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Tribuna:Estreno en Madrid de 'Je vous salue, Marie'
Tribuna
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Del mito a la religión

He visto en privado esta escandalosa película. ¿Por qué escandalosa? ¿Por el tema de la maternidad virginal, por los desnudos, por las expresiones humano-religiosas de María, la protagonista? Por los desnudos, no, porque no son ni siquiera eróticos. Será, en todo caso, por las otras dos razones.Pienso que los teólogos no han entendido este filme. Los conservadores -como Juan Pablo II-, porque lo consideran un ataque al cristianismo. Algunos progresistas, porque se encuentran perplejos ante tal cúmulo de aparentes incoherencias, que saltan por encima de la ingenua lógica que aprendieron en el seminario y que todavía siguen usando, bajo capa de revolucionarios. Y otros -también progresistas- porque, en su afán de compensar los retrogradismos eclesiásticos, quieren encontrar falsamente un sentido católico a la representación cinematográfica pretendida por Godard.

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Se trata -hay que decirlo desde el principio- de una muestra de cine superrealista, en el sentido técnico de la palabra. La ensoñación presente en las imágenes, el humor negro de los diálogo-monólogos, la imaginación a-racional de los hechos, el halo de inconsciencia latente en toda la película, el automatismo de las palabras -producto de una lógica aparentemente incoherente-, todo ello es de un superrealismo (no irreal, sino por encima de lo real) capaz de desarmar el prosaísmo de nuestra teología católica, sea del signo que sea. Es muy difícil que un clérigo -o el seglar amamantado a sus pechos- salte esta barrera del sonido, porque le es imposible superar el tipo de formación mental recibida, que quiere llenar -sin cambiarla- de conceptos conservadores o progresistas. Y así no sabe qué hacer con este filme, que rompe todos los esquemas recibidos por él hasta ahora. Estamos en el mundo del mito y, por tanto, de lo subliminal.

Retomar una constante

Su tema es sencillo: trata de retomar Godard una constante del mundo humano histórico y prehistórico, que hoy quiere realzar ese gran historiador de las religiones que es Mircea Eliade, la constante del mito. La irrupción de lo trascendente con ropaje humano. Ese permanente romper las barreras que hemos puesto conscientemente los hombres. Queremos saltar por encima de ellas y tener acceso a otro nivel más satisfactorio que nos haga salir de este mundo y encontrar de verdad otro distinto.

Estamos -después de un período racionalista demasiado largo- excesivamente agobiados y cansados. Y el grito del superrealismo, lanzado por André Breton con su Primer manifiesto, vuelve a tener eco tras la lasitud de la reconstrucción emprendida tras nuestra guerra civil y la II Guerra Mundial. La juventud se encuentra aburrida y pasota por carencia de perspectivas y de tareas que llevar a cabo. Y gran parte de los adultos conscientes también lo estamos. Añoramos a los antiguos Cocteau, Aragon y Valéry, entre los escritores; a Dalí, Ernst y Arp, entre los pintores, y a Buñuel, entre los cineastas. No queremos más cubismos ni de ayer ni de hoy, que nos saquen al mundo cubista real que padecemos.

Por eso es el nuestro un momento superrealista. Vuelve a surgir la pretensión de lanzarnos a otros mundos distintos y nuevos, ejercitando la imaginación. Y los mitos renovados pueden ayudarnos a ello. La alienación individual y social que hemos padecido debe llevar a una nueva alienación / desalienación. Nos queremos alinear a algo que nos trascienda para desalienarnos de lo que está a ras de tierra, de computadoras mecánicas números fríos, fábricas grises y vivencias horizontales.

El salto de la fantasía

La posmodernidad pide, aunque con voz demasiado tímida tal vez dar el salto de la fantasía. Porque "en la poesía hay más verdad que en la historia", como descubría el viejo Aristóteles, en un grito sincero por su plomiza y prosaica filosofía, llena de metafísicas gramaticales y perogrulladas para ingenuos admiradores.

Godard ha querido enlazar lo que digo con el mito del nacimiento virginal. Un mito enraizado en cas todas las religiones o movimientos espirituales del mundo: del antiguo Egipto, de Zoroastro y de Buda.

Este mundo fantástico de las antiguas religiones, que supera a la razón y en el que pululan las más aparentes incongruencias llenas de sentido humano. Y una de ellas es la del nacimiento virginal de los poderosos o de los famosos de la antigüedad.

Ése es el tema de Godard: sin más complicaciones de catolicismo o anticatolicismo. Ha cogido por los cuernos un tema latente en el inconsciente humano y lo ha vestido con ropaje actual. Como podía haber tomado como base de su filme otro tema mítico.

Nacimiento virginal

No veo tanto a nuestra Virgen María en la María de Godard; veo más bien la encarnación del mito ancestral del nacimiento virginal. Aplicado hoy al nuevo hombre que tiene que surgir. Que no es el hijo de José el carpintero del siglo I, sino del taxista José de nuestra época. Un hombre nuevo, tan anhelado por la humanidad desilusionada, producto de la sociedad del consumo por el consumo, que resulta el "deseado de las naciones", más que el hijo de un padre risico. Ésa es la virginidad simbólica de este mito, y no la virginidad física principalmente.

Sin duda, Jesús -para el cristiano- es Dios. Y, en ese sentido, es único para el creyente del Evangelio. Pero ha habido otras muchas encarnaciones menores a través de la historia, y una de ellas es la que pide ahora la humanidad por boca de Godard. El hombre-símbolo que promete superar el cansancio racionalista en que nos hemos metido los burgueses capitalistas o los burgueses obreros de nuestra época.

No parece haber ningún ataque católico en la película, porque el tema de la madre-virgen es anterior al catolicismo histórico; es de todos los tiempos. Y porque el gran papa Gregorio, en su época de desarrollo del cristianismo en el mundo pagano, fue más perspicaz que nuestros dirigentes católicos actuales: no derribó los templos ni las costumbres míticas de sus contemporáneos, sino que las asumió.

¿Por qué no asumimos los católicos de una vez las cosas de nuestro tiempo?, porque están presentes en los anhelos más profundos del hombre de nuestra época, que quiere salir de su triste aburrimiento teológico o profano en que nos ha asumido la sociedad moderna.

Enrique Miret Magdalena es teólogo y presidente del Tribunal Tutelar de Menores.

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