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Tribuna:Jean-Paul Sartre, en agosto de 1944Un caminante en el París sublevado / 1
Tribuna
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La insurrección

Martes, 22 de agosto. Cuento lo que he visto. Lo que cualquier viandante ha podido ver como yo. Hablaré hoy de la población civil.Todo empezó como una fiesta y, todavía ahora, el bulevar Saint Germain, desierto y de cuando en cuando barrido por ráfagas de ametralladora, conserva un aire de trágica solemnidad.

Recuerda sin uno quererlo a aquellos pacíficos domingos de antaño, en los que el gentío se agolpaba en las ferias, en las concentraciones deportivas, y en los que, de repente, ocurría un accidente. Entonces un remolino agitaba los claros vestidos; los rostros quedaban demacrados por la angustia, y, sin embargo, todavía conservaban un aire vagamente alegre, mientras se inclinaban bajo el sol sobre un cuerpo ensangrentado.

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Fue una fiesta y tres domingos de color sangre la siguieron. Todavía ayer, quien entrase caminando en París por la Puerta de Orleans y recorriese los bulevares exteriores, las calles, las avenidas del distrito 16, o quien, desde la Bolsa, bajase por la Rue Montorgueil, se impresionaría por su aspecto.( ... )

La insurrección no es visible en cualquier lugar: en la calle de la Gaîté, un acordeonista ciego, sentado en una silla de tijeras, toca La Traviata; la gente se agolpa en una taberna semiabierta y bebe atropelladamente un vaso de vino. En las orillas del Sena, hombres y mujeres se bañan o se tuestan al sol, en traje de baño., Sin embargo, la batalla está presente en todas partes. Incluso en los barrios más tranquilos se oye cada dos o tres minutos el seco chasquido de un proyectil que choca contra una piedra: es una bala de fusil. O, de repente y procedente de no se sabe dónde, se oye el tableteo de una ametralladora. Son ruidos inexplicables no hay alemanes en los alrededores.

Nadie busca la clave del misterio, las personas se miran entre sí y dicen con aire grave: "Disparan...". Es todo.

Otras veces, se ve un minúsculo resplandor entre las hojas de los árboles, se oye un extraño ruido de rápido descenso de rama en rama: es una bala perdida que cae. A veces el sol tiembla levemente y pasan unos camiones alemanes, erizados de fusiles.

Bajo la lona, se entrevén unos hombres de facciones tensas y ojos dilatados por la fatiga y la angustia, dispuestos a ametrallar a la gente. ¿Adónde van? Nadie lo sabe. ( ... )

De improviso, al fondo de la calle, unos hombres atraviesan corriendo la calzada, seguidos de otros que van. a ocultarse en los edificios de enfrente. En un abrir y cerrar de ojos la calle queda desierta. Llega un tanque, chatarra amarilla y siniestra. Se sabe que ellos han disparado sobre una multitud que el domingo por la mañana iba a oir misa en Saint-Germain-des-Prés; que ellos, sin que mediara provocación alguna, han herido en la encrucijada de Montparnasse a una anciana. Los tanques atraviesan la calle vacía, desaparecen, e inmediatamente vuelven a formarse grupos. Esto es quizá lo que más sorprende: la tenacidad por renacer de la vida social, su empeñó en aferrarse a cualquier resquicio, por todos lados y en las horas más trágicas, como la hiedra se agarra a la roca y cubre con su paciente andar y andar las huellas de una sangre todavía fresca.

En el bulevar Saint-Germain, esquina a la calle de Seine, cada dos horas fusilan a personas civiles. Desde mi ventana he visto a los alemanes, en formación cerrada, desembocar sobre el bulevar y rociar la acera con sus metralletas. Cuando se fueron, unos enfermeros se llevaron los cuerpos de los caídos, y, como por arte de encantamiento, la multitud reapareció. No es una obstinación estúpida: en primer lugar hay que comer y muchas mujeres se ven obligadas a hacer cola en las puertas de las panaderías; y en segundo lugar todos necesitan, en momentos como este, sumergirse de nuevo a cada instante en la vida colectiva..

¿Quién podría permanecer a solas en su habitación mientras París lucha por su libertad? Por otra parte, el peligro es imprevisible. A las tres de la tarde, se encuentra aquí, a las cuatro, allí. ¿Por qué intentar evitarlo? Encuentro cierta grandeza en tal obstinación. Es ella la que da a París esa extraordinaria fisonomía: uno recorre 100 metros en una calle animada, casi alegre y a la vuelta de la misma te detiene el silbido de las balas, la muerte. Ayer, dejé la tranquila Rue Montorgueil y me acerqué a Les Halles. Era casi un desierto. En el centro de la calzada yacía un enorme camión panza arriba, como un cangrejo sobre su caparazón. Cerca de allí vi, delante de un puesto de socorro, unas camillas manchadas de sangre aún fresca, y, por la puerta entreabierta, el lívido rostro de una enfermera. Y el silencio. Había pasado algo, pero lo que fuera ya había terminado; Quedaban la chatarra en mitad de la calle y la sangre ( ... )

Comencé a caminar por una calle elegida al azar. Había combates en el Pont-Neuf Sobre la pasarela del puente de Les Arts habían instalado una garita; un paisano con casco repetía sin cesar: " ¡Dense prisa!". Pero, de repente, la gente comenzó a retroceder: en la otra orilla del río había aparecido una patrulla alemana en formación de combate. Los resistentes, invisibles, comenzaron a disparar; la patrulla repelió el ataque' Sin dar se mucha prisa, la gente bajó al muelle y allí se quedaron esperan do. Aguardaron pacientemente, sin muestras de ira, algo angustia dos, como quien espera "el pan de cada día" en la puerta de una panadería, como quien espera la llegada de los americanos.

Poco después apareció detrás de ellos un camión atestado de alemanes. Los soldados les hicieron señales de que se fueran de allí, y como obedecían a disgusto, les amenazaron con sus metralletas. Entonces la gente echó a correr atropelladamente, entre divertida y presa de ansiedad. Llegaron al puente del Carrousel y moderaron allí la velocidad de la huída. A la izquierda quedaba el Pont-Neuf, donde todavía se luchaba. Lapasarela del puente de Les Arts estaba desierta. A la derecha, había una zona de tierra de nadie, las Tullerías, cerrada a cal y canto, cercada por alambradas. Dentro de ellas, muy lejana, se veía la silueta verde de un soldado alemán. Una especie de eternidad trágica pesaba sobre las piedras y un destino de plomo aplastó de pronto a la multitud.

Apenas habían penetrado en el puente cuando' comenzaron a estallar disparos a la altura del de Les Arts. Mujeres, jóvenes y ancianos prosiguieron su huída encorvándose un poco, casi por principio. Inmediatamente después, las balas comenzaron a rebotar contra el arco del puente, y tuvieron que acabar la travesía a gatas. Aún les faltaba atravesar una calle. Lo hicieron y se refugiaron en la Rue de los Saints-Péres. Habían estado más cerca que nunca de la batalla. Disparaban a 50 metros de ellos y, sin embargo, el destino y la muerte se habían desvanecido. Les bastó doblar una esquina para entrar en la calma. Había gente en mangas de camisa en los portales, algunas tiendas estaban abiertas y quedaba el gran descanso trágico de los días de motín.

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