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30º aniversario de los primeros acuerdos hispano-norteamericanos

Franco sigue guardando celosamente su secreto

El contenido exacto y completo de los acuerdos firmados entre España y Estados Unidos en septiembre de 1953 continúa siendo uno de los grandes secretos del franquismo. Y seguirá siéndolo a menos que alguien' con el suficiente poder trate de recuperar la verdad para la historia. No es sólo la Administración norteamericana quien mantiene clasificados numerosos documentos sobre aquella pruimera negociación hispano-norteamericana; en España también existen papeles no revelados. La mayor parte de ellos se contienen en un inmenso archivo en el que nadie, excepto algunas editoriales, parece tener interés en bucear a fondo: el archivo personal de Francisco Franco.Los papeles de Franco, en la actualidad al parecer amontonados en numerosos cajones en los sótanos del palacio de Oriente, apenas fueron objeto de una primera y somera clasificación, de la que se encargó un almirante no mucho después de la muerte del anterior jefe del Estado. Después nada ha vuelto a saberse de la que sin duda es la más fabulosa colección de datos, hechos y secretos de casi 40 años de historia española.

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De acuerdo con varios especialistas consultados por EL PAÍS, la otra cara de la negociación hispano-norteamericana previa a los acuerdos, y que se prolongó desde 1951 a septiembre de 1953, fue llevada a cabo a puerta rigurosamente cerrada y sin apenas participación de la clase diplomática del régimen en general -y del ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, muy en particular- debe encontrarse contenida en los. documentos dejados por Franco a su muerte, para los cuales nadie previó un destino concreto. Es presumible, sin embargo, que el anterior jefe del Estado no mostrase un interés excesivo en la publicación de unos papeles que mostrarían la verdad de numerosos acontecimientos tergiversados por la Prensa oficial de la época.

Los sótanos del entonces Ministerio del Ejército, hoy Cuartel General, podrían, según los especialistas, albergar otra parte de los textos relativos a varios aspectos ocultos de la negociación hispano-norte americana, dado que fueron militares, encabezados por el jefe del Alto Estado Mayor, Júan Vigón, los encargados de mantener las conversaciones más delicadas con los técnicos y delegados norteamericanos. Existen, no obstante, papeles irrecuperables: los que Vigón, en su lecho de muerte, ordenó incinerar. Se perdieron así no sólo preciosos datos sobre ofertas y contraofertas cruzadas entre Madrid y Washington, sino también, y acaso sea aún más irreparable -porque de ello no existen copias, ni siquiera clasificadas, en ninguna parte del mundo-, documentación sobre la guerra civil española. No es preciso preguntarse por las razones que impulsaron al moribundo Vigón, siempre leal a Franco, a ordenar la destrucción de tan comprometedores papeles. Otro de los grandes testigos directos del comienzo de la negociación, el almirante Shermann, murió repentinamente enjulio de 1951.

El embajador norteamericano en Madrid durante las negociaciones, Stanton Griffith, nunca tuvo conocimiento puntual de la marcha de las mismas. Y menos aún el inspector de embajadas español, radicado en Washington, Jose Félix de Lequerica: ni siquiera fue llamado para que estuviese presente aquel 26 de septiembre de 1953 durante la firma de los acuerdos. Cuando, un año después, Martín Artajo encomendaba a Jose María de Areilza que, como embajador ante Estados Unidos, tratase de obtener lo más posible de las nebulosas contrapartidas contenidas en los acuerdos, jamás le reveló las partes secretas de los mismos. Posiblemente, ni el propio Martín Artajo las conocía.

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