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Mozart y la masonería

En las biografías de Juan Crisóstomo Wolfgang Amadeo Mozart nadie sabe a ciencia cierta qué mal demonio intercede en la cuestión; siempre se silencia su filiación masónica, destacándose, en cambio, por influencia decisiva de no sabemos qué otro demonio, su acendrado catolicismo, como si lo uno y lo otro fueran incompatibilidades categóricas. Al fin, y a la postre también, y sin lugar a dudas, la Iglesia liberal, que existe, y la Masonería auténtica, que también la hay, se complementan y estimulan.A los 25 años, eso es, en 1781, Mozart fue recibido con inusitada solemnidad en la logia La Esperanza Coronada, de Viena. Hasta tal extremo impresionó a nuestro hombre el ritual masónico, con su halo de misterio, que influyó en su padre para que pidiera la iniciación, la cual se llevó a efecto a los pocos meses de haber tenido lugar la suya propia. Podemos decir, sin temor a incurrir en exageraciones, que el genio de Mozart, sin la Masonería, quedaba incomprensible, pues toda su obra destila el celo y la bondad que la Orden le infundió. La viva imaginación de Mozart quedó fuertemente impresionada por el carácter misterioso y simbólico de la Masonería. Y sin ese entourage, fuerza es hacer hincapié en ello, sus creaciones quedarían como la de Miguel Ángel sin Renacimiento.

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La flauta mágica es, sin duda, aun cuando así no lo entiendan los enemigos de la Masonería, de una belleza extraordinaria, plena de ideal masónico. Mozart, al decir de Jalín, el único biógrafo del músico que toca el tema de la Masonería en la vida del artista, muestra en esa obra la decisiva influencia que sobre él ejerció su fraterno amigo de las logias, Schikaneder, quien, al facilitarle el libretto, le habló de trabajar sin descanso y unidos todos los obreros del mandil, y de que mientras haya tiranía en el mundo hemos de trabajar hasta morir, cantando siempre: "¡Viva la fraternidad!".

Sobre ese ideal masónico, más de cien años después de la muerte del compositor, acaecida el día 5 de diciembre de 1791, un gran catalán, Rosendo Arús i Arderiu, masón a quien Barcelona debe mucho en el orden cultural, puso letra a la cantata masónica de Mozart titulada Elogio de la amistad, y, no obstante la suma importancia de la citada obra, es la que tituló Die zauber floete (La flauta mágica), la que se puede considerar como la máxima glorificación de la Francmasonería.

No quiero terminar este breve artículo sin referirme a otra composición del hermano Mozart, aquella que bautizó con el nombre de Música fúnebre masónica. Con motivo de haberla interpretado por primera vez, escribió a su padre: "Como la muerte es el verdadero objeto de nuestra vida, he llegado a familiarizarme tanto con ella que desde hace años juzgo que no tiene nada de espantosa para mí su imagen, sino que, muy al contrario, encuentro en ella un algo consolador y tranquilo". Cuando en un funeral masónico se interpreta esta pieza, se estremecen los ánimos del hombre más templado y una paz total nos envuelve.Silencio

Una fuerte cruzada antimasónica, de esas que de cuando en cuando azotan al librepensamiento, forzó al emperador José II a reducir el número de logias, dejando sólo que se establecieran algunas en los principales lugares del imperio. A la muerte de Mozart, la Masonería comenzó a languidecer, hallando de nuevo auge en la Viena de principios de siglo y perpetuándose luego su esplendor en los últimos años de 1800, y alcanzando su cenit en los años próximos a la primera gran guerra mundial.

Siempre me hice una pregunta al oír a Mozart y pensar en su vida: ¿por qué la Iglesia silencia la filiación masónica de Mozart, si Mozart, sin la hermandad de la Francmasonería, sería como un pájaro sin facultad de volar?

Francisco Molins Fernández es diputado gran maestre del Grande Oriente Independiente y Liberal.

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