Nacimiento del realismo, socialista
Uno de los pocos méritos que hay que reconocer siempre en materia de literatura a los partidos comunistas, y sobre todo al soviético, es el de haber planteado claramente y desde un primer momento el problema del escritor y la sociedad, del escritor y la revolución: se buscaba así no únicamente, como se vio después, responsabilizar al creador ante un partido político omnipresente, sino clarificar las relaciones entre una obra artística y la sociedad en la que se produce. De este planteamiento, y andando el tiempo, nació, entre otras cosas, el llamado realismo socialista, que, aunque nunca podremos muy bien saber lo que es, defendió en principio la objetividad, el realismo y sobre todo el casamiento más o menos legítimo entre autor e ideas motoras o directrices de la historia (más tarde, y a pesar de ciertas brillantes defensas de esta escuela, por parte de un Lukacs, por ejemplo, los resultados no fueron espectaculares, quizá porque la censura del partido omnipresente cerró toda libertad creativa; recordemos aún a un Zdhanov, que en 1947 impone la obligación a los escritores de tratar temas directamente relacionados con el plan quinquenal, y lo mismo hará Markov en 1971, pero esta vez la orden es ya una recomendación).En este tiempo y con estas coordenadas o limitaciones hay que situar a Sholojov, nacido en 1905, premio Nobel en 1965, y que escribe su monumental novela, El Don apacible, desde 1928 la primera parte, a 1940 la cuarta parte; quizá estas fechas podrían explicarnos ciertas diferencias en su obra, ya que una vez más Sholojov, como los demás, ha de estar atento a la atmósfera política de su país.
Sholojov es, para empezar, el primer cosaco, que entra en la literatura rusa, y entra por la puerta grande: su novela, de estilo sencillo y sin muchas complicaciones psicológicas, escoge el paso tranquilo y heroico de la epopeya; se nos cuenta la historia del pueblo cosaco, que, dividido ante la revolución, pierde su alma o su entidad al compás de los desastres y de los cambios; estarnos; ante héroes y ante heroínas que unen sus vidas a los destinos de su pueblo, que caminan y viven casi en línea recta hacia la muerte o hacia el triunfo, que mueren o que conquistan la soledad.
Y el autor se hace presente explicando, a veces innecesariamente, el devenir ineluctable de la historia en marcha; pero esta presencia no resta mérito a la obra, que alcanza momentos de sublime humanidad. Siliolojov defiende el honor, la verdad, la vida, y expone así lo que fue, y quizás ya no es, el alma del pueblo cosaco.
Juan Ignacio Ferreras es profesor y sociólogo de la literatura.
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