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El entierro de Cortázar pareció "una manifestación contra la muerte"

Unas 200 personas despidieron ayer, para siempre, al escritor argentino, naturalizado francés, Julio Cortázar, fallecido el domingo pasado a consecuencia de una leucemia. El director general del Libro, Jaime Salinas, y el ministro francés de Cultura, Jack Lang, asistieron al entierro, en el cementerio de Montparnasse. El cadáver de Cortázar reposa en la misma sepultura que la de su última mujer, Carol Dunlop, con la que escribió su último libro, Los autonautas de la cosmopista. El entierro pareció "una manifestación contra la muerte".

A las nueve de la mañana de ayer, el sol radiante era incapaz, en París, de ajustarle las cuentas al frío casi insufrible. Pero media docena de jóvenes latinoamericanos, cada cual por su lado, ya habían llegado hasta la puerta del cementerio de Montparnasse, en el mismo en que reposa otro apasionado de París y de este barrio, como Cortázar, Jean Paul Sartre. A una chica le tiembla la mano con la que aprieta dos rosas que va a ofrecerle al escritor.A dos pasos, en un café-tabac, el bailarín Antonio Gades, que, anoche, reestrenó Carmen en la capital francesa, ojea la Prensa española y toma un café, como su amigo, serio, mudo. El edificio colindante del tabac es el del hotel L'Aiglon, donde vivía el cineasta Luis Buñuel, cada vez que residía en París. Su habitación, siempre ocupaba la misma habitación, que daba al cementerio Montparnasse, y desde su balcón, el director de Viridiana miraba durante horas el "espectáculo". Justo al lado vivió Sartre, y aún vive su compañera, Simone de Beauvoir.

A las once de la mañana ya esperaban delante de la entrada principal del cementerio las 200 personas que aproximadamente iban a seguir el féretro del escritor hasta su descanso definitivo. El pintor español Antonio Saura, el cantante Paco Ibáñez, el director general del Libro, Jaime Salinas, y numerosas personas, latinoamericanas sobre todo, se apiñaban ante la corona inmensa que había enviado el ministro francés de la Cultura. Estaban también el cantante uruguayo Daniel Viglietti, el embajador cubano en Francia Alberto Boza, miembros de la embajada argentina en París y del Frente Farabundo Martí de El Salvador y representantes de la Unesco.

Cuando apareció el coche fúnebre, el silencio copó la entrada del cementerio. La primera mujer del escritor, Aurora Bernárdez, que lo cuidó en los últimos tiempos, presidió un cuarto de hora de meditación de los amigos o simpatizantes de Cortázar. Después arrancó el coche fúnebre hasta la altura de la fila de sepulturas correspondiente a la de Carol Dunlop.

Los empleados de la funeraria introdujeron el catafalco en la tumba. Y uno por uno, empezando por el ministro Lang, los acompañantes del novelista desfilaron por delante. Muchas personas portaban una rosa u otra flor en la mano y se la ofrecieron al pasar. Algunos lloraban, otros se detenían unos segundos y miraban profundamente la caja del cadáver. Alguien, delante de la entrada del cementerio, les decía a sus amigos: "Había que organizar una manifestación contra la muerte". Eso fue lo que pareció el entierro.

Mucha gente anunció su presencia en el entierro; algunos no pudieron estar, como el ministro nicaragüense Tomás Borge, que llegó a la capital francesa dos horas después del entierro para expresar aquí la solidaridad sandinista con el compromiso político del autor argentino fallecido, cuyo último libro es Nicaragua tan violentamente dulce, cuyos derechos de autor se destinan a Nicaragua.

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