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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Las condiciones para la paz: Occidente y la URSS

Hace casi nueve meses que los soviéticos abandonaron las negociaciones sobre control de armamento. En esta era de peligro de catástrofe nuclear, Occidente debe aportar una política creativa tendente a la reanudación del diálogo. Y el principio de esa creatividad debe ser hacer un diagnóstico del problema libre de clichés y estereotipos.La idea de que los norteamericanos carecen de imaginación para encontrar nuevas fórmulas de negociación -es la causa principal del estancamiento diplomático- no solamente es errónea, sino que también es peligrosa, ya que no estimula a los soviéticos a un diálogo serio.

Tres son los aspectos a tener en cuenta:

- El fallo fundamental no está en los errores cometidos durante la primera etapa de la Administración Reagan; el fallo está en el comportamiento soviético.

- Presionar a los soviéticos para que reanuden unas negociaciones que nunca deberían haber abandonado no romperá el estancamiento, lo más probable es que lo agudicen todavía más.

- Si se hace de la paz el único objetivo de la política exterior, la diplomacia se verá dominada por el chantaje. Las declaraciones vehementes en favor de la paz no son una política exterior. Al concepto de paz hay que darle un contenido concreto.

No hay duda alguna de que la estridente retórica antisoviética y las declaraciones políticas de los primeros tiempos de la Administración Reagan enardecieron la actitud soviética. Pero es también cierto que esa Administración ha dejado claro, casi de forma apologética, su deseo de negociar. Todas las propuestas han sido rechazadas; cuando la Administración dio marcha atrás en su actitud, la Unión Soviética ha aumentado su apuesta.

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La postura unilateral de los soviéticos

Las negociaciones Este-Oeste, deberían ser tan inevitables como necesarias. Los peligros de la era nuclear amenazan por igual a ambos lados. Independientemente de su retórica desafiante, el sistema soviético -asolado por la crisis económica y enfrentándose a una renovación de su envejecido liderazgo- necesita de un respiro tanto como Occidente.

Ambos lados deben reconocer que, independientemente de las diferencias ideológicas, están condenados a la coexistencia. Ninguna de las partes tiene derecho a definir su seguridad de forma que ésta suponga un aumento de la inseguridad del adversario.

La actual postura negociadora soviética podría definirse, en el mejor de los casos, como unilateral. Estados Unidos desea, sin equívoco alguno, llegar a un acuerdo que limite los misiles estacionados en Europa a un mínimo. Sin embargo, la Unión Soviética insiste tercamente en que los 41 misiles Pershing y de crucero de Europa, que tienen una sola cabeza y que se enfrentan a los más de 350 SS-20 soviéticos con cabezas múltiples, deben ser retirados antes de seguir adelante con las negociaciones. No queda claro.en qué se basaría entonces esa negociación. La intención de los soviéticos debe ser la de iniciar la neutralización de Europa mediante un veto soviético al despliegue atómico de la OTAN.

Esa misma desdeñosa, intransigencia caracteriza la postura soviética en relación con la desmilitarización del espacio. Resulta del todo punto grotesca la insistencia soviética de dar prioridad a unas conversaciones sobre un armamento que no va a existir antes de 10 años, en tanto que se excluyen del diálogo unas armas que se están construyendo todos los días. El que una propuesta tan irracional llegue a poner a la Administración en una postura defensiva demuestra que para muchos -demasiados- el deseo de negociar es superior al de analizar el contenido de las negociaciones.

Son muchas las razones de la conducta soviética. Quizá la Unión Soviética quiere evitar que la Administración proclame que su retórica inicial no era un obstáculo para los avances diplomáticos. Es probable que los septuagenarios líderes soviéticos, empantanados en una permanente crisis de sucesión, sean incapaces de conseguir la coherencia necesaria para una estrategia negociadora consistente. También es posible que el Kremlin crea que está utilizando una estrategia que le está dando resultados: aislar a Estados Unidos al amenazar con un bloqueo los nervios de Occidente.

Curiosamente, este estado de! nerviosismo está siendo recordado continuamente por la retórica soviética. Las acciones soviéticas han sido extremadamente cautelosas; en los últimos años no se ha producido ninguna provocación geopolítica importante. Los soviéticos han practicado esencialmente una guerra psicológica; han sustituido los hechos por palabras.

Un estancamiento de este tipo no puede romperse en modo alguno por las presiones de Occidente. ¿Cuántas veces habrá que retractarse de una declaración incauta realizada ante un público especializado hace ya más de dos años? ¿Cuántos estadistas occidentales tendrán que ira Moscú para intentar reavivar unas negociaciones arruinadas por los soviéticos? ¿Necesita realmente Washington que los ministros aliados garanticen su sinceridad en la capital soviética? ¿Se estarán convenciendo los soviéticos con este nerviosismo de que vale la pena ser intransigente, porque con ello se desmoraliza a Occidente y se consiguen concesiones unilaterales?

Debido a eso, es muy probable que con la mayoría de los llamados remedios a la crisis de las relaciones Este-Oeste salga el tiro por la culata.

Las reuniones en la cumbre

Un aspecto a considerar es el viejo tema, apoyado por muchos y en un principio aceptado también por la Administración, de una reunión en la cumbre entre los presidentes, soviético y norteamericano. No se conoce ningún caso en todo el período de posguerra en el que una reunión inicial de tal tipo no condujera inmediatamente a un empeoramiento de las relaciones. Las reuniones en la cumbre sirven para confirmar y revalorizar acuerdos ya conseguidos. No son foros intelectuales que puedan romper un punto muerto; los participantes no pueden actuar como sus propios emisarios. Y una cumbre fallida no deja que las cosas vuelvan al punto de partida; se pierde terreno porque se pone en juego el prestigio de los jefes de Estado.

Los esfuerzos del Congreso para establecer determinadas condiciones de negociación también complican las perspectivas diplomáticas. Por ejemplo, se aprobó el despliegue de los misiles solamente para el caso de que las negociaciones no tuvieran lugar en una determinada fecha. Eso posibilita a los soviéticos el paralizar un programa extenso de preparativos en Estados Unidos simplemente con volver a unas negociaciones que nunca debían haber abandonado.

Y para empeorar las cosas, en todos los países occidentales, con excepción de Francia, los partidos de la oposición hablan de hacer todavía más concesiones de carácter esencialmente unilateral. Para evitar las críticas, los Gobiernos se ven, entonces, tentados a disculparse,_a prometer y a hacer proposiciones irrelevantes o inconsistentes, con sus propios criterios. Éste es, seguramente, un factor importante de la timidez con que la Administración norteamericana ha respondido a las propuestas unilaterales soviéticas y de la prontitud con que ha intentado negociar sobre temas periféricos y a veces triviales. Lo que se ha iniciado como una táctica soviética -posiblemente alimentada por la torpeza Occidental- puede así evolucionar en una inercia destructiva de todo diálogo racional.

La deseabilidad de las negociaciones no puede ser el objetivo; el objetivo ha de ser su contenido, a menos que la paz se convierta en un lema para desmoralizar a los temerosos y alentar a los ansiosos. No podemos convencer a los soviéticos para que vuelvan a la mesa de negociaciones, pero tenemos la oportunidad de prepararnos para cuando su sentido de la realidad los empuje a hacerlo. Lo mejor que podemos hacer en este período muerto es clarificar nuestro propio programa de paz:

Repasar las conversaciones

-No veo ningún objeto en iniciar unas conversaciones sobre el espacio exterior en mitad de la campaña electoral de Estados Unidos cuando el bipartidismo existente hace difícil mantener unos resultados, y cuando los soviéticos pueden sentir la tentación de poner en dificultades a una Administración que les disgusta, y cuando esa Administración puede sentirse impedida por miedo a las consecuencias políticas de un posible fallo. La militarización del espacio no tendrá posibilidad de progresar en las seis semanas de tiempo que van desde la fecha de la proyectada apertura, el 18 de septiembre, en Viena, y las elecciones en Estados Unidos del día 6 de noviembre.

La Administración debería responder a las intenciones soviéticas de imponer una agenda unilateral, posponiendo las conversaciones para una fecha determinada posterior a las elecciones.

-Es ya hora de reconocer que las negociaciones sobre control de armamento no son la mejor tribuna para conseguir avances fundamentales. En ambos lados se adoptan posiciones -y se conocen las posiciones de los oponentes- a partir de un proceso basado en los informes confidenciales de unos expertos que han estudiado el tema durante más años que horas han pasado los líderes políticos informándose. Los líderes tienen que abrirse camino a través del galimatías técnico del qué depende su diplomacia, pero carecen de criterio suficiente para juzgarlo. Eso puede dar lugar a aumentar la inseguridad congénita de los altos cargos -tanto de Washington como de Moscú- y se presta a juegos burocráticos de poder, incomprensibles para el otro participante.

No hay ninguna vía tecnológica en una negociación política. La. mayor reducción posible de armas estratégicas -cuatro quintas partes de los arsenales existentes, por ejemplo- dejaría en posesión de cada lado suficientes cabezas atómicas (más de 5.000) como para destruir la humanidad si se pierde el control de los conflictos políticos.

- Así pues, ni Estados Unidos ni la Unión Soviética podrán evitar un diálogo político serio. Aun siendo utópica la búsqueda de una prohibición de la competencia política en un mundo dividido ideológicamente, es esencial definir su alcance. De otra forma, las crisis pueden hacerse incontrolables debido a la incapacidad para comunicarse.

- Tal intento no precisa esperar a las elecciones norteamericanas. Moscú y Washington pueden empezar de inmediato a buscar una definición -de forma confidencial y secreta- de los objetivos de las relaciones Este-Oeste para los próximos dos a cinco años. Solamente un acuerdo político permitirá dar a los técnicos de control de armamento unas instrucciones claras. Si tal acuerdo no llega a conseguirse, las negociaciones sobre control de armamento se estancarán de nuevo o se convertirán en simple tribuna propagandística.

- Con respecto a las negociaciones sobre el espacio, el tiempo que falta hasta las elecciones de Estados Unidos debería utilizarse para desarrollar una posición sobre la relación entre fuerzas ofensivas y defensivas. Sin este requisito, seremos inevitablemente vencidos en la mesa de negociaciones y en casa.

- Es urgente la consulta entre Estados Unidos y sus aliados de la OTAN sobre cuál será el movimiento soviético más probable cuando el Kremlin se decida a reabrir las conversaciones sobre los misiles desplegados en Europa: una oferta de volver a la mesa de negociaciones si los aliados congelan el despliegue, garantizando a los soviéticos una ventaja de ocho a uno. Pero lo que es todavía más importante es llegar a un análisis de un acuerdo comúnmente aceptado de la estrategia soviética a largo plazo, porque las diferentes interpretaciones que ahora se están ocultando bajo la alfombra impiden la formación de una respuesta aliada unificada. Y la resolución de las disputas sobre cuál ha de ser la estrategia de la OTAN es vital, tanto para una defensa realista como para una política realista de control de armamento.

En un mundo ideal, estos principios estarían apoyados en Estados Unidos por el bipartidismo. Nada aceleraría más las negociaciones que una demostración de unidad en los objetivos de política exterior, cosa que en cualquier caso va a necesitar el ganador de las elecciones de noviembre. Hay comisiones bipartidistas que estudian los temas estratégicos, y, ¿quién sabe?, incluso hasta puede ser una buena política el liberar a una campaña presidencial de tomas de decisión rápidas o citas apocalípticas.

Buena política y buen programa

Pero la Administración. Reagan debería seguir su curso, incluso estando tan cerca las elecciones que resulta dificil conseguir una veda bipartidista antes del 6 de noviembre. Pero el caso es que no queda otra posibilidad. A la larga, la democracia solamente podrá salir adelante si se reconoce que una buena política puede ser compatible con un buen programa electoral.

Una buena política requiere enfrentarse a las siguientes demandas: acordar claramente que el Kremlin no puede convertirse en un factor de nuestras elecciones; comprometer a nuestra nación en unas negociaciones serias y amplias; establecer unos criterios para medir el progreso alcanzado.

El compromiso de alcanzar la meta de la paz debe ir unido a una definición del concepto de paz. Tal actuación debe proporcionarnos la fuerza para resistir hasta que las necesidades recíprocas -no unas demandas unilaterales y humillantes- muevan a los soviéticos a buscar con nosotros las bases de unos acuerdos honorables y justos.

Copyright Los Angeles Times Syndicate International.

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