Brillo y penumbra de los Nobel
La dotación de los premios Nobel que financia la fundación del mismo nombre y que adjudican, de acuerdo a las disciplinas establecidas, la Academia de Letras, la Real Academia de Ciencias y el Instituto Carolino, todos de Suecia, y en Noruega un comité del Parlamento, es la más elevada que se otorga en el mundo.Una explicación sobre la importancia económica de los premios, que ha sido sucesivamente aumentada desde sus comienzos en 1901, es que periódicamente se ha ido ajustando como una forma de contrapesar la erosión de la inflación. El premio, que en su primera adjudicación era de 150.000 coronas, ha llegado progresivamente hasta el millón y medio en 1984 (alrededor de 30 millones de pesetas), sin que por ello haya recuperado totalmente su valor real inicial.
Responsables de esta política sensata y justa que los ministerios de Cultura muchas veces no pueden imitar, es la Fundación Nobel, administradora con el más estricto sentido capitalista de los cuantiosos bienes legados por Alfred Nobel. No pocas de las críticas que se han formulado a los premios Nobel provienen del origen -para muchos espúreo- de los dineros que los alimentan y de la aparente contradicción entre ese origen y los valores humanos que se busca estimular y recompensar por ello. Esta contradicción se muestra más chocante cuando se piensa que el dinero que premia a un luchador/a por la paz o a un escritor que cuestiona los valores del sistema capitalista, proviene de la venta de armas de la fábrica Bofors o de la mano de obra barata de algún país del Tercer Mundo donde operan algunas de las empresas administradas por la fundación. Sólo se conoce, sin embargo, de un único rechazo al premio por parte de un laureado, que fue Jean Paul Sartre en 1964, cuando la academia sueca lo distinguió en literatura.
El pecado mayor que le ha costado a Nobel tantos juicios negativos fue el de haber obtenido la dinamita a partir del perfeccionamiento de la nitroglicerina, y más tarde la gelatina explosiva, precursora de la Goma 2. El propio Streindberg, que por cierto no era un benévolo, diría años más tarde despectivamente "dinero de Nobel, dinero de la dinamita".
Más allá de diatribas o elogios al creador del Premio Nobel o a las instituciones encargadas de adjudicarlos, éstos siguen, sin embargo, siendo centro de la atención mundial. Para los suecos son el acontecimiento de cada año y un motivo de orgullo nacional.
Por eso no aceptan de muy buen grado las críticas que se formulan, sobre todo desde los mundíllos literarios, aunque parcialmente las puedan compartir y se afirman en su convicción de que, pese a todo, el prestigio de los premios sigue inconmovible.
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