_
_
_
_
Tribuna:EL MISTERIOSO CENTENARIO DEL AUTOR DE 'EL BOSQUE ANIMADO'
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La paradoja como método

"Ahora que han ganado los míos, ya no puedo escribir". Me lo dijo un día a la puerta de su casa donde me despedía. Parece que hay muchas confesiones que brotan cuando ya la conversación y el tiempo se han agotado, rompiendo la clausura de pronto. "Tengo que cambiar de estilo, tengo que empezar otra cosa nueva": fue El bosque animado, donde buscaba una prosa lírica y cuidada, una lejanía de misterio gallego. No dejó huella demasiado fuerte en la literatura. La paradoja de Wenceslao Fernández Flórez no fue la única: otros escritores de la derecha se encontraron de repente metidos en la caverna entre laureles y gloria: prisioneros triunfantes, dorados. Fernández Flórez había sido un militante de pluma contra la República, contra los rojos, que por poco lo matan -se refugió en una embajada-, quizá "por asco de la greña jacobina", que había dicho Machado. Pero al mismo tiempo su combate de humorista de acero estaba contra la España negra: contra la represión sexual en Relato inmoral, contra el militarismo en Los que no fuimos a la guerra, contra la hipocresía de la sociedad dominante en Las siete columnas. Fue el escritor que creó el personaje de un general "experto en retiradas", el de un rey pescador al que los buzos enganchaban en el anzuelo peces enormes; y se había burlado de los poderosos y ensalzado a los humildes. Yo le decía que fui un niño que confirmó su vocación por la izquierda sociológica leyendo sus novelas: y le gustaba.Poco podía hacer un escritor crítico en una España que no admitía la crítica. La emprendió, claro, con los rojos -Una isla en el mar rojo, La novela número 13-, pero abandonó ese camino rápidamente: era demasiado elegante, demasiado humano, para hacer caer también su literatura sobre una clase diezmada, depurada, exiliada, perseguida. Tampoco era eso lo que él había querido, y no deseaba colaborar en la hecatombe. Siempre dio su firma para pedir indultos y libertades. Buscó un fenómeno amplio en el que meter su humor y lo encontró en el fútbol: tuvo con sus crónicas algunos éxitos periodísticos, pero tampoco era eso. Estaba, como todos, castrado. Sus reediciones eran difíciles, y algunos de sus párrafos brillantes se suprimían. Los suyos le cargaban de medallas y academias; y le censuraban. A medida que fue habiendo una cierta apertura, comenzó a entrar por ella. Pero ya era demasiado tarde.

Más información
El humor que no pudo hacerse perdonar
El hombre que nació varias veces

Le recuerdo como un homber elegante y enamoradizo. Con el batín largo en su casa de Alberto Aguilera -tenía varios despachos y se trasladaba de uno a otro según lo que escribiese- o con el abrigo amarillo de pelo de camello, y el sombrero verde de señorito monárquico, por la calle de Serrano, saliendo de Abc, que fue siempre su casa. Alguna vez le encontraba con una bella y joven desconocida en el Café Roma y esperaba su señal; en aquella época no se saludaba nunca en primer lugar a un señor acompañado, por si quería mantener su incógnito. Un día me encargaron que le invitase a un estreno de cine, y me dijo: "Por favor, dos entradas del piso de arriba: ya sabe usted, por discreción". Costumbres de caballero a la antigua usanza, por fuera de este hombre que defendió la sinceridad por encima de las maneras y los hábitos.

Denuncia de la sociedad

Era una manía de entonces, hoy bastante atenuada, oponer en España a dos figuras. Se discutía entonces entre los dos grandes humoristas: Fernández Flórez y Julio Camba. Los intelectuales prefirieron a Julio Camba, quizá por una vieja ley sórdida: W. F. F. era popular y sus libros vendían sucesivas ediciones, mientras los de Camba dormían en las librerías. Fue un error más. Camba fue efectivamente un gran escritor cosmopolita, sintético, de jugosa y brillante frase breve y de hallazgos de idioma. Pero Fernández Flórez pintó una larga época española, denunció una sociedad, quiso borrar los manchones negros que tababan la vida fresca y natural, y lo hizo como nadie. Contó su tiempo sórdido y oscuro, y lo denunció, hizo que España se riera de su propia máscara siniestra y encontró que, cuando creyó ganar, había perdido. Un destino de español.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_