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40 editores españoles participan en Bolonia en la 22ª Feria del Libro para Niños

Cuarenta editores españoles participan en la 22ª Feria del Libro para Niños, que se inaugura hoy en la localidad italiana de Bolonia y que permanecerá abierta hasta el día 31. El próximo martes se celebrará en todo el mundo el Día Internacional del Libro Infantil. Ambos acontecimientos servirán para que en estos días vuelva a hablarse del denominado boom de la narrativa joven en España Autores, editores y críticos no se ponen de acuerdo a la hora de señalar si el auge se limita al simple aumento de la demanda o si, por el contrario, asistimos a una renovación de las letras infantiles.

MadridEl aumento de la demanda de libros infantiles revela un fuerte crecimiento de los hábitos infantiles de lectura, que en los últimos años lograron superar a los de los lectores adultos. Según las cifras facilitadas por el Ministerio de Cultura, en las que no se exponen la lectura de libros de texto, el 39% de los niños españoles consultados declaró leer "varios días a la semana", porcentaje que mejora el escaso 29% correspondiente a la población en general. Entre los niños, quienes declaran no leer "prácticamente nunca" representan un 41%, frente a más de la mitad de los adultos.Entre los 1.800 títulos editados en 1970 y las más de 6.000 novedades aparecidas el año pasado se dibuja una curva ascendente que, según muchos editores, no ha encontrado aún su techo.

"Es una literatura menos sujeta a las modas", asegura Miguel Azaola, de la editorial Altea, "y por tanto se mantiene más tiempo en las librerías. Actualmente, se reeditan obras aparecidas hace 10 años y vuelven a captar el mismo interés que lograban entonces". La constante renovación del público infantil permite, a su vez, que la mayoría de las obras aparezca en ediciones con una tirada media de 10.000 ejemplares, cifra muy superior a la que es habitual en la narrativa para adultos.

Michel Ende

Al calor de este crecimiento se han comenzado a trazar los perfiles aparentemente definitivos de la edición, frente a un público cada vez más selectivo, que reparte sus preferencias entre autores y corrientes diversas. Mientras que Michel Ende ha superado los 300.000 ejemplares vendidos de su Historia interminable y va camino de esa misma cifra con Momo, ambas editadas por Alfaguara, la colección de Los Jóvenes Castores (Montena, 1984), apoyada con una fuerte campaña de publicidad en TVE, logró vender más de tres millones de volúmenes.La fantasía estimulante de Ende se vuelve así compatible con la divulgación campestre de los patos de Disney, dentro de un mercado que tampoco ha olvidado a los clásicos. Según un informe elaborado por José Manuel Galán, director de la agencia española del ISBN, Caperucita roja encabeza la lista de las preferencias infantiles, o al menos de los editores, con 216 reediciones, seguida de cerca por La Cenicienta (214), Pinocho (210), La bella durmiente (186) y El gato con botas (180). Aparentemente, esta fuerte presencia de los clásicos no se justifica tanto por su discutible vigencia literaria, sino por el hecho de que la mitad de los libros infantiles aún es elegida y comprada por los padres.

"España no posee literatura infantil", aseguraba Paul Hazard hace 50 años, con una frase que mantuvo su validez hasta principios de la década pasada. Desde entonces, la evolución ha sido vertiginosa. La ausencia de una tradición literaria infantil no impidió que en pocos años, partiendo sólo de su propio esfuerzo y las referencias extranjeras, los creadores españoles fuesen traducidos a varios idiomas, sus obras se vendiesen sin pudor en las librerías de Nueva York, Estocolmo o París, y se pusiesen en marcha innumerables proyectos de coedición con otros países.

De ese proceso surgieron los escritores que continúan recreando en el relato infantil los temas tradicionalmente excluidos del género -la marginación, la guerra, la defensa del medio ambiente, el divorcio, el desamor, el sexismo, etcétera- y a quienes habitualmente se vincula con el nuevo relismo y el realismo crítico: Oriol Vergés (El superexecutiu, El superordenador, etcétera), Fernando Alonso (El hombrecillo gris), Carman Vázquez Vigo (Mambrú no fue a la guerra, El miedo a los años), Ángela Ionescu (Arriba en el monte, Vivía en el bosque, etcétera) o Juan Farías, quien produjo los dos únicos relatos dedicados a la guerra civil española (Años difíciles y El barco de los peregrinos).

Paralelamente se han acuñado nuevos criterios narrativos por quienes cultivan el relato histórico y la recuperación de tradiciones populares. Los puentes tendidos entre la imaginación y el rigor de la historia mantienen buena acogida de público y crítica en la obra de Marta Osorio (Jinete en caballo de palo), Josep Vallverdú (Bernardo y los bandoleros), Carmen Bravo Villasante (Una, dola, tela, catola), Ana Pelegrín (La aventura de oír) o las colecciones de leyendas andaluzas, catalanas y vascas publicadas por Labor.

Del despegue editorial de los setenta, con una fuerte actividad exportadora, se ha pasado a la compra masiva de derechos en el extranjero. En opinión de muchos editores, el cambio se explica tanto por el aumento de la demanda de títulos como por la reducción de costes. La edición de una obra extranjera ilustrada en color puede costar entre un 30% y un 45% menos de lo que costaría editar a un autor español. Sin embargo, muchos editores concurren a Bolonia con la esperanza de que el ascenso internacional de¡ dólar les sitúe nuevamente en la condición de exportadores.

El escaparate de Bolonia

Este año asistirán a la feria boloñesa, considerada la más importante en su género, más de 1.000 editores de 53 países. Unas 20 editoriales españolas estarán presentes con casetas propias, mientras que otras 40 se agruparán en el pabellón instalado por Cultura.Junto a la muestra y oferta de libros, los organizadores han montado este año unas jornadas monográficas sobre Informática y educación y una exposición sobre las nuevas tecnologías en la escuela.

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