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Unas jornadas que hacen peligrar la estabilidad del régimen militar

Con un saldo trágico de al menos 35 muertos, cientos de heridos y miles de detenidos, las primeras cuatro jornadas de protesta nacional realizadas en Chile han tenido el mérito incalculable de ser la única acción opositora capaz de hacer peligrar la estabilidad de la dictadura en los últimos 10 años y de obligar al régimen a adoptar tímidas medidas de apertura política.Cuando el Comando Nacional de Trabajadores, organismo formado por las más poderosas agrupaciones sindicales y liderado por Rodolfo Seguel, convocó la primera protesta nacional hace cuatro meses, el país era radicalmente distinto. Había un permanente estado de emergencia, toque de queda nocturno, expulsión de todo disidente peligroso, relegación a puntos alejados de quienes participaran en manifestaciones contra el Gobierno, un Gabinete predominantemente militar y una férrea voluntad del general Pinochet de gobernar solo y de aplastar cualquier intento opositor.

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El líder democristiano Gabriel Valdés, herido en Santiago durante la quinta jornada de protesta pacífica en Chile

Sin que el Gobierno haya perdido su vocación dictatorial, se están produciendo diariamente hechos que nadie imaginaba como parte de un conjunto de medidas que Pinochet debió aceptar ante la creciente fuerza de la oposicián.

Para la primera protesta, el 11 de mayo, el Gobierno recurrió a su táctica habitual de amenazar a los organizadores y más tarde encarcelarlos. En la segunda oportunidad, el 14 de junio, el llamamiento fue hecho conjuntamente. por los sindicatos y los revitalizados partidos políticos. También el Gobierno respondió con el encarcelamiento de uno de sus principales líderes, el democristiano Gabriel Valdés. El fallo de la Corte Suprema, que eximió de culpa a Valdés y proclamó el derecho del pueblo a protestar pacíficamente, dio un vuelco definitivo a la situación.

Para la tercera protesta, el 12 de julio, el Gobierno dispuso un toque de queda diurno, rígida censura de Prensa y algunas medidas económicas, buscando terminar con la mayor parte del descontento generado por la crisis.

En la cuarta protesta, el 11 de agosto, se produjo una quiebra dentro del Gobierno debido al creciente éxito de las protestas anteriores y al fracaso por detenerlas. Mientras Pinochet insistía en aplicar mano dura y disponía que 18.000 soldados ocuparan Santiago, causando la muerte de 27 personas, otro grupo del interior del Gobierno lograba imponer una línea más moderada bajo la batuta del nuevo ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpa. Desde que comenzó la era Jarpa se ha acelerado el regreso de los exiliados, se derogó el estado de emergencia y el toque de queda, se acabaron las expulsiones y relegaciones y se permitió la actividad partidista.

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