Una fortaleza de amargos recuerdos
Testimonio de 13.000 metros cuadrados destinados a Correos, Ministerio de Gobernación y Dirección de la Policía
La decisión de sustituir a la DGS del Estado como inquilino del edificio de Sol y su permuta como sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid es un suceso histórico. El edificio de Sol es una obra mediocre para una plaza singular, considerada corno el kilómetro cero, el centro de la nación. Pero más allá de su consideración arquitectónica y sus efímeras conmemoraciones festivas, sus muros están ligados a la leyenda negra de España, al caciquismo y a la represión, de la que han sido víctimas incluso miembros del actual Gobierno.
No hay un palmo de este edificio ni de su recinto circundante que no esté impregnado de sangre. La memoria de los sucesos ocurridos ahí se confunde con grandes acontecimientos de la historia de España, en particular con siniestros violentos ligados a la leyenda negra de su pasado.El levantamiento de las comunidades de Castilla; los ajusticiamientos públicos de malhechores; el motín de Esquilache; la quema de la Constitución de Cádiz tras la vuelta de Fernando VII; su toma violenta por parte de los liberales, en la que cayó muerto el capitán general José Canteras a consecuencia de las descargas de la fusilería al tratar de someter a la guardia, amotinada en 1835; el asesinato del presidente Canalejas en 1912; la tortura ejercida en sus sótanos a miles de opositores al régimen de Franco tras la guerra civil, no son más que algunas anécdotas del ingente testimonio mudo que permanece grabado en sus muros y adoquines.
Sobre lo que hoy se asienta este edificio sin nombre se situaba antes de 1570 una puerta que surcaba, por donde salía el sol, las murallas que daban cobijo a las casas de mancebía pública situadas en los alrededores. López de Hoyos las ordenó derribar en nombre de Carlos III y compensó a sus moradores no eventuales para ensanchar y "desenfangar" la principal salida de la ciudad de Madrid hacia el Oriente: la Puerta del Sol.
La remodelación del lugar arrastró consigo la erradicación de los púlpitos ambulantes que ocasionalmente colocaban los predicadores para advertir a los, visitantes de las penas eternas con que iban a ser castigados por frecuentar la zona.
Como el derribo de las casas viejas donde iba a ser ubicado estuvo a cargo del gran arquitecto Ventura Rodríguez -autor del palacio de Liria, la urbanización del paseo del Prado, director de obra del Palacio Real...-, se creyó que Correos se haría según unos magníficos planos suyos, "pero prevaleció la intriga y fueron preferidos los del francés Jaime Marquet, que se había venido a Madrid para entender del arreglo del empedrado". Los comentarios son de Fernández de los Ríos, el autor de la mejor guía -todavía no superada- de Madrid escrita en el siglo pasado. Fernández no ahorra adjetivos al abordar el resultado de la intriga que privó a la Puerta del Sol de un edificio singular y puso en su lugar el actual, al que, en su opinión, "le falta elegancia, carece de la esbeltez que pedía un sitio tan principal y tiene un aspecto más robusto que elegante, como si se presagiara el carácter de fortaleza que ha desempeñado tantas veces". Dice más: "A Marquet se le olvidó la escalera al proyectar el edificio.
Motivos hay para creerlo así, porque realmente no hay sitio natural donde colocar una escalera. aceptable".
En 1847 el ministerio de Gobernación sustituyó a los carteros. Al mismo tiempo, sobre el flanco entre Carretas y la Puerta del Sol se erigió sobre la cubierta una torreta metálica para hacer de soporte al telégrafo óptico. Pero poco después, y como consecuencia de la demolición de la iglesia del Buen Suceso, el Ayuntamiento adquirió el reloj de su fachada para colocarlo sobre el centro de Correos. Su funcionamiento nada tenía que ver con la medida del tiempo. Para subsanarlo se recurrió a un pastor leonés que, al emigrar a Inglaterra, se convirtió en uno de los mejores relojeros del mundo. J. Losada no sólo construyó el reloj de las tres esferas sino que -con la precisión que jalean anualmente quienes acuden cada fin de año a recibir al siguiente- lo donó a Madrid, como así consta, en fecha del 19 de noviembre de 1866.
El asesinato de Canalejas
Un niño de siete años recuerda el suceso más grave ocurrido a principios de siglo. Aquel niño es José Prat, el hoy venerable senador socialista, quien evoca su memoria así: "El presidente del Consejo, Canalejas, que tenía su despacho en Alcalá, solía ir todos los días andando hasta Gobernación para informarse sobre la situación del país. Era un latinista frustrado y le gustaba mucho la historia; no pasaba un día sin que se apostara frente al escaparate de la librería San Martín, tal como se encuentra hoy. Un 12 de noviembre de 1912, cuando se encontraba en esa posición, un anarquista le disparé, a bocajarro y le asesinó. Como el lugar está a tan sólo unos metros de Gobernación, su cadáver fue depositado en el salón principal -todavía llamado de Canalejas-, donde le rindieron duelo hasta su exhumación".
Durante su etapa como albergue del Ministerio de la Gobernación, es decir, de 1847 hasta la República, los despachos de la Puerta del Sol fueron testigos de las maquinaciones que los ministros de turno organizaban para que las elecciones nunca las perdieran los caciques de su partido. Eso fue así hasta, las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, en que la honestidad de Maura le valió la derrota.
"En medio de la manifestación popular que estalló aquel día en la Puerta del Sol, un grupo de amigos, entre los que figuraba Fernando de los Ríos, nos acercamos hacia el ministerio por la puerta de atrás, donde se encontraban en situación de alerta las fuerzas montadas de la Guardia Civil", recuerda Justino Azcárate. "Sentíamos una emoción rara porque ignorábamos cuál sería la actitud del Rey y cómo reaccionarían los guardias. De pronto, uno de nosotros dio un grito fuerte: "¡Viva la República!", y se hizo un silencio impresionante. Hasta que unos segundos después los guardias civiles contestaron en grupo «¡Viva la República!". Fue un alivio indescriptible.
El joven Azcárate -senador por designación real en 1977 y durante las Cortes Constituyentes, hasta las elecciones de 1979ocupó el despacho de subsecretario de Gobernación en el segundo Gobierno de la República, la coalición que presidía Martínez Barrio. No son rigurosamente gratos los recuerdos de su estancia en el edificio de la Puerta del Sol, donde se veía obligado a dormir prácticamente todos los días. Corría el año 1933, cuando un atentado seguía a otro, cuando los gobernadores civiles de las provincias no cesaban de llamar a las puertas de Gobernación para reclamar fuertes medidas con las que aplacar los incipientes sucesos que anticipaban la guerra civil. "Teníamos mucha tensión, nos llegaban noticias de atentados por todos los lados..., el movimiento sindicalista se manifestaba con violentas agitaciones". Entonces también había calabozos en los sótanos de Sol. "La verdad es que sólo eran preventivos y muy reducida la zona destinada a ese fin. La mayor parte del edificio estaba asignada a servicios civiles, como la Administración Local, la Direc -
Una fortaleza de amargos recuerdos
ción General de Beneficencia, la Dirección General de Sanidad... Lo cierto es que, al menos, con la República se acabaron los pucherazos y las elecciones manipuladas, y prueba de ello es que, por primera vez, ni el ministro ni yo salimos diputados".Sei Azcárate es el testigo vivo de los vagidos de la II República, hay otro protagonista que presenció su caída. Era la víspera del 18 de julio de 1936. José Prat era diputado por Albacete. Esa circunstancia le obligaba a mantener contactos periódicos con Boyer, ministro de la Gobernación y tío abuelo del actual ministro de Hacienda. El momento más patético que Prat recuerda de aquellas horas fue la madrugada del día 18. "Casares Quiroga dimitió el 17, y para sustituirlo, Azaña encargó formar nuevo Gobierno a Martínez Barrio, presidente de las Cortes. Se trataba de ganar tiempo para poder negociar con los militares que se sublevaban -Mola, Franco...Durante toda la noche la radio emitía la constitución del nuevo Gobierno con la esperanza de conseguirlo, pero al despertar el día me llamaron para decirme que el Gobierno no se había constituido. Entonces me entregaron una nueva lista para que la llevara a Sol, con el fin de que la difundieran por la radio instalada allí. El ministerio estaba lleno de gente. Encontré algunos conocidos con cierta sospecha de insensatez en sus propósitos. Comprendía también la incapacidad del Gobierno para imponerse y asegurar el régimen Yo entregué la lista y poco después la daban por la radio. Poco después me enteré de que el director de la Dirección General de Seguridad -que por cierto no tenía su sede en Sol- fue uno de los primeros fusilados por los franquistas". El senador Prat es partidario de reivindicar la tradición liberal de Sol y devolverle Gobernación, "un ministerio constitucionalista durante el XIX".
Esta misma opinión es compartida por el primer director general de la Seguridad del Estado en la dictadura. "Al acabar la guerra civil -dice el conde de Mayalde, luego embajador en Berlín, alcalde de Madrid y procurador en Cortes-, Gobernación tenía muchos recelos de instalarse allí, y se lo asignaron a Trabajo. Yo di mi modesta opinión de que tenía que seguir el Ministerio del Interior, al menos su dependencia principal, que era la del Orden Público, porque desde allí siempre se había mandado España. Parece que les convencí, y Girón nos lo cedió a la DGS".
Para José Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, su etapa al frente de la DGS "mejor olvidarla. Habría muchas cosas que contar, pero no me place hacerlo". Su mandato de apenas un año desde luego que fue corto, hasta que se formó el siguiente Gobierno franquista, pero coincidió con la represión más despiadada e indiscriminada. La de las ejecuciones y procesos sumarísimos que causó tantas víctimas, entre muertos y encarcelados, como la propia guerra civil. Resulto fácil: "Todos los españoles sabían lo que habían hechos los otros", pero Romaní prefiere hablar de su gestión administrativa para disolver al Cuerpo de Asalto -"que era un gran cuerpo"-, reorganizar la policía y vigilar los servicios de contraespionaje, que era lo que más tiempo le ocupaba. "Madrid era un nido de espías. Desde la DGS yo ponía micrófonos ocultos en el Ritz, donde se hospedaban alemanes e ingleses".
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