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Reportaje:La cultura española en el mundo / 7

Abandono e incompetencia en Marruecos

Al concluir el protectorado español sobre el norte de Marruecos en 1956, más de tres millones de marroquíes, la quinta parte de la población de entonces, hablaba español. Treinta años después apenas un millón conserva el español como segunda lengua. El idioma español ha logrado mantenerse no por la acción cultural del Estado, sino gracias a los adelantos técnicos que permiten que los programas que emite TVE sean captados con toda perfección en el norte de Marruecos.La acción cultural española, aunque sería más acertado decir de los españoles, trascendía con mucho a la clásica proyección cultural de los países colonizadores europeos destinada a facilitar la penetración comercial y política. Cuando comienza oficialmente el protectorado, en 1912, España no tiene que esforzarse como Francia por crear una base cultural que lo facilite.

La extraordinaria interrelación histórica -tópica, pero real- de Andalucía con el norte de Marruecos- y la pertenencia de andaluces y rifeños a un mismo mundo mediterráneo, parcialmente periférico de la conquista árabe, por un lado, y la reconquista castellana, por el otro, originó a lo largo de siglos entre las dos orillas del Estrecho una suerte de paralelismo más que cultural de civilización. Ello se demuestra en dos grandes ocasiones: el refugio de miles de exiliados políticos españoles en el norte de Marruecos, después de la sublevación del Ejército africano español contra la República en 1936, y el apoyo de estos españoles a las aspiraciones independentistas de los marroquíes desde su aparición.

Carácter popular

Las relaciones culturales entre españoles y marroquíes de esas dos regiones tuvieron siempre un carácter marcadamente popular y estuvieron muy lejos de constituir una forma de erudición de clases privilegiadas. La acción cultural española oficial estuvo destinada no sólo a los marroquíes, sino a contrarrestar la desafección militante de la mayoría de los españoles residentes. Hoy, 30 años después del protectorado, y casi una década después de la transición que abre la muerte del general Franco, cabe preguntarse si aquellos principios han sido revisados. En 1956, España contaba en Marruecos con una infraestructura educacional de escuelas estatales y privadas-religiosas en Tetuán, Tánger, Larache, Arcila, Alcazarlquivir, Nador y Alhucemas; con unidades escolares en Zeluan y Sauen; una escuela politécnica en Tetuán que formó aparejadores, peritos agrónomos y otros técnicos medios; y dos institutos de enseñanza media en Tánger y Tetuán que dependían del que entonces se llamaba Instituto Hispano-Marroquí de Ceuta.

A principios de la década de los sesenta, una buena parte de esos colegios habían sido cerrados, y el Consulado Español de Tetuán, del que dependía esta cooperación, recibió miles de protestas y fue objeto incluso de manifestaciones de parte de alumnos marroquíes y españoles que se oponían al abandono por parte del Gobierno español.

Recuperar terreno

A partir de 1965, el Gobierno español se percata de su error e intenta recuperar el terreno perdido. Para ello adquiere terrenos y construye nuevas escuelas como las de Larache, Uxda, Tetuán y Nador, y reforma el Instituto Español de Tánger hasta convertirlo, como es hoy, en uno de los mejor dotados de Marruecos.

En algunos casos, sin embargo, improvisa, después de haber adquirido terrenos para construir dos escuelas-hogar -una en Rabat y otra en Casablanca-, abandona la idea y pone de nuevo los terrenos en venta. Naturalmente, mientras el Gobierno español improvisaba, los marroquíes perdieron interés por el español, descendieron las demandas de inscripción en los colegios españoles y los norteños, en gran parte obligados por las exigencias de una Administración central marroquí afrancesada, tuvieron que reciclarse en el francés para abrirse camino.

España, sin embargo, se empeña en devolver la pelota a Francia, que se instalaba con su idioma y su cultura en el norte de Marruecos e intenta una penetración cultural en la zona sur de influencia de la lengua francesa. Construye el instituto de enseñanza media de Casablanca, y luego el de Tánger. Asimismo abre centros culturales en Fez, Rabat, Casablanca, además de los de Tánger y Tetuán y bibliotecas españolas.

En esos años sesenta, algunas universidades españolas, en particular la de Granada, expide títulos de estudios jurídicos o de graduados sociales a marroquíes de norte, con pocas garantías docentes, en una campaña que, al igual que lo que de ellos perdura en el presente, más se asemeja a un negocio privado de unos cuantos señores españoles y marroquíes y a un tráfico de influencias que a una verdadera cooperación cultural.

La improvisación parece seguir dominando en la acción cultural de España en Marruecos, que, al igual que en otros sectores como la sanidad, depende en lo general de la dirección no especializada del Ministerio de Asuntos Exteriores, y en lo particular del animus de consejeros culturales que aterrizan en estos puestos en Rabat la mayoría de las veces procedentes de un consulado, una oficina comercial o cualquier otro puesto sin relación con la cultura.

Las verdaderas relaciones culturales hipano-marroquíes se llevan a cabo al margen de las decisiones oficiales, impulsadas por marroquíes y españoles a título personal. Los marroquíes han creado una asociación de profesores de español y otra de periodistas de expresión española, y el director del diario Al Maghrib, Mohamed Beneissa, organiza por propia iniciativa todos los años unos festivales culturales hispano-marroquíes en su ciudad natal de Arcila, por los que han pasado pintores, cineastas, escritores, poetas y artistas españoles. Estos festivales son, por el momento, el mayor y tal vez único foro de diálogo cultural hispano-marroquí.

Algunos españoles, como el escritor Juan Goytisolo, -cuya obra Coto vedado se presenta hoy en el Club Internacional de Prensa de Madrid- un enamorado de Marruecos, que aparece en su obra con ese hálito poético que aportan los episodios desconocidos de una larga historia compartida llevan a cabo una labor tan intensa como benévola por acercar a las dos culturas. Goytisolo, además, ha contribuido enormemente a desbrozar la visión española de Marruecos de la carga de emociones africanistas que perduran y a separarla de contingencias políticas como los siete siglos de dominación árabes clavados en el subconsciente de cada español, o la colonia perdida, o el contencioso pendiente de Ceuta y Melilla.

Entre guardias civiles

Los organismos españoles hicieron en Marruecos lo que pudieron o lo que supieron, pero, en cualquier caso, siguen promocionando a una España que no es real, aunque esto comience a cambiar lentamente. Los recitales que acaba de ofrecer con gran éxito en varias ciudades marroquíes el cantautor granadino Carlos Cano demuestran que es la España democrática la que el pueblo marroquí quiere. Hace unos días, y poco antes de salir a escena en Rabat, Carlos Cano me decía: "Yo siempre miro en el teatro más allá de la décima fila, porque las primeras filas, llenas de señores serios enfundados en trajes oscuros, me deprimen". La cultura española en Marruecos tiene ante sí la misma opción: o canta para las 10 primeras filas o canta para todo el teatro.

España posee en Marruecos todavía una importante infraestructura cultural: dos institutos de enseñanza media y un colegio asimilado; ocho colegios de enseñanza general básica; un centro de formación profesional; cuatro centros culturales y dos bibliotecas; más de 200 profesores, para un total de más de 5.000 alumnos; y un presupuesto que es el mayor que España dedica a la cooperación cultural exterior.

Pero, una vez más, los responsables se inclinan por el cierre de la propagación cultural. Los colegios de Uxda y Kenitra ya fueron clausurados; este año debe cerrar el colegio de Rabat, y se rumorea que puede cerrar también el de Larache. Mientras tanto, el español se enseña en Marruecos en las universidades con unos libros de texto franceses, ofensivos para la dignidad española, que, presentan al español en la imagen de una campesina entre dos guardias civiles y al español como labriego a lomos de un asno. Esta enseñanza está dirigida por franceses.

La excusa es que existe un convenio cultural, firmado entre España y Marruecos desde fines de 1980, que no puede entrar en vigor porque falta la aposición del sello real sobre el documento, y eso depende de la voluntad de Hassan II.

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