El umbral democrático brasileño
DURANTE ALGUNOS años continuará siendo un misterio si el presidente, brasileño, general Figueiredo, manejó una estrategia genial para que el partido de la dictadura (el Partido Democrático Social) acabara dividiéndose y presentando al candidato menos idóneo -Paulo Maluf-, posibilitando así el triunfo del ala moderada de la oposición, o si la derrota del Gobierno sólo obedece al carácter hamletiano, a las vacilaciones y celos personales del general-presidente que prometió la democracia para su país.La revolución militar instaurada en marzo de 1964 tras el derrocamiento del presidente Joo Goulart desaparece por muerte natural, profundamente desgastada por 21 años de corrupción y megalomanía, pero su lenta agonía está siendo hábilmente administrada por los propios militares. Así, la elección indirecta de Tancredo Neves, candidato de la opositora Alianza Democrática, sólo es el penúltimo escalón para la democratización del país, pero en modo alguno el último.
Hace ya seis años, el general Figueiredo, al recibir la presidencia, prometió dar los pasos necesarios para regresar el país a la democracia: decretó una amplia amnistía en 1979 y convocó elecciones directas para los parlamentos estatales y federal y para las alcaldías y gobemadurías. Una ley electoral a la medida del régimen: la primacía de los votos rurales sobre los urbanos y las senadurías biónicas (senadores de designación presidencial) dieron la mayoría legislativa al régimen, pero no impidieron el triunfo de partidos de la oposición en Estados como Río de Janeiro, Sáo Paulo y Minas Gerais o Paraná.
En 1983, las gigantescas movifizaciones populares llevadas a cabo por la oposición en apoyo de elecciones presidenciales directas hicieron reflexionar a las dos partes: el régimen, inspirado más por el ex presidentegeneral Emesto Geisel que por el propio Figueiredo, comprendió que no podía sucederse a sí mismo, y la oposición recibió el recado de que los militares jamás aceptarían unas elecciones directas con las masas en las calles y en las que candidatos como el gobernador socialista de Río, Leonel Brízola, o el viejo y corajudo líder del PMDB (coalición opositora que alberga desde los comunistas a la derecha liberal), Ulysses Guimarles, tendrían serias oportunidades de alzarse con el triunfo.
De ese doble entendimiento tácito nació la constelación de los astros que llevó al régimen a presentar a Paulo Maluf -símbolo público de la podredumbre del régimen, que había tasado el colegio electoral en 300 millones de dólares- como candidato del partido del Gobierno, y a la oposición, a postular al más moderado de entre sus hombres con prestigio nacional (Tancredo Neves), tras una alianza electoral con los restos del oficialista PDS que huían del contacto con Maluf y desembarcaban en las cercanías de la oposición moderada que ya aparecía triunfante.
Tras su negativa al reclamo popular por elecciones presidenciales directas, los militares no podían forzar el triunfo de un candidato continuista en un colegio electoral con 686 personas, de las cuales al menos un tercio es de designación presidencial y además usufructúan el voto de más de 60 millones de electores. La oposición pagó su tributo a las Fuerzas Armadas aceptando el juego de la elección indirecta en el colegio, donde todo estaba pactado y negociado de antemano.
La oposición democrática, que se hará cargo del Gobiemo el próximo 15 de marzo, tiene ahora en sus manos la tarea de reformar la ley de partidos y reorganizarse a sí misma de cara a las elecciones legislativas de noviembre de 1986. La Asamblea así elegida será constituyente -tal como ha prometido Tancredo Neves-, para enderezar todo lo torcido por la dictadura, como el Colegio Electoral, que -será eliminado en favor- de las elecciones presidenciales por sufragio universal, libre, secreto y directo. En ese momento es cuando el viejo y zorruno profesional de la política Tancredo Neves escuchará a las brujas de Macbeth: podrá convocar inmediatamente elecciones presidenciales anticipadas o agotar su mandato de seis años, pese a la ilegitimidad formal de su elección. Políticos como Brizola, Ulysses Guimaráes o el gobernador de Sáo Paulo, Franco Montoro, son aspirantes naturales a la presidencia de la República y con prisas por ejercer el mandato.
Las expectativas son apasionantes para los cuatro próximos años, y no será la menor de ellas la posibilidad de creación en Brasil de un partido socialdemócrata o laborista con suficiente base como para aspirar a ocupar el palacio presidencial de Planalto, en Brasilia. El caso es que la democracia en el gigante brasileño ha llegado pacíficamente, como la independencia de Portugal, como la república, a sus propios umbrales.
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