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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Las superpotencias y su política de rehenes / 1

Hace 39 años que vivimos en un mundo en que el exterminio masivo es tecnológicamente factible, y ya ha sido pensado y llevado a cabo en algunos casos limitados (Hiroshima, Nagasaki). Hace también 39 años que Europa, siguiendo las directrices de Yalta, quedó militarmente sesgada en dos bloques, con la sola excepción de algunos países neutrales.La confrontación nuclear entre ambos bloques ha congelado por completo esa división, abriendo una fosa entre los pueblos del Este y del Oeste. La historia de posguerra de nuestro continente es la historia de su creciente militarización; ambos bloques han seguido la senda del rearme. La responsabilidad de esa carrera de armamentos corresponde en su mayor parte a las dos grandes potencias. Un aparente esquema de acción reacción esconde un intento de hacerse con el control global del mundo. Como dice Johan Galtung, a EE UU le mueven razones básicamente materiales: el control de los mercados y las materias primas; la URSS busca, ante todo, la seguridad geopolítica en su vecindad. El resto del mundo se con vierte en rehén.

Europa no constituye una excepción. Desde el final de la II Guerra Mundial es escenario del juego de la superpotencias, su rehén. El pretexto ha sido siempre el peligro del otro, su imagen amenazante, la imposibilidad de convivencia. Resuenan en nuestros oídos las declaraciones sobre la necesidad de reforzar las medidas de defensa contra las aspiraciones expansionistas de la URSS, una de las justificaciones de los misiles de Crucero y los Pershing 2. El 14 de diciembre pasado, el diario checo Prace pedía a sus lectores que apoyaran "las necesarias e imprescindibles medidas del Presidium del Comité Central del Partido Comunista Checo contra la intimidación y aspiraciones hegemonistas que el Gobierno Reagan y sus proveedores de armas habían introducido en la OTAN". ¿No evoca la frase cierto aire de familia?

Uno de los primeros en recurrir a la amenaza del otro fue George Keenan, que en 1947 propuso una política de contención de Rusia en Europa y Asia a partir de la experiencia de las -guerrillas griegas. Un año después, Dean Acheson denunciaba el peligro ruso en el Congreso norteamericano, situándolo en los Dardanelos, Irán y Grecia. En ese mismo año, 1948, Europa recibe las primeras armas nucleares, transportadas en los B-29 norteamericanos llegados a causa del bloqueo ruso de Berlín. A partir de ahí los acontecimientos se precipitan: la URSS experimenta la bomba atómica; se crea la OTAN; el Reino Unido se aña de al club nuclear (1952); se forma el Pacto de Varsovia; se emplázan los Thor y Júpiter norteamericanos; los SS-4 soviéticos apuntan a Europa occidental.

La situación actual es escalofriante: además de 40.000 carros de combate e ingentes fuerzas convencionales, hay algo más de 10.000 armas nucleares estacionadas en el continente, cifra que, de sumarse a las asignadas a contingencias europeas, ascendería a unas 15.000. La variedad de esas armas es enorme, desde minas de corto alcance y de menos de un kilotón (equivalente a 1.000 toneladas de TNT) de potencia explosiva, a proyectiles de 5.000 kilómetros de radio de acción, pasando por minas de demolición, bombas de artillería, etcétera. No todasesas armas están en manos de las superpotencias. Francia y el Reino Unido cuentan con fuerzas nucleares propias. Los planes de modernización en curso podrían elevar el número de cabezas de esos dos países a 2.000. La opinión de múltiples especialistas es concluyente: de producirse una guerra en Europa, será indudablemente nuclear, aunque -añaden- difícilmente se originará en virtud de un conflicto genuinamente europeo. Europa es prisionera de las superpotencias; de ahí su inseguridad.

La paridad exterminadora

Algo de eso deben haber percibido los europeos occidentales, puesto que las últimas encuestas de opinión muestran crecientes índices de preocupación por la amenaza de guerra y las armas nucleares. La preocupación, la inseguridad, suelen atribuirse a la amenaza soviética. En los últimos años menudean -preguntas como las siguientes: ¿tienen realmente los soviéticos suficiente potencial bélico para atacar Occidente con garantías de éxito? ¿Existe una clara superioridad soviética en fuerzas convencionales? ¿Supera la tecnología soviética a la norteamericana? ¿Contemplan las doctrinas militares del Este la posibilidad de una guerra nuclear y convencional para apoderarse de Europa, o bien para someterla a chantaje nuclear y finlandizarla?

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Responder con la máxima precisión a esas preguntas es, y ha sido, importante, como admite Kistiakowski (responsable del mecanismo de implosión de las primeras bombas y principal consejero científico de Eisenhower), al afirmar que la política de Eisenhower se vio siempre frustrada por quienes exageraban la amenaza militar soviética. Esa práctica ha seguido utilizándose, y la mala fe y la erudición a la violeta han hecho descubrir numerosos desequilibrios ficticios (gaps): bombarderos (1950), misiles (1960), o la tripleta de los setenta: desequilibrio en inversiones, en doctrina y en nuevos tipos de misiles. Los datos demuestran una y otra vez la poca fiabilidad de unas aseveraciones hechas cuando se ha llegado a una monstruosa paridad en potencial exterminador. La amenaza soviética parece poco fundamentada. No estar de acuerdo con el sistema soviético, denunciar la falta de libertades y la violación de los derechos humanos, su porción de culpa en la carrera de armamentos (como hace quien escribe), no tiene por qué significar la aceptación de cerriles argumentaciones contrarias a los hechos.

La argumentación habitual suele proceder así: un marco general, la superioridad militar soviética, al menos en ciertos terrenos; una voluntad agresiva y expansionista. Y un caso derivado del marco general: la notoria ventaja de las fuerzas del Pacto de Varsovia sobre las de la OTAN en el suelo europeo. El marco general es de recibo, aun para hablar de Europa, porque, entre otras cosas, Europa será el marco de una hipotética guerra nuclear limitada. La superioridad soviética acostumbra a fundamentarse en las siguientes razones: un mayor gasto militar, una superioridad estratégica, el expansionismo en el Tercer Mundo, la existencia de doctrinas encaminadas a ganar una guerra nuclear y la obsolescencia y reducción del arsenal nuclear norteamericano en la época de la distensión.

Algunas de las aseveraciones son claramente falaces. Keenan ha dicho a propósito del adelanto tecnológico: "Hemos de recordar que siempre hemos sido los americanos, en la mayoría de las etapas del camino, los que hemos llevado la delantera en el desarrollo del armamento nuclear. Fuimos los primeros en fabricar y probar ese ingenio; los primeros en ampliar su destructividad mediante la bomba de hidrógeno; los que introdujimos las ojivas múltiples; los que hemos rechazado todas las propuestas sobre el principio de primer uso; y hemos sido los únicos, gracias a Dios, que hemos usado el arma contra otros, contra decenas de miles de civiles indefensos". O bien William Perry, subsecretario de Defensa para investigación e ingeniería en la época de Carter, que declaró en 1981 que EE UU llevaba un adelanto de 5 a 10 años en tecnologías básicas.

En 1970 EE UU tenía 4.700 ojivas estratégicas, por 2.100 de la URSS; en 1982, EE UU tenía unas 9.500 y la URSS unas 8.800. En cuanto a la creciente influencia en el Tercer Mundo, lo cierto es que, si se utiliza como indicador la exportación de armas, decrece la de ambos bloques (SIPRI 1984). En el caso soviético, hay un ligero descenso tendencial desde 1980 y estabilidad en las cifras de suministro de armas de segunda mano. El Centro de Información para la Defensa, dirigido por el ex almirante norteamericano La Rocque, estima en no más de 20 los países con influencia soviética significativa. Por último, Orah Cooper y Carol Fogarty, analistas de la CIA, consideran que "la reducida influencia occidental en los países del Tercer Mundo no comporta necesariamente un aumento de la influencia soviética.

Rafael Grasa es miembro del colectivo editor de la revista Mientras Tanto y redactor de la publicación pacifista En Peu de Pau.

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