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La política exterior y la seguridad nacional seguirán en las mismas manos en la nueva 'era' de Reagan

Francisco G. Basterra

El presidente norteamericano, Ronald Reagan, ha optado por la continuidad, y mantendrá en su segundo mandato el mismo equipo de política exterior y seguridad nacional. Los dos hombres que mantienen opiniones enfrentadas sobre cómo negociar con los soviéticos o la actitud a seguir frente a Nicaragua continuarán en sus puestos. George Shultz, el hombre de negocios flexible y moderado, seguirá al frente del Departamento de Estado. Caspar Weinberger, que también viene del mundo de la empresa privada y que es partidario de la política de confrontación con la URSS, permanece al mando del Pentágono.

Un portavoz de la Casa Blanca anunció también ayer que Robert McFarlane mantendrá su puesto como consejero de Seguridad Nacional, y que el polémico William Casey seguirá dirigiendo la también polémica Agencia Central de Inteligencia (CIA).Cuando Richard Nixon fue reelegido en 1972, con una avalancha de votos, frente a George McGovern, puso en la calle a 2.000 altos cargos. Su estilo político perseguía demostrar su autoridad e inspirar temor a sus subordinados. Reagan funciona de otra manera: no le gusta cambiar, se fia de sus amigos personales, aunque, como en este caso, la consecuencia sea la falta de una doctrina definida y única para enfrentarse a las grandes cuestiones de política internacional.

Se va Kirkpatrick

El principal resultado de esta política salomónica de Ronald Reagan será la exclusión de la ideóloga conservadora Jeanne Kirkpatrick, actual embajadora de Estados Unidos en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), del codiciado puesto de consejero de Seguridad Nacional.La esperanza blanca de los sectores más derechistas de este país no controlará este cargo, por el que ha luchado abiertamente en las últimas semanas.

Aunque es posible que le sea ofrecido un puesto menor en el servicio exterior, se cree que Kirkpatrick rechazará para tomarse un año sabático o regresar a su cátedra en la universidad de Georgetown. Ayer anunció que presentará su dimisión al presidente de su puesto en las Naciones Unidas, en cuanto concluya la actual Asamblea General.

No obstante, un portavoz de la Casa Blanca afirmó que no sabía nada de los planes de la embajadora, y añadió: "El presidente está extraordinariamente complacido de su trabajo, y le gustaría que se quedara".

El paso de Kirkpatrick a la Casa Blanca como consejera de Seguridad Nacional habría ahondado la confrontación sobre los temas de política exterior y hecho prácticamente imposible la continuidad de Shultz.

Hubiera supuesto, sin embargo, para Weinberger, una importante ayuda en su política de rearme y de firmeza ante Moscú.

El presidente, que admira profesionalmente a Kirkpatrick, ha tenido que ceder ante el consejo de sus asesores más pragmáticos.

Al mismo tiempo que la Casa Blanca confirma esta línea de continuidad, se anunció ayer en Washington que el Kremlin ya ha respondido positivamente a la posibilidad de que el ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética, Andrei Gromiko, y el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, mantengan una entrevista a comienzos del próximo año. La Administración Reagan ha establecido como su máxima prioridad en política exterior la negociación de acuerdos de reducción de armamento con la Unión Soviética.

Aunque Weinberger se opone a cualquier tipo de concesión para volver a sentarse en la mesa de negociaciones con los soviéticos, la línea más flexible de Shultz, que podría llegar a ceder en cuestiones menores para reanudar el diálogo, está triunfando en las primeras semanas de la segunda Administración Reagan. El presidente ha enviado varias señales que demuestran que quiere convertir a Shultz en el verdadero número uno en política exterior.

Varios meses de trabajo

Inmediatamente después de su reelección, Reagan convocó al secretario de Estado y al consejero nacional de Seguridad a una reunión en el Despacho Oval para establecer la agenda de política exterior de los próximos años. Shultz llevaba trabajando en este tema varios meses.De momento, la iniciativa está en sus manos, ayudado por Robert McFarlane, un ex coronel de marines que defiende una política exterior pragmática y que carece de la preparación, pero también del afán de notoriedad, que tenía su antecesor en el cargo, Henry Kissinger.

Sin embargo, Shultz tendrá muchos problemas para establecer su línea de diálogo y se encontrará enfrente, situándose siempre en apoyo de Weinberger, al director de la CIA, William Casey.

Mantener el diálogo

Esta confrontación constante, que provocó la imposibilidad, en la primera Administración, de llegar a ningún tipo de acuerdo con los soviéticos, y que ha puesto en un callejón de difícil salida a la crisis centroamericana, puede repetirse en los próximos años.Shultz necesitará toda su habilidad y reconocida paciencia para convencer a Reagan de que hay que mantener el diálogo con los sandinistas -por supuesto continuando con la presión militar para obligarles a negociar en condiciones de inferioridad.

Esta presión es una constante que es defendida en Washington por todos los sectores políticos importantes, en el Gobierno y en el Congreso. Weinberger y Casey, por su parte, reiteran continuamente al presidente que la mejor política con Nicaragua, la única posible, es derrocar a la Junta de Managua.

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