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Un fiIme norteamericano sobre Nicaragua, y una obra sin tópicos de la casa Disney animan la Mostra veneciana

El mal tiempo ha traído las buenas películas. La aparición de la lluvia y el viento sobre el Lido ha ido acompañada de la proyección de los primeros filmes que sobrepasan ese nivel medio de calidad que es exigible, y se le supone, a cualquier obra que ha superado la criba de un comité de selección. Los dos primeros filmes que han despertado la atención en esta Mostra son de nacionalidad norteamericana y de características poco amoldables al concepto de autor. Se trata de una producción Disney que rehúye los tópicos y de un filme sobre Nicaragua y el papel de la prensa.

Never cry wolf (El lobo nunca grita) es una producción de la casa Disney, empresa que nunca ha demostrado sentirse preocupada por el mito de la autoría y que, en cambio, sí exige unas constantes a las que hay que adaptarse, como es la antropomorfización de los animales, la loa de la familia como institución, el que la moraleja sea explícita, etcétera. El mérito del realizador, Ballard, es que, incluso respetando las señas de identidad de la Disney Productions, ha sido capaz de fabricar algo que escapa al tópico y es auténticamente personal y nuevo.La segunda película norteamericana -Under fire (Bajo el fuego)- acaba con los acordes del himno sandinista y la bandera de Nicaragua ocupando toda la pantalla. Para llegar hasta aquí, esta superproducción que, como tantas veces se ha dicho de Desaparecido, está en estricta contradicción con la política seguida por el país que la financia, recorre un largo camino de toma de conciencia que, por una vez, es creíble y está libre de aquellas trampas ideológicas habituales, excepción hecha, claro está, de las que son connaturales a la lógica del gran espectáculo. En definitiva, esos dos títulos han logrado que nos olvidemos de una programación que hasta ahora nos hacía añorar el concierto de Yehudi Menuhin en la Fenice, la visita a esos palazzos venecianos ocupados por exposiciones espléndidas o, mejor aún, el tomar un café en la terraza del Floria.

El lobo, amigo del hombre

Dentro de la selección a concurso, Lucien Ballard, el director de Black stallion (El corcel negro) ha estrenado Never cry wolf, basada en el libro ecologista de igual título que escribió el canadiense Farl Mowat. Como en su anterior filme, los protagonistas son la naturaleza y los animales. La. mayor parte del rodaje se llevó a cabo en Yukon y Alaska, en condiciones climatológicas extremadamente duras. El resultado son imágenes sorprendentes de gran fuerza y novedad.Naturalmente no es éste el único ni principal atractivo de Never cry wolf, ya que ello limitaría a la película al terreno documental y, en todo caso, la incluiría en un ámbito en el que las competidoras son de carácter televisivo. Never cry wolf muestra la lucha del hombre con la naturaleza y, sobre todo, su capacidad para someterse a sus exigencias y adaptarse a las condiciones más extraordinarias. El narrador es un biólogo enviado al Ártico para estudiar los destrozos causados por los lobos en las manadas de caribús, una especie en vías de extinción. De entrada, el biólogo descubre que todo su aprendizaje universitario le sirve de muy poco, que las provisiones con las que esperaba subsistir hasta la primavera no se descongelan, que las manos no le responden, etcétera.

Una vez superadas, con la ayuda providencial de un esquimal, las primeras pruebas, el protagonista debe localizar a los lobos, seguirlos y estudiar sus hábitos. Para conseguirlo, él mismo deberá convertirse en algo semejante a un lobo, alimentándose de lo mismo que ellos, aprendiendo sus rituales, a poner límites a su territorio. Al final descubrirá que la supuesta criminalidad de los lobos para con los caribús no es otra cosa que un infundio que hacen circular los cazadores para así poder ellos matar las dos especies.

El contrapunto de la película -que arranca con un excelente tono de comedia- lo impone el discurso disneyiano, la idealización abusiva que se hace los paisajes árticos, símbolo de pureza libre de cualquier contaminación. Es un discurso de una ingenuidad fastidiosa por falsa, pero no llega a empañar la buena impresión de conjunto que transmite el trabajo de Ballard.

Muy otro es el registro de Underfire, filme americano de gran producción, dirigido por Roger Ljottiswoode. En la línea de Círculo de engaños o El año que vivimos peligrosamente, lo que pretende es documentar el trabajo de los corresponsales de guerra. Aquí la mayor parte de la acción transcurre durante las últimas semanas de la dictadura de Anastasio Somoza, y cuenta el papel importante desempeñado por la Prensa.

Si al principio el punto de vista del filme se confunde con el de los profesionales de la información -que contemplan las batallas desde la tribuna-, luego la óptica cambia y acaba por ser -o querer ser- la del pueblo nicaragüense. A diferencia de las tradicionales películas liberales americanas, que se lamentaban de la muerte de los chicos de Wisconsin pero trataban los cadáveres vietnamitas como números, en Under fire hay una denuncia de las lágrimas vertidas por los medios de comunicación.

Under fire no es una película redonda porque tarda en organizar su ficción y en desarrollar la historia sentimental. Pero, el filme, visto globalmente, resulta tan estimable como sorprendente su prosandinismo.

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