Detractores y entusiastas en el templo de Wagner
GONZALO ALONSO RIVAS, Dice la tradición que todo aficionado a la ópera ha de visitar, al menos una vez, Bayreuth, y realmente quien no ha estado aquí no conoce a Wagner. Porque Wagner no sólo es música, es también una ideología y una forma de interpretación". En Bayreuth se reúnen tradición e innovación. Por eso sus direcciones musicales y escenográficas suelen ser tan discutidas y dividen a los aficionados en dos bandos: detractores y entusiastas. Claro que hay un tercer bando no influenciable: el de la sociedad antiwagneriana de Bayreuth, que a modo contestatario cuenta con un no desdeñable número de socios hartos de Wagner y su música... o bien de no conseguir nunca entradas. Y es que a los nativos de Bayreuth les es imposible asistir al festival. El aforo del teatro se reparte casi en su totalidad en agencias extranjeras y alemanas fuera de la ciudad.
Por ello resulta curioso, divertido y, a la vez, triste, ver que en la sección de anuncios por palabras de los periódicos, junto con la oferta y demanda de pisos, masajes y otros, se incluye un capítulo dedicado a la demanda de localidades para el teatro. Los precios no son disuasorios (9.000 pesetas lo más caro) pero no hay posibilidad de hallar una entrada ni pasando días y noches frente a la taquilla con un cartel de "ich suche Karten für..." (busco entradas para ... ), incluso con un rótulo indicando el número de dólares qué se está dispuesto a pagar.
El pueblo de Bayreuth recibe al, visitante con una extraordinaria hospitalidad, ofreciéndole sus cuidadas y limpias casas cuando la capacidad hotelera queda desbordada. Ese pueblo se agolpa en la colina del Festepielhaus para ver llegar al presidente de su país, doctor Von Weizsacher, que, como viene siendo habitual, acude a inaugurar la temporada, y con él otros famosos de la política como el tan querido y temido Strauss, Genscher o Gaston Thorn, en medio de un lujoso show de Mercedes y BMW e impresionantes medidas de seguridad. Teatro dentro y fuera.
Orquesta con bermudas
Y allí se aglomeró medio Bayreuth, unos para curiosear a los famosos, otros para sufrir estoicamente sin descanso las dos horas y media de El buque fantasma (una de las óperas más cortas de Wagner), soportando la incomodidad de unas sillas de madera tipo feria de pueblo y el sofocante, calor. Pero, Wagner merece todo, y sin esos pequeños sacrificios el espectáculo perdería sabor. Luego vendrá el relax, paseando por los jardines o cenando en uno de los varios restaurantes del teatro: salchichas y chucrú de pie para los pobres y sofisticados platos franceses rodeados de velas y candelabros para los ricos.
Claro, hay despiertos también aquí, unos acuden, con cojines para llevar mejor los duros asientos, y otros se cuelan a la cantina de artistas a fin de cenar con Wotan y Brunhilda y allí se llevan la desagradable sorpresa de comprobar como mientras ellos se achicharrán en el teatro, los miembros de la orquesta tocan en bermudas Y es que la orquesta del teatro no es visible para los espectadores por lo que es quizá la única del mundo que no guarda protocolo de vestimenta. Wagner, en 1872 construyó un teatro para sus obras a semejanza del de Epidauro en Grecia, en el que todo se halla supeditado a la acústica (véanse las sillas) o a la concentración (véase la invisible orquesta).
El buque breve
La obra que ha inaugurado el festival es el breve e italianizante El Buque fantasma. Lo más sobresaliente es, sin lugar a dudas, la original, inspirada y discutible escenografía de Henry Kupfer. Todo es un sueño de una Senta demente y obsesiva que durante la totalidad de la obra se mantiene én escena agarrando el portarretrato del Holandés y que al final se suicidirá por él, sin que se vea la redención por sitio alguno. Kupfer ha delsarrollado esta idea, que presenta otros muchísimos matices complementaríos, en forma tal que parece como si Wagner hubiese escrito así el libreto.
Será discutible, pero también es intachable la profundidad de la realización. Momentos como la aparición del buque fantasma, en el que el Holandés aparece encadenado a su destino y casi crucificado, o los coros del banquete, en un blanco que sugiere la fantasía de Senta, serán imborrables para el espectador.
Waldemar Nelsson dirige con acierto, con tempos rapidísimos y dinámica italiana, la magnífica orquesta del teatro y el logrado plantel de intérpretes, entre los que sobresale Simón Estes, en el papel protagonista, siendo el primer hombre de color que ha cantado en Bayreuth uno de los personajes principales wagnerianos. Las ovaciones se prolongaron durante más de 15 minutos y es que, además, hay que justificarse la visita a Bayreuth.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.