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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A los 25 años de la revolución cubana

HACE VEINTICINCO años entraban en La Habana las tropas de Fidel Castro, que, desde Sierra Maestra y Oriente, habían atravesado en triunfo gran parte de la isla. Empezaba una experiencia nueva en Cuba y en América. No se trataba aún de socialismo: los grupos revolucionarios que tomaban el poder se inspiraban en un radicalismo democrático de izquierdas; los comunistas, que se habían opuesto al movimiento encabezado por Fidel Castro, representaban poca cosa. En el viraje hacia el socialismo fue determinante la actitud de la Administración norteamericana que intentó, con el bloqueo económico primero, con el desembarco de Cochinos después, asfixiar y aplastar al nuevo régimen. Todo el sistema energético cubano depende del petróleo, y muy pronto la isla régimen quedó tributaria de los petroleros soviéticos, que traían el combustible que los norteamericanos se negaban a suministrar. Hay una primera etapa de la revolución cubana, que dura casi 10 años, en la que el socialismo que se empieza a construir es muy diferente del soviético. Parecía incluso que estaba naciendo un nuevo tipo de socialismo, impermeable a la terrible degeneración que había sufrido el proceso de la URSS, a consecuencia sobre todo del estalinismo. Una impresionante concentración de esfuerzos y medios para acabar con el analfabetismo dio resultados admirables, que causaron impacto en toda América Latina. A pesar de graves errores económicos, destacaban los progresos en materia de educación y sanidad. Los cubanos recuperaron un nuevo sentido de su dignidad. Todo ello otorgó a Fidel Castro una popularidad extraordinaria, en la que se ha apoyado para obviar formas auténticas de democracia reclamadas por muchos de los que inicialmente respaldaron su revolución. La experiencia cubana gozaba de enorme simpatía entre las fuerzas de izquierda en Europa; La Habana era centro de anticonformismo y antidogmatismo; el propio Fidel se mofaba de los manuales de marxismo soviéticos.En los años 1967-1968, las contradicciones con la URSS llegaron al borde de la ruptura: los soviéticos, con la fracción de Escalante, habían intentado desplazar a Fidel Castro y poner a un hombre suyo. Pero no estaban sólo en juego ideas teóricas: la dependencia militar, y económica, era total. El proceso involutivo de la revolución cubana se inicia con la declaración de Fidel Castro, en 1968, apoyando la intervención militar soviética en Checoslovaquia. No fue sólo un viraje en política exterior; los rasgos fundamentales del modelo soviético se han ido extendiendo desde entonces en la economía y en la vida social de la isla. El coste del desafío cubano al coloso estadounidense ha sido grande; su dependencia de la URS S no se limita al ámbito de la política internacional, sino que se infiltra en el sistema político, ideológico y cultural. Sería absurdo negar que algunas de las conquistas de la revolución son aún realidades brillantes. Pero el sistema cubano se caracteriza hoy sobre todo por su falta de libertad, su conformismo, y su aparato represivo, males típicos del llamado socialismo real. Por otra parte, la irradiación de la revolución cubana ha sufrido un deterioro considerable.

La actividad internacional de la nueva Cuba se centró, primero, en fomentar revoluciones parecidas a la suya en otros países del continente. En esa corriente se inscribe la gesta romántica de Che Guevara en Bolivia. Esa estrategia facilitó la política norteamericana de aislamiento y empujó aún más, por esa razón, a Cuba a la dependencia soviética. Cuba entró en 1972 en el Comecon (mercado común socialista del Este europeo); su actuación internacional, incluido el envío de tropas a Angola y Etiopía, quedó básicamente encuadrada en la estrategia de la superpotencia soviética aunque en algunos puntos conservó posiciones independientes y constituye un grave error de análisis suponer que La Habana actúa en todo momento, al dictado o en consonancia con Moscú. Es probable que los actuales cambios en América Latina, la desaparición y crisis de las dictaduras militares, vayan a modificar el encuadre objetivo en el que se mueve la política cubana. La contradicción entre los intereses cubanos y el papel que puede interesar a una estrategia bipolar es obvia en una serie de casos. La política de Reagan, ha cortado interesantes iniciativas anteriores encaminadas por parte de Washington a restablecer relaciones diplomáticas.

La rigidez del régimen cubano es mayor según avanza el tiempo, pero no se debe menospreciar el carisma, aún vivo, de Fidel que le ha hecho acreedor en España de simpatía hacia su revolución, incluso entre muchos de los que no están de acuerdo con ella. Y así es, quizá, porque Cuba ya no es un ejemplo; ni puede ni debe serlo para nadie. Pero la dimensión histórica de su importancia no se debe minimizar en función de las carencias del régimen castrista.

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