima cada vez más asemejada a Calcuta, estuvieron Raúl Alfonsín y Julio María Sanguinetti, dos presidentes constitucionales permanentemente conectados a la hora de poner toallas a la quiebra exterior de sus respectivos países, Argentina y Uruguay. La rapiña de los militares golpistas en el Cono Sur ha puesto también fuera de juego a cualquier política económica que no tenga como base el ajuste y la austeridad, para pagar una deuda externa en muchos casos ilegítima y que sobrecargó el consumo superfluo y los gastos militares.

En todas las democracias recientemente constituidas en América Latina se teme que, como consecuencia de una situación económica insostenible, los militares puedan volver al poder, y esta vez dentro de cauces electorales. Lo ocurrido en Bolivia con Hugo Bánzer es mirado de reojo por muchos políticos latinoamericanos. También por muchos militares. Es muy difícil insuflar austeridad donde no hay más que pobreza extrema. Resultaba cruel, por ejemplo, observar el pasado año un discurso del presidente peruano Belaúnde Terry por televisión, pidiendo ayuda a la política del Fondo Monetario Internacional desde las míseras tierras de Ayacucho, la zona en la que tiene su máximo apoyo Sendero Luminoso.

Pocos días después de la conferencia de La Habana se reunirá, en Buenos Aires, la asamblea anual de la CEPAL. Las posturas predominantes de esta organización -impregnada de la labor y de la filosofía moderadora de su anterior secretario general, el canciller uruguayo Enrique Iglesia- se acercan mucho a la del Grupo de Cartagena (grupo formado por los Gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, México, República Dominicana, Perú, Venezuela, Colombia y Uruguay).

El Grupo de Cartagena pretende una negociación política con los países acreedores de la que salga un pacto global para el pago del servicio de la deuda. La CEPAL tendrá que dar carta formal en esta asamblea a las conclusiones de la reunión técnica celebrada en Santiago de Chile (por cierto, con la presencia por primera vez en la capital chilena de un delegado cubano, al que la policía no dejaba circular libremente y trasladaba de su hotel a la sede de la CEPAL, y vuelta) el pasado mes de mayo. En esa reunión se manifestó la perplejidad de todo tipo de salidas clásicas a la crisis (monetaristas, keynesianas, defensoras de la política del desarrollo y de la teoría de la dependencia), y la misma existencia de la deuda exterior como aglutinante de la identidad de América Latina.

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