Los caminos perdidos
Parece que la organización del festival de San Sebastián se ha tomado muy en serio el reto -¿frente a qué y frente a quiénes?- de reconvertir el certamen donostiarra en lo que aspiró a ser, sin conseguirlo nunca del todo, en su época de fachada y escaparate. La, por lo visto, principal barrera que impide este retorno al festivalerismo sigue siendo, a juicio callado y de puertas adentro de sus responsables, la retirada en 1977 de la Federación Internacional de Productores de Cine del carácter competitivo a la sección oficial de este festival, y en consecuencia, lo confiesen abiertamente o no, su principal empeño gira alrededor de la recuperación de tal consideración.Nunca viene mal buscar un nuevo reclamo y así aumentar el poder de convocatoria de un encuentro como este, que tiene eco y solera, pero de ahí a depositar en la recuperación de este reclamo poco menos que el futuro y hasta el sentido del festival hay un punto de exceso que no se explica bien. Luis Gasca, director del festival de San Sebastián durante las dos pasadas ediciones, ha afrontado esta tercera como si se tratara del tercer y definitivo ensayo general para aquella reconversión.
ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS
MIRET MAGDALENA
Si el añadido de competitivo llega, bienvenido sea, pero carece de lógica hipotecarse por ello e incluso alborozarse demasiado ante la posible reconquista, como tampoco la tiene dar el futuro por perdido si la canonización de san dólar no llega. Porque con carácter competivo o sin él, con la santa bendición de la federación o sin ella, el certamen donostiarra no va a obtener mejores alimentos que los que la sagacidad, el dinamismo y la imaginación de sus organizadores le proporcionen.
Depender de las bendiciones de las multinacionales de distribución de películas puede aumentar el volumen del negocio de ventas en los pasillos del hotel María Cristina, puede incluso facilitar la ida y venida por los bulevares del Urumea de jetas de estrellas con mayor cotización en los papeles que las ahora habituales, pero no va a solucionar de verdad ningún futuro -cuestión de calidad antes que de cantidad-, ni menos aún va a dar solidez a los cimientos de un encuentro cuya identidad discurre, más o menos encubiertamente.
Por las peculiaridades de su historia y por las fechas en que tiene lugar, el festival está forzado a ser un encuentro de sabor, híbrido y hasta lo que se ha llamado un festival escoba, que barra para adentro buena parte de lo ya sobado por encuentros pre cedentes, fundamentalmente el de Cannes y, ahora que acaba de aumentar sus núme ros rojos, el de Venecia. Salvo raras y caras excepciones, San Sebastián, lo mismo con carácter competitivo que sin él, va a seguir recibiendo únicamente las sobras y, los refritos del año, y lo mejor que pueden hacer sus organizadores es, sin hipotecar la libertad del encuentro, saber seleccionar en unas y otros, con rigor, con sentido de la síntesis y con mucho olfato -cosas todas ellas que, ciertamente, no se improvisan- los filmes que van a dar la pauta y a orientar el futuro inmediato de la producción nacional e internacional.
Los organizadores del festival antes que jugársela a la carta más o menos ficticia de un ensayo general para una futura gran fiesta de escaparate, tienen en su mano las seguras bazas de una más humilde, pero también más fuerte identidad, ganada paso a paso en décadas, y que antes que acicalada con rancios polvos de estrella necesita ser lavada de impurezas y, sobre todo, de ingenuidades: huir de los filmes de relleno como de la peste; ahondar de verdad en las secciones no óficiales, como la de Nuevos Realizadores, que ha permitido ya a este festival asumir la función vital que desempeñó en los años sesenta el extinto de Pésaro; imaginar con sabiduría y gracia -y hasta ahora, desde que Gasca lo dirige, la hubo- puntos de encuentro alrededor de cuestiones teóricas lo suficientemente atractivos como para que de verdad acudan a ellos sólo quienes tienen que acudir y no los advenedizos, como ocurre este año con la presencia impagable de Sam Fuller y Patricia Highsmith, convocados por la poderosa llamada del lema Cine y novela policiaca, etcétera.
San Sebastián sigue siendo un festival abierto, con posibilidades de convertirse en la mejor síntesis de cada futuro año cinematográfico, no sólo vasco, sino español; no sólo europeo, sino incluso mundial. A condición, por supuesto, de que sus organizadores no se empeñen en taladrar a cabezazos un túnel en el monte Urgull, empeño que además de dar dolores y quebrantos de cabeza suele ser inútil.
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