_
_
_
_
Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La feminización de la pobreza

Mi punto de vista sobre el tema es el de una mujer. Intento examinar no lo que el desarrollo promete a las mujeres, sino su verdadero impacto sobre ellas. Para ello propondré unos criterios para la investigación sobre el efecto que ciertas herramientas tienen sobre las mujeres. Son herramientas que supuestamente aligeran el trabajo de la mujer, un trabajo que se prolonga hasta su muerte.Por trabajo me refiero a la carga impuesta a las mujeres por medio de ciertas actividades que deben realizar por su condición de mujeres. Esto incluye actividades económicas por las cuales, muy a menudo, no se las paga y actividades de subsistencia que los economistas no pueden medir adecuadamente. Me interesa el impacto de las nuevas herramientas sobre la dureza, el esfuerzo y la monotonía de la carga de las mujeres. No voy a hablar de cómo aligerar el trabajo de ciertas mujeres determinadas. Intento principalmente buscar criterios para evaluar el trabajo de las mujeres como grupo.

La investigación sobre mujeres y herramientas se ha multiplicado en los años setenta, aunque hay dos tipos profundamente diferentes. Uno estudia las herramientas que aligeran el trabajo que las mujeres desarrollan durante toda su vida. Esta investigación la llevan a cabo principalmente mujeres que se ayudan ellas mismas de las nuevas técnicas que adoptan. A esta ingeniosa adopción vernácula de las nuevas técnicas por parte de las mujeres no se le suele denominar investigación; en realidad, normalmente no se tiene en cuenta para nada. Pocos informadores conceden al genio que convierte una caja de cambios en una cocina el título de investigación.

El segundo tipo de investigación es el realizado para las mujeres. Su objetivo principal suele ser el aumento de su productividad. Mide la mejora del bienestar de las mujeres desde el punto de vista del especialista.

Los dos tipos de investigación resultan antagónicos. La investigación por parte de las mujeres tiende a mantenerlas fuera del mercado y a limitar la productividad de la comunidad en términos monetarios. Pero, por lo general, aligera la carga total de las mujeres.

El segundo tipo de investigación integra a las mujeres en el desarrollo. Lo realizan especialistas, en ocasiones por encargo de clientes, y, tal como pretendo demostrar, aumenta tanto la carga de la mujer como la discriminación por razón de su sexo.

Las mismas mujeres pueden apropiarse para sus propios fines tanto de la alta como de la baja tecnología. En este artículo me voy a centrar principalmente en técnicas sencillas disponibles localmente, baratas, y de uso no obligado. Esta tecnología, que es ecológicamente blanda, socialmente descentralizadora y mecánicamente con frecuencia intermedia, puede ser tema de investigación por y para las mujeres. La agricultura orgánica, el gas de desechos orgánicos, la calefacción solar pasiva y además, posiblemente, las tricotadoras equipadas con un microprocesador pueden emplearse para servir bien a la subsistencia o bien al desarrollo. Las mujeres pueden emplear la horticultura para mantener la unidad familiar independiente de la economía monetaria y del mercado. Por otra parte, puede servir también para multiplicar los lazos económicos monetarios dentro de la comunidad, para aumentar su dependencia de productos alimenticios básicos y para aumentar la cantidad de dinero en movimiento.

La destrucción de los sexos

Bajo la etiqueta de investigación de mujeres en tecnología apropiada (a la que nos referiremos a partir de ahora con las siglas TA) se ha confundido totalmente las investigaciones hechas por mujeres y las hechas para la mujer. Deseo desenredarlas, porque son investigaciones realmente independientes, si bien complementarias. Sólo cuando se reconozca la complementariedad entre las investigaciones por y para las mujeres será posible encontrar un equilibrio democrático entre las prioridades técnicas y legales que contribuyen a aligerar las cargas de la mujer y las otras prioridades que convierten a las mujeres en competidoras económicas, en una situación algo desigual.

Durante 30 años se ha estado juzgando el desarrollo económico y se ha convertido actualmente en tema para los historiadores sociales. Para gran parte de los hombres y mujeres que se han visto afectados por el desarrollo, éste ha supuesto la modernización de su pobreza, que hay que diferenciar de la feminización de la pobreza, y que se ha visto empíricamente asociada con lo anterior. Mencionaré en primer lugar tres rasgos de la pobreza modernizada asexuada, para mencionar a continuación tres rasgos más que la agravan para las mujeres:

1. En todas partes, las actividades de subsistencia se han visto degradadas en el proceso de crecimiento. industrial. Cada vez es más difícil caminar, trabajar, construir su propia casa, alimentar a su propia familia, aprender un oficio sin tener que ir a la escuela.

2. En todas partes, las redes de parentesco, vecindario, plaza del pueblo y docenas de otras redes de apoyo se han visto reducidas a lazos económicos monetarios. Todo tipo de regalos se desvanecen en dinero.

3. En todas partes, las normativas profesionales han sustituido a los valores vernáculos. Ya no es nadie de la aldea, sino un forastero, quien se piensa que sabe mejor cómo decir algo, tratar una enfermedad o hacer cualquier trabajo.

Estos lamentables efectos secundarios sociales del desarrollo se están comprobando cada vez más. Y son tan inevitables como los más divulgados efectos secundarios ecológicos. Como la contaminación, la modernización de la pobreza afecta tanto a los hombres como a las mujeres. Pero hay otra clase de efectos secundarios poco advertidos que afectan de manera específica a la mujer y contribuyen a lo que he denominado la feminización de la pobreza.

Inevitablemente, el desarrollo priva a las mujeres de las tareas específicas de su sexo. Las convierte en una fuerza de trabajo mixta; las convierte en el segundo sexo. En todas partes, el desarrollo obliga a las mujeres a hacer algo hasta entonces desconocido: a competir individualmente con los hombres. El desarrollo libera a las mujeres y las alista en una lucha con los hombres por el mismo puesto de trabajo, una lucha que están abocadas a perder. Hasta ahora no se ha tenido en cuenta suficientemente la importancia crucial del sexismo como efecto secundario del crecimiento industrial.

Olvidamos fácilmente que en las sociedades preindustriales sencillamente no existía ningún tipo de trabajo que pudiera ser realizado indistintamente por hombres o mujeres. Donde aparecen ejemplos, están limitados a esclavos, intocables o parias. Ninguna herramienta agrícola, ningún utensilio doméstico ni ningún animal doméstico en una sociedad preindustrial eran manejados indistintamente o empleados en la misma forma por hombres y mujeres. Las herramientas asexuadas son un invento del siglo XIX: son las herramientas empleadas en lo que ahora se denomina trabajo.

Durante los últimos 30 años, la asistencia técnica ha supuesto la exportación de una ética de trabajo asexuada, de herramientas asexuadas y la destrucción de la subsistencia sexuada. Pero la eliminación de tareas definidas por el sexo y la creación de una fuerza de trabajo mixta, dentro de la cual compiten hombres y mujeres, siempre ha perjudicado a estas últimas. Este proceso da una oportunidad a unas pocas mujeres, degrada a muchas y enfrenta a estos dos grupos entre sí.

Permítaseme añadir algo más sobre la destrucción de los sexos. En todas las sociedades preindustriales, el juego de herramientas locales está formado por dos mitades diferentes. Todas las comunidades tienen su forma específica de dividir la carga de la existencia, el dominio de la realidad, el empleo del tiempo y el espacio. El tejido, el ordeño, la alfarería lo hace el hombre o la mujer. En una cultura jamás hacen los dos un mismo trabajo. Bajo el dominio del sexo, las mujeres no podían individualmente competir con los hombres; estaban encerradas en su propio dominio. Se enfrentaban entre sí, no individuos, sino terrenos dominados por uno u otro sexo.

En la mayoría de las culturas, el dominio de las mujeres no se consideró nunca de igual dignidad. En el patriarcado se excluía a las mujeres del poder público. Los trabajos y las herramientas de las mujeres estaban abiertamente degradados. Toda mujer estaba en este sentido unida a las demás por su común inferioridad. Pero bajo el dominio del sexo, las mujeres no podían ser víctimas individuales. Y el desarrollo ha cambiado esta situación. Ahora todas las mujeres están obligadas a competir en un mundo de hombres. Es cierto que el desarrollo ha debilitado de alguna forma el patriarcado. Pero esto se ve grandemente contrarrestado por el efecto de sumar al antiguo dominio patriarcal la nueva discriminación por razón del sexo. El desarrollo individualiza la inferioridad de la mujer y lo convierte en algo anteriormente desconocido, algo personalmente degradante.

Efectos sexistas de la industria

No obstante, la industrialización no tiene el monopolio en la difusión del sexismo. La tecnología aplicada (TA) puede lograrlo tan bien o mejor. Es por esta razón por lo que recomiendo fuertemente la investigación sobre los peligros de la TA asexuada. Y lo hago no porque me oponga a la TA asexuada. Acojo con agrado las herramientas que encajen en las manos de las mujeres tan bien como en las de los hombres. Pero pido que se investiguen los efectos sexistas de la TA asexuada, porque, de forma aún más eficaz que las máquinas industriales, la TA puede convertir a mujeres orgullosas en disminuidos físicos del segundo sexo. A veces es imposible evitarlo. Pero no veo por qué hay que promocionarlo ciegamente. Sólo la investigación por mujeres en todo pueblo y barriada puede asegurar que las nuevas llaves inglesas y alicates, los nuevos medidores y colas, los nuevos criaderos de peces y molinillos, o una nueva raza de cabras en las zonas agrícolas den poder a las manos de las mujeres. Este tipo de investigación no puede, de ninguna manera, ser realizado por especialistas para una aldea.

Hay que tener también en cuenta un segundo efecto del desarrollo específicamente sexista. Los beneficios del desarrollo económicamente evaluables han correspondido de manera desproporcionada a los hombres y se han producido de manera desproporcionada por el trabajo no pagado de las mujeres. Este hecho se ha ocultado por un sencillo mecanismo. Al trabajo doméstico moderno, el aumento de valor no pagado de los artículos de consumo en valores de uso, se le ha negado su reconocimiento como contribución económica al crecimiento industrial.

Recientemente ha cambiado esta situación. Hace 10 años, Esther Boserup y Barbara Ward iniciaron la investigación sobre el impacto económico del desarrollo en las mujeres. Desde entonces, decenas de estudios han confirmado y aumentado sus sospechas:

1. El crecimiento económico ha aumentado siempre más las horas de trabajo de las mujeres que las de los hombres.

2. Con el aumento de la dependencia del dinero, el control de las mujeres sobre el dinero disminuye. En 1975, considerándolo mundialmente, las mujeres aportaban las dos terceras partes del total de horas de trabajo y recibían el 10% del total de ingresos en dinero.

3. El trabajo pagado no disminuye el trabajo no pagado que realizan las mujeres en la sombra. Obliga a las mujeres a privarse de horas de ocio, de ayuda mutua y de control social mediante el cotilleo. Las amas de casa que mastican chicle mientras esperan en la lavandería no son políticamente iguales al antiguo grupo de mujeres que conversan mientras lavan en el río.

4. Contrariamente a lo que se suele creer, el estrés en las mujeres aumenta cuando sus casas están conectadas a los servicios de gas, agua, electricidad y desagüe. Este hecho es actualmente una conclusión definitiva a la que han llegado los historiadores del trabajo doméstico. Cuando se instala un grifo en una casa, el consumo de agua aumenta entre 25 y 50 veces. Sacar un cubo de agua de un pozo exige poco esfuerzo. Pero al meter el retrete en la casa, los nuevos niveles de limpieza corporal, de ropa personal y de ropa de casa y las instalaciones aumentan el trabajo total relacionado con el agua.

5. Estas tendencias aparecen en todos los sistemas políticos. En todas partes, las mujeres son quienes pagan el crecimiento económico realizando más trabajo en la sombra y en los puestos de trabajo menos deseados. En Minneapolis, el ama de casa se convierte en taxista sin sueldo para transportar a los niños del colegio a las reuniones de los scouts y a las clases de baile, al tiempo que se ve obligada a tener un empleo para poder pagar el segundo coche. En Kiev hace cola en la carnicería y en el departamento de concesión de pisos, al tiempo que tiene que buscar un trabajo para poder comprar cosas en el mercado negro.

Herramientas diferentes

Repito que no menciono estos efectos inevitables del crecimiento económico porque me oponga, por principio, a todo desarrollo. Sin vender ciertas hierbas de su huerto, las mujeres que han recuperado la azada no tendrían dinero para comprar sal para la cabra o una bomba para el pozo. Menciono la sustitución de la subordinación patriarcal por la dominación sexista porque tal cambio está de manera consistente asociado al crecimiento económico, no se le suele tener en cuenta en la política de desarrollo y es decisivo para quien quiera evaluar el impacto de la TA en las mujeres. Debemos aprender a hacer preguntas como éstas: ¿hasta qué punto disminuye el gas doméstico el esfuerzo total de las mujeres?; ¿en qué casos aumenta este esfuerzo total, incluso aunque reduzca el esfuerzo específico que supone tradicionalmente la búsqueda del combustible para la cocina? Para encontrar respuestas a estas preguntas sólo se puede confiar en la investigación por gente ordinaria, por mujeres. Hay que desconfiar de los consejos de los especialistas para la gente, aun si proceden del nuevo establishment blando y tranquilizador de la conciencia, posiblemente representado por una mujer.

El desarrollo tiene también un tercer efecto secundario, también inevitablemente orientado a un sexo. Priva a las mujeres de la iniciativa tradicional que les ha permitido iniciar el cambio cultural. De los tres efectos adversos del desarrollo que perjudican a las mujeres, esta pérdida de iniciativa ha sido la menos advertida, pero puede que sea la más importante de remediar, de recuperar.

Para entender lo que suponía la iniciativa de las mujeres hay que revisar cómo cambian las culturas vernáculas. Lo hacen adquiriendo nuevos rasgos. Al objeto de nuestro estudio, las herramientas son los nuevos rasgos decisivos. Como señalé anteriormente, las herramientas no han sido jamás asexuadas. Jamás estaban hechas para las manos de los seres humanos: sólo para las de los hombres o las mujeres. Si se introducía una nueva herramienta en un universo vernáculo, tal introducción la realizaban u hombres o mujeres. Y cualquier nuevo objeto, método, hortaliza, raza animal o técnica reconocida y aceptada como herramienta de esa cultura quedaba inmediata mente asociada con el dominio del hombre o con el de la mujer. Las herramientas se adoptaban siendo sexualmente específicas en esa cultura. La fabricación de herramientas suponía la sexualización de la realidad. Y las mujeres tenían tanto poder para sexualizar la realidad. Los dos participaban en la iniciativa cultural. Y ninguno de los dos podía extender su dominio sin, en cierta manera, afectar al contrario. Cuando las mujeres del Jura adoptaron una nueva red de transporte para recoger la hierba de alta montaña, los hombres tuvieron que adaptar la forma del antiguo trineo de heno para recibir la nueva carga. Se sucedían tres docenas de operaciones, cada una específica de un sexo, como los pasos de un baile, hasta llenar el granero. En cada una de estas etapas, tanto los hombres como las mujeres podían introducir una innovación en su técnica, retando a sus contrarios a dar el paso siguiente. En contraste, las herramientas asexuadas de hoy suelen estar bajo el control del hombre.

Vuelvo a repetir que no menciono estos testimonios porque desee retroceder. Sé que en el Jura, él llevaba los caballos, un trabajo prestigioso, mientras que ella llevaba la cesta de la comida y el rastrillo. Ni cito las innovaciones producidas por diferentes sexos porque desee regresar a un juego de herramientas dividido. Para mí, las herramientas socialmente justas suponen un equilibrio entre redes de subsistencia y relaciones de producción. No sé si aquéllas deben ser específicas a un sexo. Pero creo firmemente que quienes estudian las formas en que puede divulgarse la TA tienen que prestar atención de manera particular al sexo. A través de la historia, una difusión de este tipo ha estado siempre sexuada y no necesitó para nada ni misioneros ni educadores.

La pérdida del sexo, la destrucción de la economía de subsistencia y su impotencia para sexualizar las nuevas herramientas han perjudicado continuamente a la mujer de forma exquisita, uniendo la inferioridad de su sexo a la discriminación sexual individual. Lo que el desarrollo industrial inició podría consumarlo y perfeccionarlo ahora la tecnología apropiada, tan de moda. Las nuevas herramientas son más baratas; consecuentemente, pueden extenderse de manera más uniforme. Son menos violentas; consecuentemente, resultan más seductoras. Permiten a todo el que las usa que se sienta un obrero, un creador de riqueza. Viendo la cuestión en perspectiva, el crecimiento económico, con sus tres efectos secundarios sexistas, no ha hecho más que esperar a que la TA elimine completamente la economía de subsistencia.

Valentina Borremans dirigió el Centro Intercultural de Documentad en (Cidoc) desde 1966 hasta la clausura, en 1974. Colaboradora de Iván Illich durante más de 15 años, tiene actualmente a su cargo la biblioteca sobre religión popular en América Latina, dependiente del Colegio de México.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_