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Reportaje:ANTE EL 30º CONGRESO DEL PARTIDO EN EL GOBIERNO

Contra Franco y contra Llopis

En pleno agosto de 1966, Alfonso Guerra, ataviado con una trenca azul, se presentó en un campo-escuela de las Juventudes Socialistas españolas que se celebraba en Francia con ánimo de comprobar si dicha organización existía o no. Tres años después, Felipe González acudió por primera vez a una reunión de la dirección del PSOE, también en Francia, a la que informó sobre la existencia de grupos socialistas en Andalucía que resultaban desconocidos para el aparato del exterior. Así comenzaron a integrarse ambos sevillanos en la estructura del partido hoy en el poder.

, Madrid, otoño de 1969: tres militantes de las Juventudes Socialistas, en misión proselitista, habían logrado convencer a una quincena de simpatizantes para que hablaran con un dirigente del Partido Socialista Obrero Español. Acordada la cita, y reunidos en casa de uno de ellos, escucharon en la escalera un toc, toc cada vez más cerca; golpes en la puerta, uno que se levanta a abrir y, ¡Dios mío!, aparece en el rellano un anciano con bastón, luengas barbas e inequívoca apariencia de Carlos Marx redivivo.El recién llegado resultó ser Ambrosio Gutiérrez, encargado de las relaciones entre el PSOE y las Juventudes -que después pasó al aparato de propaganda. "Bueno, compañero, ¿puedes explicarnos cuál es la línea del partido?" Y el veterano militante comenzó a recitar un código de valores morales: "Hay que ser buenos socialistas...". Pero los convocantes de la sesión de esclarecimiento -que habían prometido: "por fin vamos a saber cuál es la línea del partido", "ahora vamos a enterarnos de todo"- quedaron en ridículo. Lo que ellos discutían era cómo integrarse en la lucha antifranquista, cómo actuar en los movimientos populares; incluso se debatía la incorporación al Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP).

La falta de entendimiento era muy grande con los veteranos que seguían a Rodolfo Llopis, ex jefe del Gobierno republicano en el exilio, secretario general del PSOE desde 1944 y participante en la refundación de la Internacional Socialista, realizada en 1951 Desde la muerte de Tomás Centeno en la Dirección General de Seguridad, en 1953, la dirección del PSOE fue trasladada fuera de España y cesó la actividad partidaria en el interior. Algunos estudiantes -Francisco Bustelo, Juan Manuel Kindelán, Mariano Rubio, Roberto Dorado, Víctor Pradera- trataron de vigorizar la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), lo cual terminó en redadas policiales, como la que condujo a la cárcel a Luis Solana por espacio de año y medio. Otro grupo, alimentado intelectualmente en la biblioteca familiar de Miguel Boyer envió embajadores a Rodolfo Llopis para ofrecerse a reorganizar el partido, y regresaron con autorización para fundar, como máximo, unas Juventudes Socialistas. La operación terminó con Luis Gómez Llorente, Miguel Boyer y Miguel Ángel Martínez en una misma celda de Carabanchel (Madrid), donde Martínez dormía en un camastro individual y los otros dos compartían una litera (Boyer, en la parte alta, y Gómez Llorente, debajo).

El partido del exterior observaba con recelo a los jóvenes del interior. La mayor parte de los veteranos prefería mantener el reducto socialista bien custodiado en la ciudad francesa de Toulouse y a salvo de la contaminación franquista o de infiltraciones comunistas. Aun así, socialistas prestigiosos del interior del país, como el abogado Antonio Amat y el médico y novelista Luis Martín Santos, ampararon nuevos intentos, protagonizados por Ángel de Lucas, José Luis Escohotado y Ángel Fernández Santos.

Mientras tanto, el PSOE y la UGT sobrevivían en Euskadi y Asturias, reorganizados por Nicolás Redondo y Agustín González. Lo que en Madrid se limitaba a pequeñas escaramuzas estudiantiles, en Asturias consistía en huelgas de gran dureza, como la de 1962. También en Cataluña actuaba un pequeño grupo en tomo a Joaquín Jou.

A comienzos de la década de los sesenta se había incorporado Ramón Rubial, Pablo, tras 19 años en prisión, y en 1961 lo hizo Julio Molinero, Gerardo, quien, después de 24 años de cárcel, dedicó los 15 siguientes a distribuir la propaganda clandestina y los recursos económicos que llegaban del exterior. La propaganda socialista y el dinero de los sindicatos belgas, escandinavos y alemanes -importante sostén de los socialistas españoles durante la clandestinidad- llegaba a San Sebastián a través de una red ilegal de paso de frontera, y en esa ciudad lo recogía Eduardo López Albizu, Celso, quien actuaba como primer canal receptor y distribuidor.

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El extraño visitante

Un día de agosto de 1966, Alfonso Guerra, ataviado con largas barbas y una trenca azul, se presentó en el castillo de Carmaux, a 50 kilómetros de Toulouse, y pidió hablar con el responsable del curso de formación que estaban realizando allí las Juventudes Socialistas españolas. Manuel Garnacho, actual dirigente de UGT, salió a hablar con el visitante. "Yo no entiendo nada de política, yo sólo me dedico a la cultura", explicó el recién llegado, "pero es que tengo unos amigos en Sevilla que están en esto, y como ellos no podían venir, me han dicho que si me podía acercar yo". Hubo un conciliábulo de Garnacho con Nicolás Redondo y otros dirigentes, temerosos de una infiltración; pero al final fue admitido.

A lo largo de 15 días, Guerra recitó a Machado, organizó una coral con los vascos y jugó al despiste político, más interesado en comprobar quiénes eran los socialistas del exterior que en discutir con ellos. Pero cuando regresó a Sevilla conectó a su gente con la organización. Hasta entonces, el grupo formado por Luis Yáñez, Alfonso Guerra, Felipe González, Manuel del Valle, Rafael Escuredo, Guillermo Galeote, Ana María Ruiz Tagle y otros no había tenido relación con el PSOE.

En febrero de 1967, dirigentes de las Juventudes cruzaron la frontera clandestinamente y se reunieron, en una casa situada junto al cementerio de Portugalete (Vizcaya), con el comité ejecutivo de la Internacional de Jóvenes Socialistas (YUSI), entre ellos su secretario general, Kurt Hawlicheck, y con una docena de militantes de diversas regiones. El encuentro había sido organizado por Manuel Garnacho, entonces responsable de las Juventudes, para mostrar a la Internacional que su ayuda no caería en saco roto.

Llopis denunció esa iniciativa como un intento fraccionalista, pero Ramón Rubial y el conjunto de los vascos apoyaron el intento. Aunque no hubo detenciones inmediatas, la investigación policial produjo el arresto de Ramón Rubial, Nicolás Redondo, Eduardo López Albizu y Enrique Múgica, entre otros, que fueron deportados a Las Hurdes por una temporada.

Felipe González tenía 27 años cuando se presentó, por primera vez, ante la dirección del PSOE. El encuentro se produjo en el marco del comité nacional del partido -antecedente del actual comité federal-, reunido en la ciudad francesa de Bayona, al que González informó, el 14 de agosto de 1969, sobre la existencia de un grupo socialista que el aparato del exterior no reconocía, debido a que los hombres de Llopis en Sevilla estaban enfrentados con Alfonso Fernández Torres, y éste era, a su vez, el único nexo del grupo Yáñez-Guerra con el partido.

Nicolás Redondo, asombrado de ver en aquella reunión a un representante de una organización de la que nada sabía, le dijo a Enrique Múgica: "Vete a buscarle, que no se nos escape". Y en efecto, primero Múgica y después Redondo conectaron con el sevillano en el hotel Larreta, donde se alojaban González y su compañero de viaje, Rafael Escuredo. A partir de ahí, los sevillanos incrementaron sus contactos con vascos y asturianos.

Al asalto del 'bunker'

Pero la maduración del PSOE no comenzó, realmente, hasta 1970. Ese año ocurrieron hechos importantes: un equipo organizado en torno al madrileño Enrique Moral, León, trasladó la dirección de las Juventudes Socialistas al interior de España. Más decisivo aún fue el primer enfrentamiento directo entre Felipe González y Rodolfo Llopis, con ocasión del XI Congreso del PSOE. Hasta entonces, los representantes del interior no intervenían en los plenarios de los congresos, supuestamente para garantizar su seguridad frente a posibles infiltrados de la policía franquista; así, la única intervención importante del interior en los ocho años anteriores, que fue la de Luis Gómez Llorente contra el histórico Indalecio Prieto, se había producido en el marco restringido de una comisión.

Una vez aceptado su derecho a hablar, Felipe González sostuvo un largo debate con Llopis. El problema era reclamar el derecho a una ejecutiva compartida entre exterior e interior, pero el punto más conflictivo era reclamar que el secretario general fuera acompañado de un representante del interior a todas las reuniones de la Internacional Socialista. Tras un largo debate, la postura de Felipe González fue aprobada. Sin embargo, Llopis disponía aún de gran carisma personal y resultó reelegido como secretario general. Al año siguiente, el enfrentamiento alcanzó cotas más graves en el congreso de la UGT, cuando la gestión de la ejecutiva, presidida por Llopis, fue rechazada y la dirección pasó a estar dominada por personas del interior.

Redondo, el 'número uno'

A principios de 1972, el comité nacional del PSOE sostuvo un tenso debate sobre la colaboración con otras organizaciones en la lucha antifranquista. Por escasa diferencia de sufragios triunfaron las tesis del interior, favorables a la misma; Llopis contraatacó organizando un referéndum entre las agrupaciones en el que sólo pudieron votar las del exilio, con lo cual revocó el acuerdo del comité nacional. También intentó Llopis el aplazamiento del XII Congreso del PSOE, que había sido convocado para agosto de 1972; pero la mayoría de los dirigentes, entre ellos dos del exterior -Juan Iglesias y Julio Fernández-, organizó por su cuenta la reunión, declarando al secretario general en situación de indisciplina.

Para que la iniciativa del interior pudiera triunfar fue decisivo que Ramón Rubial, la figura más prestigiosa, retirase su apoyo a Llopis. Pero además se produjo una intensa labor de agitación entre las agrupaciones del exterior, realizada por varios dirigentes y sobre todo por Alfonso Guerra, quien a finales de julio de 1972 cruzó la frontera con documentación falsa -no tenía pasaportey dedicó varias semanas a mover los hilos del exilio. Algunos veteranos del exterior se habían colocado ya al lado de esa postura: Arsenio Jimeno, Máximo Rodríguez, Francisco López del Real, José Barreiro, Manuel García (padre de Carmen García Bloise). Llopis se negó a reconocer el resultado y convocó otro congreso, consumándose la escisión.

En 1972, ninguno de los dirigentes tenía aún capacidad o imagen como para convertirse en alternativa a Llopis; por eso se estableció una dirección colegiada, sin secretario general. De hecho, Nicolás Redondo se convirtió en el número uno, como secretario político de la ejecutiva. Junto a él fueron elegidas otras cinco personas del interior (Felipe González, Alfonso Guerra, Enrique Múgica, Pablo Castellano y Guillermo Galeote) y tres exiliados (Arsenio Jimeno, Julio Fernández y Carmen García Bloise).

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