El arte de la vida, de vivir y de gozar
Jaroslav Seifert nace el 23 de septiembre de 1901 en Zizcova (Checoslovaquia), y sin llegar a terminar sus estudios, empieza a escribir en diversos diarios y revistas, siendo pronto reconocido como uno de los jóvenes que con más seriedad escribe sobre arte. Son los años que siguen a la primera guerra mundial. Su vocación poética, que es la que desde un principio le ha empujado por este camino, se ve concretada en 1921 con la primera publicación de un libro: Ciudad en lágrimas. Los jóvenes poetas checos, movidos por los acontecimientos políticos (se vive aún en el fervor de la Revolución de Octubre), se han constituido en grupo: el Devétsil (Nueve Fuerzas). Entre sus postulados figuran frases como "el aspecto socialista del arte reside en su esencia misma, su carácter fundamental, y no en el programa y el terna", o "una mala poesía llena del mayor compromiso no será nunca poesía comprometida".Estas frases hacen que no sorprenda que los más jóvenes del grupo, al entrar en contacto con nuevas corrientes, como el Dadá, gracias al poeta Nezval, inicien un nuevo movimiento que se moverá en un terreno más esteticista y será de gran influencia en la poesía checa posterior: el poetismo. El poetismo, afirma, "es el arte de la vida, el arte de vivir y gozar; y debe ser tan seductor, tan accesible como el deporte, el amor, el vino y otras exquisiteces". Entre los primeros que se incorporan a él figura Jaroslav Seifert, y así a la aspiración de escribir poesía para los cinco sentidos y buscar por encima de todo la espontaneidad.
Esta etapa se prolonga durante los años veinte -años en los que la poesía checa conoce un florecimiento análogo a nuestra generación del 27, con poetas como VIadimír Jolan y Frantisek Halas-, y en ella, Seifert escribe poemas donde canta la alegría de vivir, la belleza del mundo, los adelantos de la ciencia y el hechizo de la ciudad. Son libros que se titulan El amor mismo, En las salas o El ruiseñor canta mal. Se trata de una poesía donde la experimentación, al modo de Apollinaire, tiene gran importancia. En 1929 publica un libro clave, Paloma mensajera, al que sigue Estrellas sobre el paraíso.
La imaginación del poeta vuela y se concreta en imágenes abiertas, en palabras que ofrecen un rostro nuevo, en metáforas sorprendentes basadas en asociaciones inesperadas: estamos ya en los campos del superrealismo. En 1928, el poetismo ha hecho crisis y su mismo fundador, Nezval, desde la revista Zodiaque, ha abierto las puertas a ese nuevo movimiento. Pero el impulso creador de Seifert le lleva a seguir evolucionando: una nueva etapa se configura en su obra, y esto supone un giro hacia el clasicismo. Sus libros más representativos son Manzana de regazo (1933), Las manos de Venus (1936) y Primavera, adiós (1937). El poeta se concede una pausa de reflexión, su voz se interioriza y la melodía acoge cálidamente sus palabras y las envuelve en una calma nostálgica. Aparecen en el horizonte el mundo de la infancia y la juventud, el amor, y con él, la esperanza y el dolor, y a través de todo ello, una vinculación profunda con el mundo checo y su tradición literaria. Seifert se alza ahora como el gran maestro del verso que nunca ha dejado de ser.
Durante los años de la segunda guerra mundial, que naturalmente tienen un reflejo muy determinado en su obra, como Casco de tierra (1945) o el libro posterior, Canción de la victoria (1950), continúa en esta línea de perfección y equilibrio. Claramente aparece ahora como uno de sus temas fundamentales la ciudad de Praga; así en Vestida de luz (1940) y Puente de piedra (1945).
Posteriormente publica Mano y llama (1948), Praga (1956), Concierto en la isla (1965), El cometa Halley (1967), Paraguas de Piccadilly (1979) y Ser poeta (1983). Nos hallamos ante un nuevo momento de este creador infatigable: abandono del verso regular tanto tiempo cultivado, de la forma de canción y también de los tópicos metafóricos para poder expresar mejor "la esencia". Es como una vuelta al origen, pero integrando toda su evolución posterior: se entremezclan recuerdos y acontecimientos antiguos, imágenes de Praga, siempre en un tono de testimonio profundo de la realidad que le rodea, siempre de modo equilibrado y a pesar de la fugacidad del tiempo, que surge como evidencia incesante, optimista, ya que al final, y son palabras suyas, queda siempre "la terrible belleza de la vida".
Babelia
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