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Tribuna:10 años de la muerte de Dionisio Ridruejo
Tribuna
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El grupo de San Lucas

Las reuniones se celebraban por lo general los martes, a la caída de la tarde, en un piso de la calle de San Lucas, muy próximo a Barquillo, que el grupo había alquilado bajo la cobertura de una pequeña editorial. Era un entresuelo con un salón con tres balcones a la calle, en el que se conspiraba, y unas pequeñas dependencias destinadas a la marcha de la editorial y a la administración del grupo que, como fácilmente se puede suponer, no daba mucho trabajo. Los fijos de la reunión eran Dionisio Ridruejo, Jesús Prados Arrarte, Eurico de la Peña, Fernando Chueca, Paulino Garagorri, José Suárez Carreño, Pablo Martí Zaro y un servidor. Con menor asiduidad, pero con mucha frecuencia, también acudían José Antonio Maravall, Carlos Ollero y Fernando García de Lahiguera; la gente que pasó por San Lucas para redactar y firmar manifiestos, echar las bases de una entente o buscar una línea común -inencontrable- para toda la oposición es innumerable.El grupo se formó a mediados de los sesenta, a la vuelta a España de unos cuantos que habiendo participado en el "contubernio de Múnich" habían sido invitados de forma no demasiado elegante a disfrutar por una temporada las delicias del exilio. Después de algunos ensayos y tentativas el grupo terminó por denominarse USD o USDE (Unión Social Democrática Española) y nunca, que yo sepa, contó con más de 30 miembros en activo, aunque según alguno de sus líderes había que hacerse a la idea de que sus partidarios y simpatizantes sumaban centenares, tal vez millares. Lo único que estaba claro en el grupo es que su líder indiscutible era Dionisio Ridruejo; sobre todo lo demás., desde la ideología hasta la línea política, la estrategia, la táctica, la actitud hacia los colindantes, las necesidades inmediatas y la manera de salir al paso de las afirmaciones del entonces ministro de Información y Turismo, no había manera de ponerse de acuerdo, y las discrepancias, las divergencias y hasta los cismas constituían materia de cada martes. Tras la sesión era costumbre cenar en La Criolla y empezar con unas tapas de chorizo y de lomo. Aparte de discutir y tratar de paliar las disensiones internas, de las numerosas actividades del grupo cuatro han quedado grabadas en mi memoria: la primera, la redacción de un boletín, del cual yo me encargaba, en mi oficina, de hacer unas 50 xerocopias, la mayoría de las cuales se enviaban a Badajoz, donde el grupo contaba con un supporter muy entusiasta.

La segunda, el censo o recuento de sus miembros, una letanía que se rezaba todos los meses, que invariablemente comenzaba con "Añoveros, Arnaiz..." para terminar con un misterioso "Zubieta" que yo siempre sospeché que era falso y solamente destinado a cubrir la casilla Z. La tercera, establecer contactos; los políticos -con los otros partidos de la oposición, se entiende, con exclusión del comunista- estaban encomendados a Dionisio, y no dudo en afirmar que los disgustos que le depararon contribuyeron decisivamente a su desánimo y a su decaimiento físico; los otros contactos se dirigían a los militares, a los banqueros y a la Universidad; nadie entre nosotros sentía la menor necesidad de dirigirse a la Iglesia, porque para eso estaba Ruiz-Giménez, intrépidamente situado a nuestra derecha. Que yo recuerde, nadie logró nunca conectar con un banquero; en cambio, un día fuimos a cenar con el general García Valiño, al que le habían serrado una pierna.

En cuantas ocasiones nos acercamos a la Universidad salimos apaleados, multados o detenidos. La última de las actividades, sin duda la más apasionante, consistía en salir al paso de las afirmaciones del entonces ministro de Información y Turismo y a fin de desvelar "la verdadera realidad de España, la auténtica faz del régimen", sobre todo a los corresponsales extranjeros. Aquel señor ministro lo ponía tan fácil que ni siquiera era necesario refinar la crítica, porque hasta en crudo era capaz de comprenderla y abortarla.

Creo que hacia 1970 me separé del grupo, pero conservé la amistad con todos sus miembros; ninguno de ellos hizo gran cosa en la transición ni se mantuvo luego en la política, en el marco de cualquier partido. De la cuantiosa herencia que dejó Dionisio Ridruejo me atrevo a llamar la atención sobre una manda, un tanto sibilina y tácita, dirigida a unos pocos, pongamos un grupo de unas 30 o 40 personas: en la política hay que meterse en la hora amarga y para perder; para ganar, siempre sobra gente.

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