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La desaparición del autor argentino

Largo desencuentro con Buenos Aires

La muerte de Cortázar ha sido recogida discretamente por los medios argentinos; la radio y los canales de televisión facilitaron informaciones puntuales, pero modestas y sólo el conservador diario Clarín publica cuatro páginas sobre el fallecimiento además de un pequeño relato del escritor inédito en la Argentina.Diarios a la derecha ideológica de Clarín, como La Nación y La Prensa publican breves informacines en sus páginas de internacional, entre las elecciones legislativas en Haití y la sucesión de Andropov. El mayor sentimiento de pesar ha sido el de Sábato, ahora abrumado por el trabajo y el horror de la comisión nacional sobre desaparición de personas que preside por encargo del Gobierno: "Es una pérdida muy grande para la literatura hispanoamericana, de la que fue uno de sus grandes creadores; además es una pérdida penosa para la causa de los derechos humanos por los que combatió siempre".

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Pese a ser argentino de varias generaciones, haber escrito su obra esencial en castellano y haber universalizado matices y secretos del espíritu porteño, jamás fue admitido del todo como un escritor argentino. Muchos factores coadyuvaron al distanciamiento: su permanente residencia en Europa y que en la sociedad porteña, acaso como reflejo de la competitividad de la emigración, el éxito no se perdona nunca.

Los peronistas, a quienes podía haber llegado a sentirse próximo, le rechazaron por extranjerizante y elitista, en su empecinado nacionalismo, y sus encendidas defensas de las revoluciones cubana y nicaragüense le enajenaron la simpatía de las clases burguesas. Cuando adoptó la nacionalidad francesa por razones de practicidad doméstica y como defensa y rechazo ante la junta militar que gobernaba Argentina, el presidente Videla ordenó se le privara por decreto de su nacionalidad de sangre; por razones obvias nadie protestó entonces -ni después- por privar de su ciudadanía al más grande escritor argentino vivo junto a Borges.

Hace escasos meses, después de las elecciones, y antes de la asunción de Raúl Alfonsín como presidente, visitó por última vez Buenos Aires. Se le vio solo en el aeropuerto de Ezeiza y sólo encontró en la ciudad el amparo de los amigos personales.

Otros escritores regresados de su reciente exilio comentaban su incredulidad ante la ausencia de sensibilidad del entorno del presidente Alfonsín, que no mandó ni un secretario a su hotel para saludar desde la democracia recuperada a uno de sus más eximios escritores. Cortázar pasó por el país casi como un turista más. No obstante adquirió un piso en el barrio antiguo de San Telmo, habitado por jóvenes progresistas, intelectuales y anticuarios. Pero pese a los leves desdenes en la vida y la muerte, su desaparición física ha sorprendido a muchos argentinos en los balnearios y en las playas de este extenuante verano porteño engolfados en la lectura de Los autonautas de la cosmopista, que acaba de ser editado en Argentina y constituye ya un pequeño éxito editorial. Acaso su muerte acorte las distancias de este largo desencuentro entre Cortázar y el país de los argentinos.

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