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El nuevo Museo de Arte Moderno de Bruselas consta de ocho plantas construidas bajo tierra

Andrés Ortega

Tras 25 años de carencia, Bruselas tiene su Museo de Arte Moderno. Un pozo de luz en un auténtico laberinto subterráneo que respeta el equilibrio arquitectónico del Monte de los Artes de la capital, en donde, al fin, el arte belga de este siglo encuentra un cobijo a su altura. Y sin embargo no faltan las críticas, pues el marco en el que se inserta es algo triste. Inaugurado el pasado mes de noviembre, después de que quedara cerrado en 1959 para dejar su lugar a la Real Biblioteca Alberto I, el museo ofrece 15.000 metros cuadrados de superficie, de los cuales 12.000 están reservados a las exposiciones.

A primera vista, el museo no existe. Se mete bajo la tierra en sus ochos pisos de profundidad. En los dos primeros, sin embargo, entra la luz natural a través de una gran vidriera semicircular. Está enterrada en el corazón de una plaza neoclásica, pero éste no es el descenso a los infiernos."He esculpido un agujero para hacer de él, al servicio de las obras, una máquina de exponer", dice su arquitecto Roger Bastin. Desde la plaza Real, al ver la estatua de Godofredo de Bouillon, nada parece haber cambiado. Compromiso a la belga entre antiguos y modernos.

Pero el nuevo museo no gusta a todo el mundo. Se hacen críticas de él por ser "una tumba para el arte moderno". "Ya nadie planifica así un museo, pues el enfoque moderno de un museo significa tomar en consideración todas las artes, incluidas la arquitectura y la urbanística", opina desde París Maurice Culot, del Instituto Francés de Arquitectura. Compara el nuevo museo de Bruselas con el Beaubourg de París. Éste, rodeado de tiendas, bares y saltimbanquis; el belga, a decir verdad, más gris en sus entornos.

Casi un millar -y unas 150 esculturas- de las 3.000 obras que componen los fondos de este museo están a la vista. Dedicado fundamentalmente al arte belga, los extranjeros están, no obstante, representados. En este terreno lo más espectacular es, desde luego, el inmenso mural del americano-rumano Saul Steinberg, con 24 paneles realizados para el pabellón americano de la Feria Mundial de Bruselas en 1958. Y la colosal escultura -Mujer sobre la escalera- de Henry Moore. Entre los británicos cabe destacar a Francis Bacon y su Papa con búhos, de 1958. Y la larga lista que incluye, sin sobrepasarse en cuanto a número de obras por artista, a Pierre Bonnard, John Constable, Claude Monnet, Óscar Kokoschka, Jean Dubuffet, Max Ernst y un Ingrés, Gauguin, Matisse, Van Gogh, o Vasarely como ejemplos, sin olvidar algunos más antiguos como el Marat asesinado de David. Poca obra norteamericana hay, sin embargo, en estas salas. "En los últimos 20 años la política de compras del museo ha sido esencialmente nacionalista, y ésa es una manera de ignorar los fundamentos internacionales del arte moderno", dice un joven historiador del arte. "Bélgica no tiene una política cultural global".

Fondos españoles

La pintura española no está, desde luego, ampliamente representada en estas salas, cuyos fondos cuentan con un Retrato de niña, de María Blanchard; La tentación de san Antonio, de Salvador Dalí; Pintura 104, de Luis Feito; Ocho autorretratos, de Antonio Saura; Investigación visual, de Francisco Sobrino; Pies, de Darío Villalba; dos obras de Ignacio Zuloaga y Mujeres vascas, de Valentín de Zubiaurre. Y punto. No hemos podido descubrir más, salvo el Retrato de chica joven, de Francisco de Goya, catalogado en Arte Moderno.La pintura belga, esa gran desconocida fuera del país, sí que encuentra, sin embargo, aquí su casa. El arte moderno, para Bélgica, empieza con el nacimiento de James Ensor, y así se aprecia en el recorrido. Algunas de sus obras maestras están aquí, como La raya o La música rusa. Los lienzos de Ensor se multiplican en una larga pared que no por ello resulta monótona. Después, el implacable silencio, como lo ha definido un crítico, de Constant Permeke, y los expresionistas flamencos, los simbolistas como Khnopff, los constructivistas de Boek o Gaston Bertrand, y, por supuesto, los superrealistas, encabezados por René Magritte (El imperio de las luces, quizá el cuadro más famoso de este museo) y Paul Delvaux (Pigmalion). Pintores figurativos como Jean Brussulmans o Henri van Evenepoel son casi desconocidos fuera de estas fronteras belgas, en cuyo seno floreció también el movimiento constructivista en los años treinta. Parte de las obras aquí mostradas son mediocres, aunque el conjunto resulte interesante.

No cabe olvidar, al hablar de este nuevo museo, de la impresionante renovación, porque, simultáneamente, en los últimos tiempos ha pasado al contiguo -un pasadizo los reúne- Museo de Arte Antiguo, que cubre los siglos XVI a XVIII, con 1.573 pinturas, 396 esculturas, con sus Brueghel, Rubens y otros artistas, en un marco clásico y luminoso que vuelve a configurarse como un imán para los visitantes y curiosos tanto de arte moderno como de arte antiguo.

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