Hacia la negociación nuclear
EL ANUNCIO de las conversaciones entre Shultz y Gromiko en los primeros días del próximo mes de enero ha introducido un elemento nuevo en el clima invernal que ha prevalecido últimamente en las relaciones internacionales. Hablar de optimismo sería excesivo, pero se ha abierto una expectativa. Las visitas que han realizado a Moscú el canciller de Austria, Sinowatz, y el líder del laborismo británico, Kinnock, aportan datos de gran interés, sobre todo porque se han entrevistado personal mente con Chernenko, y que éste, al menos hasta ahora, no ha multiplicado sus contactos con políticos occidentales. En los dos casos, el máximo dirigente soviético se ha mostrado moderadamente esperanzado y ha dicho algo sustancial: la URSS va a las conversaciones sin poner condiciones previas. Chernenko ha insistido en que el problema prioritario hoy es poner fin a la carrera de armamentos nucleares y en que hace falta pensarlo de nuevo. Palabras nada alejadas de las que el presidente Reagan viene repitiendo desde su reelección en el sentido de considerar como la cuestión fundamental de su segundo mandato el desarme o, al menos, la reducción del armamento nuclear. Esta especie, de coincidencia, aunque sea en pronunciamientos muy generales, no puede ser subestimada; en realidad, Shultz y Gromiko van a abordar, por primera vez desde hace mucho tiempo, el problema nuclear en su globalidad: tanto los misiles de alcance medio como los estratégicos, y el problema nuevo de los eventuales armamentos en el cosmos. No se puede descartar que precisamente una conversación global permita definir puntos de aproximación mejor que negociaciones troceadas, invadidas por los aspectos técnicos. El problema de fondo es que la URSS y EE UU podrían realizar reducciones drásticas de sus arsenales conservando, uno y otro, la capacidad de provocar el aniquilamiento total. Existe, pues, en términos objetivos, un amplio espacio para que se puedan efectuar reducciones de armamentos, sin disminuir la respectiva capacidad de disuasión. Sin merma, pues, de la seguridad, por mucho que se amplíe el contenido de este concepto.Pero la cuestión decisiva es si la voluntad política prioriza el logro de una superioridad sobre el otro o la puesta en marcha de un proceso de reducción de los peligros nucleares. En la primera eventualidad, parece probable que las futuras negociaciones, a partir del encuentro de enero, se centren en objetivos como los siguientes: una congelación en los actuales niveles, como punto inicial para poder abordar ulteriores reducciones, y quizá el cese de nuevos experimentos, que podrían crear desequilibrios siempre peligrosos. Cualquier paso, aunque pequeño, tendría efectos multiplicadores, porque generaría confianza recíproca, condición decisiva para un proceso de este género.
Algunos de los principales obstáculos para las futuras conversaciones no surgirán en la mesa de Ginebra; están en la retaguardia de cada uno de los negociadores. Tanto en Moscú como en Washington se desarrolla una batalla entre bastidores muy dura en tomo a la manera de abordar las inminentes negociaciones. El New York Times escribe que círculos del Pentágono desearían "ofrecer al Kremlin solamente acuerdos que producirían una ventaja clara para EE UU". La opinión contraria se escucha en el Departamento de Estado y en el Consejo de Seguridad Nacional. Si Reagan comparte esta segunda opinión, agrega el New York Times, "tiene aún que demostrar que es capaz de imponerla a una Administración fuertemente dividida". En Moscú se producen enfrentamientos semejantes, si bien no existe la libertad de Prensa para que sean expuestos. Está aún sin aclarar el caso del mariscal Ogarkov, destituido como jefe de Estado Mayor y viceministro, pero que sigue desempeñando a todas luces cargos importantes. En reiteradas ocasiones, declaraciones de Chernenko en un sentido abierto han sido desmentidas, en la práctica, por otros altos funcionarios; la estricta censura eleva el significado de tales anormalidades. Hay halcones en las dos capitales.
Una visión realista de la complejidad de las batallas de las que depende un despegue en el desarme nuclear permite valorar mejor la conveniencia de que Europa no se limite a una actitud de espera o de esperanza; aunque no esté en la negociación, sus propuestas pueden ejercer una presión importante. Y no sólo los Gobiernos. Con razón acaba de destacar Olof Palme, en una conferencia pronunciada en Ginebra, la necesidad de que la opinión pública se movilice en esta cuestión; de encontrar caminos para que se exprese la voluntad de desarme que anima a los pueblos.
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