Las walkirias vuelan con cintutón de seguridad
Es éste el segundo año que en Bayreuth se representa la Tetralogía escenografiada por el director británico Peter Hall. Tras los devaneos innovadores de la pareja francesa Chereau-Boulez, se pretendió, con motivo. del centenario de Wagner, montar un Anillo naturalista y romántico, más fiel a sus ideas, y para ello se contrató al, equipo Hall-Georg Solti. Los resultados fueron y continúan siendo polémícos. Este año Solti, aduciendo un agotamiento físico, ha renunciado a participar en el festival, con lo que uno de los mayores atractivos del ciclo ha desaparecido, pues su sustituto, Peter Schneider, no posee la necesaria madurez para salir con brillantez del dificil empeño. Su dirección denota buena intención, pero falta de profundidad y matices. A pesar de los 28 ensayos de la orquesta con los que ha contado, su aportación es básicamente una lectura superficial de la partitura, aunque precisa en cuanto a afinación y homogeneidad orquestal. Debido a ser muy querido en este teatro, sus salidas a escena fueron recibidas con ovaciones mayoritarias, pero no faltaron las muestras de protesta de una parte del público, especialmente en La Walkiria.Sin embargo, es la escenografía de Hall el punto más atrayente y polémico. Muchos defectos del año anterior, principalmente los abundantes ruidos durante los cambios de cuadros, y la falta de colores en los horizontes, han sido eliminados. Ello supone un avance considerable, ya que el moritaje es francamente complicado. Básicainente, toda la Tetralogía se monta sobre un plano móvil de enormes dimensiones. Ese plano sube y baja modificando escenas y ambíentes. Momentos como la cabalgata de las walkirias se convierten en los más discutidos, e incluso provocan risas en algunos espectadores. Y es que aparecen sentadas sobre el mencionado plano, que surge en forma de ilube de la parte superior del escenario para ir girando y descendiendo. Dado el riesgo que para las cantantes supone la considerable altura de éste, han tenido que sujetarlas con fuertes cinturones, que se desatan una vez que han aterrizado. Otro tanto acaece en el tercer acto de Sigfrido, al cambiar la escena por tercera vez introduciendo a la dormida (y suponemos mareada) Brunhilda en su roca rodeada de fuego mediante un giro de 180 grados del plano en cuestión. Otra escena discutida es el cuadro primero de El oro del Rhin, en el que la utilización de espejos permite ver a unas ondinas totalmente desnudas nadando realmente en agua, como si se hallasen en una pecera gigante. A pesar de la hilaridad que pueden levantar estas soluciones, hay que reconocer su valentía, originalidad y sobre todo ser únicas, en cuanto que exigen unos medios mecánicos y escénicos de los que pocos teatros pueden disponer. Sin embargo, no hay que engañarse ya que las innovaciones se centran únicamente en la técnica, puesto que el concepto escéni co sigue siendo tradicional, algu nas decoraciones incluso rutina rias (el acto primero de Sigfrido) y la dirección de actores prácticamente inexistente, lo que sí resulta grave.
De los intérpretes de esta Tetralogía sólo quedan sin mácula la contundente Frika de Hanna Schwarz y la magnífica y matizada Sieglinde de Jeannine Altmeyer, pues al musical y lírico Sigmod Nisgern le falta potencia y redondez en los graves para el papel de Wotan y Hildegard Behrens no puede ocultar, a pesar de su extra ordinaria técnica, que su voz co rresponde más a una soprano lírica de ancho cuerpo que a una dra mática.
Mención aparte merecen los tenores, auténtico problema actual en la ópera wagneriana, pues ni Siegfried Jerusalen ni Manfred Jung pudieron con sus papeles, y muy especialmente este último, quien, como el año anterior, expuso sus fallos, limitaciones e inhibiciones mediante un extraño y ya demasiado duradero e increíble virus que hizo que Sigfrido se representase prácticamente sin Sigfrido.
Parsifal es otra de las obras en cartelera del presente año y nuevamente viene a ser la escenografía el punto más atacado. Friedrich utiliza dos paredes fijas, techo y lateral derecho, a modo de muro con nichos durante toda la obra, y en ellos sitúa a los Caballeros durante la celebración del Trial, mientras que Parsifal, Amfortas y Gurnemanz son los únicos en pisar el suelo del escenario, lo que da un aire un tanto deváido a la ceremonia.
El segundo acto, en los dominios de Klindsor, es sin duda el más flojo, ya que ni decoración ni vestuarios salen de la vulgaridad. Justificaciones e interpretaciones son evidentemente y posibles, pero también la divisióh de opiniones del público al término de la representación.
Levine ha realizado su presentación en Bayreuth con este Parsifal y parece como si hubiera querido echar por tierra todas las ideas que preconcebidas hubieran existido sobre él, dirigiendo justo al revés: frente a exceso de sonoridad, abuso de pianos, frente a tempos de concorde, lentitud casi exasperante. Ello, a pesar del aire italianizante, ocasiona una clara falta de tensión, contraste y dinamismo. La interpretación vocal supera a las direcciones escénica y orquestal, porque Hoffmann, Estes, Sotin y sobre todo Wartrude Meier realizan una magnífica labor.
Para el próximo año se acaba de anunciar una nueva producción de Tännhauser, con escenografía de Wolfrang Wagner y dirección orquestal de Sinopoli, que sustituirá a Los maestros cantores, la última de las siete obras que componen este año la oferta musical de Bayreuth.
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