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Elecciones en Estados Unidos

El enfrentamiento entre Washington y Moscú caracterizó la presidencia republicana

Pilar Bonet

El denominado teléfono rojo (hot line) que comunica directamente el Kremlin con la Casa Blanca consistía hasta hace poco en un simple télex capaz de transmitir 66 palabras por minuto. El verano pasado, el circuito, que llevaba funcionando 21 años, fue desplazado por un sistema de transmisión capaz de imprimir planos, mapas y fotografias a gran velocidad. El presidente Ronald Reagan consideró entonces que la mejora era un paso "modesto, pero positivo" en la reducción del riesgo de guerra y la mejora de la situación internacional. Pocos pasos más en este sentido se han dado durante los cerca de cuatro años de mandato de Reagan, que han correspondido en el Kremlin a casi los dos últimos años de Leonid Breznev, los 15 meses de liderazgo de Yuri Andropov y, hasta ahora, los algo más de ocho meses de permanencia de Konstantín Chernenko.Para la URSS, tanto el teléfono rojo (la posibilidad de diálogo a distancia) como las entrevistas del ministro de Exteriores, Andrei Gromiko, con Reagan y el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, el pasado septiembre en EE UU (el diálogo directo de más alto nivel durante la presente Administración norteamericana), se diluyen en un balance que no puede ser más desfavorable y negativo de la gestión de Ronald Reagan.

Los representantes más autorizados del Kremlin insisten en que las relaciones entre Moscú y Washington están muy deterioradas, y alguno de ellos opina que la situación es la peor que se conoce desde la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, en 1962. El principal responsable de tal deterioro, según el punto de vista soviético, es la política exterior del presidente Reagan, cuyo objetivo prioritario es, dicen, "lograr la supremacía sobre la URSS".

La supremacía de EEUU

Estados Unidos trata de lograr esta supremacía, según Moscú, extendiendo su presencia en el mundo y desarrollando, al tiempo, la capacidad bélica, tanto cualitativa como cuantitativamente. En lo geográfico, la sensibilidad soviética es proporcional a la cercanía norteamericana. Entre las cosas que han preocupado al Kremlin a lo largo del mandato presidencial se cuenta el apoyo estadounidense-paquístaní a la guerrilla en Afganistán, convertido en una verdadera sangría para la URSS.

Se cuenta también la puesta en cuestión del sistema de influencias surgido de la segunda guerra mundial (sanciones económicas norteamericanas tras la declaración de la ley marcial en Polonia en diciembre de 1981), y, sobre todo, a Moscú le ha inquietado la instalación de misiles norteamericanos Pershing y de crucero en Europa occidental, concebidos como una amenaza directa para el territorio soviético. Motivos de desazón son también la presencia militar norteamericana en el Pacífico, en el Indico y en el golfo Pérsico, así como la situación en Oriente Próximo.

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En la carrera de armamentos, durante el mandato de Reagan se han abandonado todos los foros de negociación bilateral existentes. Como consecuencia del inicio de la instalación de los misiles norteamericanos en Europa occidental en el otoño de 1983, la URSS se retiró de las conversaciones de Ginebra INF (misiles de alcance medio) y START (misiles estratégicos), y hasta ahora han sido inútiles los intentos de que regrese.

Para volver a Ginebra, la URSS sigue exigiendo la retirada de los euromisiles (a los que se contraponen misiles soviéticos SS-20). Sin embargo, en los últimos meses se ha venido admitiendo cada vez con mayor insistencia que tal vez sea posible el progreso en otros campos de negociación, dejando de lado el tema de los misiles.

En sus declaraciones al diario The Washington Post, Konstantín Chernenko mencionaba algunas posibilidades: negociaciones para evitar la militarización del espacio exterior, congelación de los arsenales nucleares, ratificación de dos tratados sobre explosiones nucleares subterráneas (1974 y 1976) y renuncia a la toma de iniciativas en el uso de armas atómicas.

La URSS y Estados Unidos se han acusado mutuamente de practicar el terrorismo de Estado y de violar todos aquellos tratados firmados durante la década de los setenta. Para la agencia Tass, la Administración de Reagan actúa como "un impúdico violador de acuerdos internacionales".

Lo que más inquieta a los soviéticos es la guerra de las galaxias y el programa de Reagan para establecer sistemas balísticos antimisiles (ABM) en el espacio. Para el Kremlin, este programa, aparte de dificultar las posibilidades de control de armamentos, viola el tratado soviético-norteamericano sobre la limitación de los sistemas de defensa ABM $e 1972.

Las sanciones norteamericanas

En el campo económico, las sanciones norteamericanas contra la URSS tras la crisis polaca (restricción de las exportaciones de alta tecnología y equipamiento para el gasoducto) se revelaron altamente ineficaces, ya que la tecnología de punta siguió siendo suministrada a través de terceros países y los aliados de Washington se negaron a secundar la política norteamericana en relación al gasoducto soviético, que ha empezado a suministrar combustible este año.

Las sanciones de Estados Unidos tuvieron más bien un efecto bumerán, ya que la URSS ha tratado por todos los medios de reducir sus compras a aquel país y ello se ha notado en el comercio.

Reagan aisló las ventas de cereales -a las que por ahora no puede renunciar la URSS- del conflicto político, y poco después de llegar al poder levantó el embargo parcial impuesto por Carter tras la intervención soviética en Afganistán.

Si bien la URSS responsabiliza a la Administración Reagan de las gélidas relaciones bilaterales, no olvida que el paso de la política de distensión a la de enfrentamiento tuvo lugar en tiempos de su predecesor, Jimmy Carter.

Esto ha quedado patente en los comentarios soviéticos sobre la campaña electoral norteamericana. Pravda subrayaba recientemente que "no se ha de olvidar que Mondale fue vicepresidente de la anterior Administración estadounidense, que impuso a sus aliados de la OTAN la decisión de instalar euromisiles y elaboró la doctrina de una guerra nuclear limitada y otros planes militaristas".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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