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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Costa Rica y Nicaragua

Sergio Ramírez

En estos días he estado hablando por teléfono con amigos costarricenses de hace tiempo, de los muchos que conservo, y quiero repetir aquí algunas de las preocupaciones que compartimos en esas pláticas.Uno de ellos me decía que la cordura ha sido puesta a la defensiva en Costa Rica en lo que se refiere a las relaciones con Nicaragua, y cualquier opinión sensata no puede ser expresada ni aun por funcionarios gubernamentales o dirigentes políticos, sino bajo un sentimiento de inseguridad, creado por una actitud deliberada de los medios de difusión y de la mayoría de quienes escriben en sus páginas para formar opinión.

Yo suelo leer los periódicos costarricenses y escucho las transmisiones de algunas radios, y realmente me pregunto cómo es posible que una incitación permanente a la confrontación con Nicaragua no haya producido efectos aún más desastrosos de los que ya se han logrado. No se trata de enfocar aquí los mecanismos de esa propaganda tan enconada, sino de hacer algunas reflexiones que llamen la atención de tantos y tantos costarricenses que pueden estar ofuscados por esa constante agitación periodística sobre lo que las relaciones entre Nicaragua y Costa Rica realmente deben ser.

En primer lugar, las relaciones entre nuestros dos países deben ser vistas a largo plazo y con una perspectiva de permanencia. Nosotros estamos viviendo en Nicaragua en los albores de una revolución joven, y los cambios profundos producidos en la sociedad nicaragüense por esta revolución apenas están comenzando a consolidarse. Necesitamos todavía tiempo para que los frutos de este proceso terminen de madurar; el Frente Sandinista está en pleno desarrollo como fuerza política, y estamos seguros de que, como partido, ganaremos las próximas elecciones.

Es una ilusión y una temeridad, por tanto, forzar a los costarricenses a creer que la situación interna de Nicaragua puede ser cambiada desde Costa Rica, o que, llevando a los dos países a una confrontación, algunas ideas o concepciones nos pueden ser impuestas para influenciar, alterar o cambiar por completo lo que nosotros estamos eligiendo como sistema social de vida y de conducta. A ningún nicaragüense sensato se le ha ocurrido jamás que está entre sus deberes cambiar el sistema político de Costa Rica y sustituirlo por otro que calce mejor con nuestros pensamientos. Para nosotros, Costa Rica seguirá estando allí, soberana, con su sistema democrático propio, sus instituciones equilibra das; ése fue el sistema que el país eligió después de la revolución armada de 1948, y es a los costarricenses a quienes correspondió entonces tomar los fusiles para cambiar lo que no les gustaba o les parecía erróneo, igual que hicimos nosotros en nuestro país años más tarde.

El régimen revolucionario en Nicaragua es un régimen estable, ante todo, porque cuenta con el apoyo y el consenso de la inmensa mayoría del país. Hernos sufrido embate tras embate de miles de hombres organizados en las fuerzas contrarrevolucionarias, muchísimo mejor armados y dotados de lo que nunca estuvimos los sandinistas cuando luchábamos contra Somoza, con pocas armas y escasos recursos, y en términos militares no hemos sufrido un solo retroceso, aunque las puertas de los arsenales norteamericanos estén abiertas para nuestros enemigos; es, por tanto, ilusorio pensar que una empresa militar alentada desde fuera, y atacándonos a través de las fronteras, va a producir una pronta entrada de los contrarrevolucionarios a Nicaragua, y que entonces mañana mismo volverá al suelo de Costa Rica la paz que la peligrosa presencia de tantos contrarrevolucionarios armados le está quitando; ya esa presencia lleva más de dos años, y sólo tiende a prolongarse.

Como eso no es posible, y siempre los estaremos empujando de vuelta por la frontera, como hasta ahora lo hemos hecho, lejos de solucionarse el problema de la inestabilidad creada por esa presencia armada en Costa Rica, tenderá a agudizarse. A largo plazo, los mercenarios aventureros y soldados de fortuna se vuelven una carga grave, que afecta la vida social y económica de un país y se convierten en un verdadero disturbio para una nación pacífica y tranquila, de instituciones estables, sobre todo si no tienen perspectiva de avanzar ni salir de allí. Acaban entonces por perturbar las relaciones sociales de ese país y la vida de sus ciudadanos y se vuelven necesariamente insoportables por su propia conducta mercenaria, por muchos dólares que puedan andar gastando libremente en restaurantes, garitos y cantinas, y por muchas baladronadas de triunfo que proclamen.

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Uno de los soportes más importantes de la vida ciudadana costarricense, si no el más importante, ha sido que el orden público se guarda sin armas, bajo el imperio de la ley, y es ésa la característica más apreciable de su constitución política, la abolición institucional del ejército. Lo digo desde un país que no quisiera tener ejército ni gastos de defensa, ni tener que cuidar sus fronteras, pero que sufre a Viario tantos ataques externos que nos cuestan ya la vida de centenares de nicaragüenses y millones en destrucción.

El problema que yo avizoro para Costa Rica, y que toca a los costarricenses sensatos detener desde ya, es que se está haciendo natural tolerar que un ejército mercenario utilice su territorio, imponiéndose por la fuerza o la artimaña en contra de la voluntad de su Gobierno legítimo para operar en ese territorio. A lo largo de la historia, los ejércitos mercenarios siempre han terminado volteando de alguna manera sus fusiles contra el país que usan, y cuando pierden toda esperanza de avanzar por la frontera empiezan a atentar contra la estabilidad y las instituciones de ese país.

La seguridad fronteriza

Como no existe ninguna perspectiva de que los contrarrevolucionarios entren marchando a Managua, no les quedará otra cosa que empezar a distorsionar la vida pacífica de Costa Rica, interfiriendo en las costumbres cívicas de los costarricenses, tratando de imponerse y de dictarles normas de conducta a quienes no creyeron correr ningún riesgo al acogerlos.Antes de que sea tarde, hagámonos esta reflexión: la frontera entre Nicaragua y Costa Rica estaría segura y tranquila si no hubiera a lo largo de la misma toda esa gente ilegalmente armada. ¿Puede la opinión pública de un país instruido como Costa Rica realmente creer que todas esas bandas están del lado de Nicaragua, y que sus helicópteros y aviones utilizan pistas en territorio nicaragüense y que el jefe máximo de todos ellos habla por radioteléfono constantemente desde las montañas de Nicaragua con los medios noticiosos de San José? Conozco a los costarricenses tan bien como conozco a los nicaragüenses, y sé que nadie aceptaría en Costa Rica esas truculencias sin una sonrisa irónica, a menos que el peso constante de la propaganda obligue a muchos a cerrar los ojos, en la esperanza de que las cosas se arreglen rápido, y cuanto más rápido mejor: que los contra nicas se vuelvan rápido a Nicaragua para quedar de nuevo rápidamente en paz.

Una vez más, esa posibilidad no existe. Antes que desestabilizar a Nicaragua, cuya estabilidad interna no depende de las incursiones fronterizas, sino del apoyo y el consenso que el pueblo va a expresar en las próximas elecciones, los contrarrevolucionarios terminarán desestabilizando a Costa Rica, poniendo en riesgo sus tradiciones y costumbres, la seguridad familiar, la estabilidad de sus instituciones, la paz pública. Las armas que la Constitución no le permite a nadie, no pueden estar en peores manos.

Cuando el presidente Monge proclamó su doctrina de la neutralidad, los nicaragüenses encontramos que una vez más se había alcanzado la síntesis del tradicional buen juicio costarricense en los momentos difíciles. Los escollos a la doctrina Monge han sido puestos de manera intencionada para hacerla fracasar y para que las tensiones sigan creciendo hasta el punto de la confrontación.

Algunos pensarán, le decía a mis amigos, que vale la pena correr el riesgo, porque, de todos modos, los sandinistas van a ser derrocados pronto y entonces habrá en Nicaragua un régimen con el cual no se necesitaría ninguna doctrina de neutralidad, ya que el entedimiento sería absoluto. Error también premeditado o argumento artero.

Nosotros seguimos aquí del otro lado, dispuestos al entendimiento a largo plazo, a la comprensión duradera, a crear las condiciones permanentes de seguridad para ambos países. Cuando nos hablan de la posibilidad de una ruptura de relaciones lo vemos como una verdadera locura, para no hablar de confrontaciones mayores. Respetamos a los costarricenses, creemos en su sensatez y en su patriotismo y consideramos que nadie tiene derecho a arriesgar su paz interna y su estabilidad.

Sergio Ramírez es miembro de la Junta de Gobierno de Nicaragua.

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