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Julio Caro Baroja celebra la primera cena de un 'académico a la fuerza'

"Con un motivo bastante especial vengo a Zalacaín el día 18 de abril a cenar con amigos y familiares. La coyuntura es lo de menos. La amistad, siempre, es lo más importante". Con esta dedicatoria, el nuevo académico, Julio Caro Baroja, mataselló para siempre, en letra un tanto aplicada, su primer ágape de académico de la Lengua, un académico a la fuerza, en el libro de oro del restaurante bautizado así, en 1973, en el Madrid más aparente y trajeado, porque un día su tío, Pío Baroja, inventó a Zalacaín el aventurero.

Mientras apuraban la última copa del champán que abrió la cena como aperitivo y la cerró para acompañar las tejas que ofrece Jesús Ollarvide a sus clientes por lo del buen sabor de boca final, el antropólogo historiador, autor de Los vascos y de Nosotros los Baroja, y su amigo Francisco Aldave, también vasco, canturrearon el Himno de san Ignacio. Los otros siete comensales estallaron en risas cuando los dos cantantes entonaron una copla anticarlista: "¡Cómo han de ser los mozos liberales, si son todos hijos de curas, de sacristanes y de frailes...".A mediodía, Caro ya había almorzado con el cantante Miguel Ríos. Por la tarde, le hicieron académico más o menos a la fuerza, y por la noche, en un lugar tan emparentado, simbólicamente, con el mundo barojiano, el nuevo académico, fresco, con su careta invisible de sabio escéptico, y como si no le hubiese ocurrido nada, vivió sus primeras horas de inmortal como lo que debe ser siempre: una especie de diccionario de bondad y de saber estar con una discreción que se saborea o que puede inquietar, según quien reciba.

Que le pregunten lo dicho a los fotógrafos que acudieron en tromba a la sala donde ya el académico había empezado a degustar el vino blanco de Murrieta, de 1970, mientras hacía boca con unos espárragos. Y qué no dirá la fotógrafa que se presentó a media cena y quiso retratar a Caro Baroja en la cocina del restaurante, y el hombre se fue al palacio del chef, donde le inmortalizaron una vez más y le felicitaron en cadena. Pero no había acabado de sentarse de nuevo entre las dos amigas que lo flanqueaban, Soledad Ortega, la presidenta de la fundación del filósofo José Ortega y Gasset, y la condesa de Artaza, cuando aparecieron los reporteros de televisión.

Avanzada la comida, mientras daba cuenta de una merluza a la albahaca, de un milhojas y de un par de copas de Imperial del año glorioso de los Rioja de 1970, fue cuando el académico recién nombrado pudo dedicarse algo más a "nuestra familia más bien corta", como él mismo la cuadró ante la pregunta de una de las ocho personas que cenaron con don Julio. Entre la "corta familia" presente: su hermano Pío y la esposa de éste, Josefina, y su sobrino, Pío también de nombre, sólo faltaba Carmen, la otra sobrina.

A todos ellos, y a Eugenio Suárez, empresario periodístico, también homenajeador de la noche de Zalacaín, Caro Baroja les ofreció un ramillete de su humor de cuentista de recuerdos o chanzas, como la que recordó al referir un dicho americano según el cual alguien le responde a su interlocutor interrogante sobre sus dos hijos: "Sí, el mayor es diplomático, y el otro también es tonto".

Aún coleaba el regocijo cuando el antropólogo dijo: "A Santiago Carrillo debían hacerlo académico y a mí secretario del PCE". Más contundente aún su juicio del Guernica: "Es una necedad". El académico de estreno confesó que sólo leía los diarios que compraba su cuñada Josefina, y esta última lo confirmó: "Una vez, durante 36 días estuve fuera, y como no compré yo los periódicos, pues no los leyó".

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