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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La vanguardia encanecida

La sangre del tiempo es un conjunto de textos diversos, una especie de muestrario de escrituras que no cuajan en obra de teatro. Tal vez con otra dirección se hubiera conseguido una homogeneidad más aparente, pero es de temer que aunque el director hubiese acertado a colocar las luces; para crear un clima y hubiera sabido dirigir a los actores para conseguir un ritmo, hacer que las palabras llegaran claramente al espectador o cubrir los huecos entre trozo y trozo, siempre se notaría un acopio de material de derribo, la acumulación de unos, restos de naufragio. No siendo, así la dirección, el total tiene menos sentido.En el espectáculo van saliendo sainetillos, monólogos como artículos, frases sueltas a la manera de greguerías, pero disueltas en chistes o juegos de palabras ("la tos y el martillo, bicarbonato sádico..."), pequeñas críticas. Hay un personaje recurrente, el que interpreta la cantactriz Esperanza Abad, que rellena las fisuras del conglomerado.

La sangre del tiempo

Autor: Ángel García Pintado. Intérpretes: Esperanza Abad, Alicia Altabella, Celia Ballester, Margarita Calahorra, Gaspar Cano, Fernando Cebrián, Joaquín Climent, Fernando Chimarro, Modesto Fernández, Antonio Gamazo, Cristina Juan, Conchita Leza, Roberto López Peláez, Miguel Ángel, Tomás Picó, Antonio Requena, Luis Rico, José María Rueda, Josep Simón. Escenografía de Andréu Rabal. Vestuario de Pedro Moreno. Dirección: José Marín. Producción conjunta del Centro Nacional de Nuevas Tendencias y del Centro Dramático Nacional.Estreno: Sala Olimpia. Madrid, 21 de abril

Parece ser una especie de cancatura de Montserrat Caballé en lo inmediato -trajes, figura-, pero indudablemente en la imaginación del autor va más allá. Representa lo que todo espectáculo parece querer decir: una crítica de la obra bien hecha, del encubrimiento burgués -por las formas- de una realidad sórdida: la elegancia depauperada por la violencia, la tortura, la sangre; la difusión de unas normas corruptoras capaces de destruir la espontaneidad.

Aprendizaje imposible

Hay que preguntarse si aquí mismo no hay una adopción de formas, una simulación de vanguardia buscada por la disfunción de los elementos o por la reconversión del tópico en disparate. Ángel Fernández-Santos, en una certera y suscribible nota en el programa de mano, recuerda la imposibilidad de aprendizaje de una generación a la que pertenece este autor, y en él, "lo que ya es, sin remedio, una pasión amputada", de forma que todas sus obras son "siempre la primera".La vanguardia ha encanecido en sus sienes: ha puesto nieve. En realidad, no parece el descubrimiento vanguardista de un teatro nuevo, sino la última obra descompuesta, podrida, de un teatro burgués.

Está, queda dicho, mal dirigida y mal digerida por José Marín. Los actores, salvo los que imponen su vieja fuerza de oficio -¿no es una contradicción?- no actúan como transmisores, y la dificultad para crear un andamiaje entre tanto ladrillo suelto no ha sido resuelta. Sólo Esperanza Abad sale adelante con su desparpajo, con su soltura, con el valor de lo que finalmente resulta ser una caricatura de ella misma o de la calidad de su arte, que, en su género, es bien hecho.

En la campechanía de la Sala Olimpia la obra fue recibida en principio con risas y aplausos, que se fueron apagando a medida en que se veía que no progresaba. Al final hubo algunas protestas aisladas entre las ovaciones.

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