Brasil descafeinado
ENVIADO ESPECIALPoca cosa más podía hacerse durante la primera parte de la clausura del festival vitoriano. El ombligo de la segunda corista comenzando por la derecha era el único posible foco de interés que ofrecía la desangelada troupe brasileira en escena.
Todo anduvo manga por hombro en esa penúltima etapa del certamen de Vitoria. Un retraso de hora y cuarto con don Antonio Carlos enfarrucado en no se sabe muy bien qué cuentas sobre transportes, en la necesidad de disponer de un par de maquilladoras para que le embellecieran y en ir matando el tiempo entre copa y copa como si, en lugar de a tocar, hubiesen venido con el ánimo de pasar unas placenteras vacaciones en familia.
IX Festival de Jazz de Vitoria
Antonio Carlos Jobim y orquesta. Gal Costa y orquesta Polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 17 de julio.
Cuando por fin aparecieron no tardamos en comprender el porqué de las dilaciones. Lo de las vacaciones en familia era literal. Jobim se trajo, dentro de una banda de 10 músicos, a su segunda esposa, a su hijo, a un íntimo de éste con su señora, a su hija, a una amiga y al marido de ésta, y además tuvo la sorna de contárnoslo con cachaza para irle arañando minutos a su penosa actuación. Jobim compone como los ángeles, pero canta como una almeja, y el piano parece que esté aprendiéndolo por correspondencia.
Cuando quedó solo, su incapacidad presente para moverse en mínimos interpretativos se demostró flagrantemente. No hay peores versiones de buen número de los inmortales temas de Jobim que las perpetradas en Vitoria por su autor. Los miembros de la banda no parecen acostumbrados a tocar juntos. Los únicos elementos que sortearon su papeleta con discrección: las voces y el mencionado ombligo.
Sosería
Gal Costa salió a cerrar el festival a la una de la madrugada. Las actuaciones que en 1978 la convirtieron en una revelación para Europa a partir del festival de Montreux no debieron ser similares a las actuales. En Vitoria, lo único que reveló es que se parece tanto a una Rafaella Carrá en soso como Antonio Carlos Jobim a una Estrellita Castro en pleno declive.Por lo visto y oído en Vitoria, ni uno ni otra son atractivos demasiado estimulantes para un festival, de jazz o de lo que sea. Sin embargo, Gal, si actúa al lado de Jobim, puede dar el pego. Como mínimo, no te da la noche. Comparar sus versiones de Corcovado, Dindi o Wave con las que había estrujado en la primera parte su propio autor, resultaba gloria bendita, indiscutible música celestial.
Su banda, de 10 músicos también (dos teclistas, batería, percusionista, bajo, guitarra, saxos alto y tenor, trompeta y trombón), se mostró contundente por mera cuestión de volumen, por poner sólo un ejemplo, guitarrista y saxofonistas como aquéllos no son de recibo en un escenario como Mendizorroza.
Como tampoco me lo parece mucho que a Gal Costa le saquen taburete, guitarra y partitura para interpretar los temas de Jobim y que luego los cante mirando a cualquier parte menos al papel pautado y manteniendo la guitarra sobre el regazo con una mano mientras con la otra se apoya en el micro.
Gal Costa tiene buena voz, clara, potente, pero abusa de los tonos altos y convierte su música en una exhibición insistente de sobreagudos. Ninguna revelación, pues. Clausura gris para un festival que de promedio ha brillado a gran altura. No todo van a ser joyas en la corona.
Babelia
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