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Tribuna
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Las paradojas de un encuentro de jóvenes poetas

Reunir 50 poetas españoles y latinoamericanos exiliados entre los muros de un castillo medieval puede ser un recurso delicado y severo al mismo tiempo para obligamos a una confrontación y a un debate largo tiempo postergado. La iniciativa correspondió al Ministerio de Cultura. El palacio elegido fue el de Magalia, en las Navas del Marqués (Avila), y allí se produjo este intento de aproximación entre poetas españoles (Blanca Andreu, José Maria Álvarez, Miguel Galanés, José Luis Jiménez Frontín, Antonio Hernández, Jesús. Munárriz, Fanny Rubio, Pedro Provencio) y sus colegas latinoamericanos exiliados en España (Jorge Alemán, Marcos Ricardo Barnatán, Leopoldo Castilla, Graciela Reyes, Mario Saz, Santiago Sylvester). Un encuentro que tiene sus paradojas: es la primera vez que en un espacio físico determinado los poetas de ambos lados del Atlántico no tenemos más remedio que compartir las habitaciones, las comidas, las conversaciones y los paseos.La paradoja es que se realice cuando la mayoría de los poetas exiliados llevamos más de 10 años en España y cuando parte de ese gran exilio -el argentino- tiene la posibilidad de regresar a su país. No es la única paradoja: el encuentro permitió comprobar que 10 años de aparente coexistencia en los límites geográficos de un mismo país no alcanzaron para conocernos, ni ejercer influencias recíprocas, ni establecer un diálogo quizás irrepetible. Pero esta vez no hubo coartadas ni evasiones posibles: allí estábamos, con nuestro acento diferente,- con los desgarramientos históricos y personales, con las frustraciones o las expectativas a flor de piel.

En las acogedoras salas del castillo los poetas reunidos, con la misma cautela, iniciamos un debate que estaba en la conciencia de todos, pero no en la experiencia. El primer punto fue la situación de los poetas en en exilio. Desde la ponencia, se estableció el doble significado de esta experiencia: al exilio habitual del poeta en sociedades que aparentemente no lo necesitan, en las que alaborar versos se ha convertido en una manía personal o un vicio, los latinoamericanos sumamos un desgarramiento suplementario: la separación, la fractura de un viaje de supervivencia obligado y no querido. Si el exilio es la metáfora del escritor y de otras soledades, de otras rupturas, insolubles, el exilio físico real creó unas necesidades, unas urgencias no siempre satisfechas. Se coincidió en que no hubo una acogida ni oficial ni corporativa hacia los poetas que llegaron a España obligados por las dictaduras del Cono Sur.

El fantasma de lo desconocido

Ciertos fantasmas asomaban en el castillo: el fantasma de que el exiliado es el otro, el diferente, el intruso no invitado cuya mera presencia cuestiona la identidad de quien se siente y aspira a ser dueño de una pequeña parcela, sea ésta la propia geografia o el corto espacio que debe ganarse a pulso en la sociedad donde nació. Pero la causa más importante de la falta de fraternidad pudo estar en un hecho incuestionable. El mutuo desconocimiento. El momento histórico en que los poetas exiliados de América Latina arriban a España corresponde a un período en que la escisión y la ruptura entra la metrópoli y las ex colonias era radical. Esta ignorancia, este desconocimiento y falta de información, fruto de un régimen, fue una especie de alineación que pagamos todos, perdiendo la oportunidad de una confrontación enriquecedora.

Pero han pasado ya 10 años y el mutuo desconocimiento corre el riesgo de convertirse en una culpa. En este sentido, la iniciativa de Cultura no ha podido ser más feliz; hubo un deseo, una intención real por parte de los invitados, de que esta estancia en el castillo de Magalia no fuera sólo un acto retórico, simbólico, una fórmula de tardía cortesía, sino una aproximación verdadera. Los asistentes nos sentimos comprometidos.

La otra comprobación es la de que 10 años de coexistencia no han ejercido una clara influencia en la obra de los poetas de ambos lados del Atlántico. Las dificultades de difusión en algunos casos, la marginalidad de la poesía y una, cierta indiferencia están en el fondo de esta otra ausencia. Si bien la. influencia de Octavio Paz, Neruda, o Vallejo es incuestionable, la de: otros poetas ha sido escasa.

Tampoco hubo canales ni estímulos para que se pudiera ejercer esa influencia: no hay revistas comunes, no hay proyectos en que: esta obligada coexistencia se tradujera en colaboración, diálogo y participación.

Los fantasmas fueron agitados en público gracias al Ministerio de: Cultura, pero seguirán siendc, nuestros propios fantasmas, si. esta primera iniciativa, tan feliz, no tiene otras que la continúen.

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