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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Franco

Han tardado once horas, dice la Press, en bajar la estatua de Franco en Valencia. Yo creo que han tardado, o sea, cuarenta años. Porque Valencia fue la última "capital del dolor" (Eluard) de la República y porque el País Valenciano ha dado pertinaces muestras (para qué hablar de lo de ahora) de su no/renuncia a la propia, rica y recia identidad, que va mucho más allá del arroz y la tartana de Blasco Ibáñez. Los valencianos, ya digo, llevan cuarenta años descabalgando a Franco con la mirada, y si ahora se han decidido a hacerlo de verdad, ha tenido que ser con la cara tapada. La iconoclastia siempre es hermosa, pero siempre han tenido más fuerza los ¡conos. Estatua ecuestra de 1964. Decisión municipal del otro día y doce hoiribres sin piedad, pero encapuchados, descabalgando a mediodía (se aprovechó que era la hora de comer y la gente estaba en sus casas) al César Visionario de Federico de Urrutia: "Que el fusil me lo da Franco / y con el fusil su palabra". Hubo que esperar a la madrugada, a ver si la ultranza se calmaba un poco el vapor y los obreros podían trabajar. ¿Quiere esto decir que al caballo de Franco le pesaba el testiculario ideológico como al de Espartero? Hubiera sido un contrapeso excesivo para los dones naturales del jinete. Quiere decirse, más bien, que nuestra historia está llena de caballos, es un jaleo de caballos, del caballo blanco de Santiago, que estuvo en Las Navas de Tolosa, alternando con el moraje, hasta el caballo parlamentario de Pavía. Lo cual que Tejero perdió el golpe porque, en lugar de darlo a caballo, que es la costumbre, se subió en un autobús de La Sepulvedana y les iba preguntando a los guardias: -Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?La pregunta les sonaba a los guardias a función, a Marsillach, a cachondeo, o sea que llegaron a las Cortes con moral de entremés, y así salió el pronunciamiento como salió, que no salió. El contragolpe de la democracia, en Valencia, ha salido mejor, que las fuerzas del orden redujeron a los "patriotas sueltos" (corno decían hace dos años las acratillas de Letras), cobrando hasta seis rehenes. Lo dice Cela en su artículo del sábado en este matutino/manchego: "Fue tal la influencia del general Franco Bahamonde en la vida pública española que a muchos compatriotas les hizo la puñeta hasta muriéndose". O sea, p:rívándoles del padre/coartada que justifica vicios y dejaciones desde mucho antes de Freud. Franco, despiezado del caballo, se presenta como el hombre centáurico que fue, mitad mudo, mitad guerrero. En este país de "patriotas sueltos" (repito a la que siempre repito), basta con subirse a un caballo para encamar la Patria. La idea de Patria es ya, en sí misma, una idea beligerante. Franco, según fotos de agencia, sólo era Franco de cintura para arriba, de acuerdo con la leyenda absurda y gratuita del personal. De cintura para abajo, sólo era, según el bronce valenciano, caballo invicto. Mitad monje intelectual, mitad caballo de reinonta, variando la fórmula de José Antonio, que el otro día me explicaba (party campestre del neurólogo Portera) nada menos que Forges, quien se me revela como erudito francófobo. Jesús Juan Garcés, almirante y poeta postista/garcilasista, visitó alguna vez a Franco y me hablaba de su "rnano de águila", esa mano derecha, parkinsoniana y herida de caza, que él aferraba al puño del sillón, por sujetar el temblor. Garcés ha muerto el otro día, según necrológica de este periódico que me hubiera gustado hacer a mí. Bien, pues esa manita de Franco parece saludar a los miradores valencianos, en una última y fúnebre despedida que me recuerda, no sé por qué, a Mussolini muerto, colgado por los pies de una farola de Milán, por el pueblo. Acumula uno demasiados años de juventud -¿vejez?- como para hacérselo de iconoclasta, de modo que a mí la estatua de Franco me daba igual como todas las estatuas político/literarias de vivos y muertos. Pero la columna pedía una tramitación literaria. Ya está.

FRANCISCO UMBRAL

M., Barcelona

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