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Los premios literarios en España

A la caza y captura de mecenas

300 premios literarios, en los que se invirtieron más de 55 millones de pesetas, se fallaron en España en 1983

Aproximadamente 300 premios literarios se fallaron el pasado año en España, con una dotación económica, en su conjunto, de 55.430.000 pesetas. Sin embargo, mañana se falla el más famoso de todos ellos: el Planeta, que en esta edición aumenta su dotación a 12 millones de pesetas. Y la pasada semana comenzó la liturgia del más famoso galardón internacional: el Nobel, que fue adjudicado al poeta checo Jaroslav Seifert. Los premios suponen para muchos escritores la posibilidad de ver editados sus trabajos; para otros, darse a conocer e iniciar la carrera para obtener el mayor número de galardones. En cualquier caso, una búsqueda incesante de un mecenas literario.

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Estímulos a la creación literaria, busca de prestigio cultural de quienes los dan y quienes los reciben, estrategia para desgravar impuestos, una ayuda para llegar a fin de mes, una campaña de publicidad. Los premios literarios son esto y varias cosas más desde que se han convertido en una institución protagonista de la vida cultural española. Lejana ya la época de los Médicí florentinos, en la era del vídeo y la microelectrónica queda estimular dignamente la cultura e hacer negocios con ella. Para los autores o aspirantes se reserva la mitificación del libro: no importa que éste sea bueno o malo; la cuestión es alcanzar el estado supremo del valor cultural viendo nuestro nombre impreso en una portada. El premio literario es el camino en el que confluyen los mecenas y los autores de todo tipo, desde los ya consagrados que, hartos de vender menos de 3.000 ejemplares de magníficas obras, aplaudidas por la crítica especializada, acceden a escribir algo más accesible para el, llamémosle, gran público, hasta los que se ven seducidos por atractivas sumas. También están aquellos convencidos tanto de su indudable alta calidad literaria como de la ignorancia y falta de olfato de los editores para encontrar genios. Entre todos ellos se encuentran también los que legítimamente buscan en un premio esa gratificación mínima que no obtienen al haber descubierto que ser buen escritor da menos fama y dinero que ser mal cantante, que se incide menos en la sociedad de lo que se suponía y que hay muy pocas posibilidades de poder vivir, como dicen, de la profesión.

Paciencia y buena letra

Este último no es el caso de un militar retirado de Albacete que ganó el año pasado más de 100 premios de poesía y cuentos, galardones por los que obtuvo una recaudación superior al millón y medio de pesetas. Un ejemplo que demuestra que la paciencia y buena letra pueden influir en los jurados más diversos. En otro caso, el afán de premiar y ser premiado no sólo se superpone, sino que conduce directamente a. la autogestión: una entidad turística del País Vasco convocó un premio, nombró secretario del jurado al secretario de la entidad convocante, quien a su vez fue elegido ganador. Sin llegar a estos casos extremos, es indudable que cuando alguien gana un premio tiene grandes posibilidades de obtener varios más. "Hay mimetismo", dice Pedro Fuentes Guío, director de la revista Peliart, "con el que se intenta prestigiar una institución premiando al galardonado por otra. Conozco los comentarios preocupados de muchos jurados que no encuentran un nombre para premiar". Por esta vía, los veteranos llevan ventaja sobre los novatos que se adentran en la dimensión desconocida de las plicas, las fechas de vencimiento, similares a las de las letras, el peligro del amiguismo, el angustioso accésit.

Una de las excepciones de esta regla semiexcluyente de los veteranos es el Premio Adonais, cuyo jurado se esfuerza por lanzar jóvenes y buenos poetas. Con 100.000 pesetas de dotación y alejado del mundanal ruido de la publicidad, el Adonais se maneja con otros criterios. "Los editores", añade Fuentes Guío, "tienen además que elegir una obra que luego se venda". Pero muchas veces los jurados reeligen a un conocido más por pereza o falta de tiempo que por favorecer a un buen amigo o amiga. Igualmente, los testimonios de diversos escritores que participan en jurados permiten suponer que existe lo que Manuel Vázquez Montalbán denomina correlación de fuerza: cada miembro del jurado tiene su candidato, y se impone el que tenga más fuerza. Algo así como la estrategia bélica trasladada al mundo cultural. Por otra parte, ser jurado puede resultar aburrido, pero por lo menos suele estar gratificado económicamente.

Mandarinas de oro

Pedro Fuentes Guío es el director de la revista Peliart, dedicada exclusivamente a concursos periodísticos, literarios y artísticos, según explica la portada. Esta dedicación le ha permitido reunir cerca de 3.000 suscriptores, cifra que nos orienta sobre el volumen real de los eternos postulantes. Además de incluir algunos poemas, crear un club literario internacional para la publicación de libros de poesía, los socios pagan una cuota, poseen un carné y se comprometen a adquirir los libros que se editan de otros socios. Peliart informa sobre innumerables premios convocados y fallados, y, como era inevitable, tiene también su premio literario. Los premios anunciados en Peliart ofrecen una cierta radiografía de la situación reinante. Se tiene la impresión de que cada grupo social, cada grupo de aficionados o amantes de algo decidieron crear un premio literario. Los hay de tipo claramente comercial, como el de la empresa Discolibro, que convocó en 1983 un premio de novela en el que sólo podían participar los socios de esta entidad comercial y sus familiares más directos. Y están también los de carácter más específico, como el certamen Ciudad de las Naranjas, en el cual se premia, entre otras cosas, la mejor composición en verso dedicada a la naranja" escrita en valenciano. En esta misma línea el Ayuntamiento de Villa Real convocó el año pasado el Premio Nacional Mandarina de Oro. En plan especializado hay que mencionar el instituido por el restaurante La Odisea, que premia al relato gastronómico, y el Premio La Sonrisa Vertical, que se dedica a la narrativa erótica.

Los hay para todos los gustos. En una rápida Ojeada a las convocatorias encontramos premios con nombre de cantante venezolano -Certamen Tigre Juan-; otros más severos, como el de poesía religiosa, que, a falta de interés literario de la Iglesia, está convocado este año por el Ayuntamiento de Burgos (mayoría de AP); y tam bién los hay de origen farandulero como el premio de novela que convoca la discoteca El Sol, de Madrid.

Literatura y economía

El primer premio que se señala con respeto y como pionero en la España de las posguerras es el Nadal, que recientemente celebró su 40º aniversario. En 1944, Carmen Laforet ganó su convocatoria inicial con la novela Nada. Miguel Delibes, Rafael Sánchez Ferlosio y José María Gironella fueron algunos de quienes lo obtuvieron en años posteriores. "Los premios", dice el crítico literario de este periódico y a veces miembro de jurado, Rafael Conte, "coincidieron y ayudaron al resurgimiento de la novela en los años cuarenta. Cumplieron entonces su papel. Ahora, en cambio, son una cuestión de marketing". Después del Nadal vinieron otros premios que, junto con los escritores, ganaron prestigio. Se crearon los premios Alfaguara, Biblioteca Breve, o se reavivó alguno que existía antes de la guerra civil, aunque el gesto sostenido de los premios es un fenómeno posterior, como el Fastenrath, de la Academia Nacional de Literatura. Y, por supuesto, los Premios Nacionales de Novela, Poesía y Narrativa, dotados en 1983 con un millón de pesetas cada uno. Conviene recordar que en 1925 Rafael Alberti obtuvo el Nacional de Literatura con su Marinero en tierra, que entonces se titulaba Marinero en tierra.

Quien acabó con la división entre literatura y economía de mercado, o fundó el intento de unión, fue José Manuel Lara. Muchos años tardaron algunos escritores en descubrir que valía la pena presentarse al Planeta, premio que nació asociado al folklore seudocultural del franquismo. Lara supo encontrar modas: por ejemplo, se lo dio a Jorge Semprún (ex comunista, ajustando cuentas a Carrillo cuando se iniciaba la crisis del PCE) y a Vázquez Montalbán (las modas de la novela negra y la gastronomía mezcladas con calida.d y un toque político).

En sus 33 años de vida, el controvertido Planeta ha logrado centrar la atención del mundo literario. A la convocatoria de este año, que se falla mañana, se han presentado 30 obras de América del Norte y Central, 93 del Cono Sur, 19 europeas y 276 españolas, hasta totalizar 418 novelas a concurso. Manuel Vázquez Montalbán asegura que, de vender 15.000 ejemplares de sus libros, el Planeta le convirtió en un autor de 500.000 ejemplares en varias ediciones. De todas formas, Montalbán continúa pensando que los premios son un estímulo artificial: "No fomentan la lectura, sino la escritura".

Sea lo que sea lo que fomentan, el hecho es que, al hacer un rastreo que no incluye decenas de premios convocados por ayuntamientos y asociaciones culturales, nos encontramos con, aproximadamente, 300 premios literarios en 1983, que reúnen en conjunto dotaciones por valor de 55.430.000 pesetas. A primera vista, aplicando el criterio económico de la renta per cápita, le corresponderían 194.766 pesetas a cada premio. La realidad es otra: entre el Planeta, con sus actuales 12 millones de recompensa y abundante publicidad, y las 10.000 pesetas de muchas asociaciones culturales hay una distancia que se acrecienta con las cámaras de televisión, las entrevistas y, por contraste, la edición de 1.000 ejemplares para regalar a familiares y amigos. Nada ni nadie garantiza, sin embargo, que las mayores dotaciones y más focos de televisión rodeando al emocionado ganador sean la consecuencia final de un buen libro. Tampoco lo asegura la pobreza de medios, aunque muchas obras de calidad no pasan la frontera del conocimiento minoritario.

Jorge Herralde, director de la editorial Anagrama, después de una provechosa experiencia con su Premio de Ensayo, con más de 20 obras publicadas, decidió lanzar en 1983 el Premio Herralde de Narrativa. "Creía que había un cierto vacío", dice, "y quise buscar otro tipo de autores. Este premio es para obras más experimentales que no necesitan del show literario". El primer ganador fue Álvaro Pombo, con El héroe de las mansardas de Mansard.

Pero el ejemplo más famoso en el mundo de los premios es Camilo José Cela: de acuerdo con la leyenda literaria, nunca se presentó ninguno. Como Pío Baroja, que nunca obtuvo ninguno.

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